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Research Article

Un vir nobilissimus genere hispano en la Vita del obispo Orencio de Auch

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Received 28 Mar 2023, Accepted 18 Mar 2024, Published online: 04 Apr 2024

ABSTRACT

In the following pages I analyse the fifth passage of The Life of Saint Orientius, bishop of Auch in Novempopulania –Vita sancti Orientius, episcopo Ausciorum in Novempopulania–, of unknown authorship, from a Late Antique diplomatic approach. The text, initially written around the sixth or seventh century, addresses the journey of Orentius, who mediated the release of a Hispanic aristocrat (vir nobilissimus genere, ex Hispaniis) imprisoned in the court of a king, most probably Visigothic, circa 439. The Vita Orientii has attracted relatively modest attention due to its apocryphal character, yet it allows the analysis of Late Antique diplomatic practices. In addition, the imprisonment of a Hispanic nobleman by the Visigoths highlights the increasing Visigothic influence beyond the borders settled in the foedus of 418–419, mostly in the southern Pyrenees area, before the annexation of the Tarraconensis province by Euric's troops after July 472.

Introducción

Las relaciones entre los visigodos afincados en Aquitania y los habitantes de la Península Ibérica durante la primera mitad del siglo V, así como las prácticas diplomáticas llevadas a cabo entre ambos, son un tema que no ha suscitado demasiado interés entre los historiadores a causa de las escasas fuentes disponibles al respecto. Sin embargo, entre ellas se encuentra un pasaje de un texto hagiográfico cuya aportación al tema citado ha pasado casi desapercibido: el quinto apartado de la Vita sancti Orientii, episcopo Ausciorum in Novempopulania (a lo largo del texto se va a hacer referencia a esta obra como Vita). En dicho pasaje se narra que, en una fecha incierta a mediados del siglo V, Orencio, obispo de la civitas Auscencis (actual Auch, departamento de Gers, Francia) que vivió a caballo entre los siglos IV y V, acudió a la corte de un rex (rey), cuyo nombre no se menciona, con el propósito de rogar por la vida de un vir nobilissimus (hombre de procedencia notable) de origen hispano, condenado a la pena capital por una falsa acusación. Una vez llegó a su destino, el obispo fue invitado por el monarca a un convivium (banquete) que, tras superarlo, terminó su misión con éxito:

Cierto hombre notable, de origen hispano y dotado de recursos, fue víctima de la envidia de un pésimo acusador. Como resultado de esta denuncia, al rey se le presentó el derecho de dar muerte al citado noble. Ante estos hechos, los fieles [del notable] que no aceptaron lo sucedido fueron enviados a buscar la protección de San Orencio, para que intercediera por su vida. Fue entonces cuando el santo, congratulado, se dirigió al monarca siendo invitado por este a un banquete. Al comienzo de la comida real, según la costumbre de los bárbaros, fueron sacados a la mesa grandes platos de carne y el rey requirió humildemente a San Orencio que comiera los alimentos que habían servido, circunstancia difícil de asumir por el santo debido a sus costumbres frugales. No obstante, el monarca le aseguró que le concedería todo lo que quisiera en caso de que accediera a su petición. Así pues, Orencio, con el fin de satisfacer las demandas reales, santificó y alabó los alimentos, demandando al soberano que ratificara su promesa. Por consiguiente, la carne contaminada fue mezclada con alimentos inusuales y una multitud de gente poderosa que se encontraba alrededor comenzó a amenazar al santo. Aun así, Orencio exigió al monarca que cumpliera lo acordado: no pedía talentos de oro y plata, ni dominios, ni propiedades rurales, sino que reclamaba que se garantizara la vida del notable hispano, ante cuyo rostro la muerte con la espada desenvainada amenazaba con arrebatarle la vida. El rey no se pudo resistir a esta súplica y concedió [a Orencio] lo que demandaba.Footnote1

Los pocos datos que conocemos sobre Orencio provienen de sus biografías conservadas, todas ellas de un marcado carácter apócrifo.Footnote2 Algunos investigadores consideran la Vita de Orencio una fuente no muy fiable debido a su carácter, a las numerosas contradicciones entre las diferentes versiones y a la fuerte influencia que reciben éstas de otras obras hagiográficas similares.Footnote3 La Vita sancti Orientii del monasterio Bodecense de Westfalia, titulada Vita (I) sancti Orientii episcopo Ausciorum in Novempopulania, es la más antigua, y la que nos ofrece una información históricamente más fidedigna. Será esta la utilizada en este estudio, a pesar de que su naturaleza anónima y apócrifa obliga al investigador a tratarla con suma cautela. La versión aragonesa publicada por Francisco Diego de Aynsa y de Yriarte en el año 1612 resulta la más fabulosa, sobrepasando en su falta de credibilidad a las tradiciones también fantasiosas que se han conservado en Albi y en Toulouse.Footnote4 En cuanto a su fecha de redacción, aunque el manuscrito más antiguo conservado nos lleve a los siglos XII-XIII, tradicionalmente se piensa que el original fue redactado en el siglo VI o comienzos del VII, periodo en el que comienzan a surgir con fuerza escritos hagiográficos similares.Footnote5 Michel Rouche sostiene que la obra pudo haber sido generada en un contexto visigodo o en un entorno favorable a estos, debido al buen trato que reciben sus monarcas por parte del hagiógrafo, pese a su condición de cristianos arrianos. Así, el historiador francés adelanta la fecha de redacción de la hagiografía al periodo inmediatamente anterior a la debacle visigoda en la batalla de Vouillé en el año 507. Para defender tal afirmación, señala que a lo largo de la Vita en ningún momento se cuestiona la dominación visigoda del entorno aquitano ni se realiza referencia alguna a la alianza con Roma. Asimismo, Rouche añade esta fuente a aquellas otras que utiliza para apuntalar su tesis sobre el desarrollo de un fuerte sentimiento regionalista entre los aquitanos que, hasta poco antes de la llegada de los merovingios, confiaron la salvaguarda de sus intereses a los reyes visigodos.Footnote6

Aunque las fuentes al respecto no sean claras, parece plausible que Orencio fuese originario de la Península Ibérica, quizá de Osca (Huesca), lugar donde se piensa que nació en algún momento de la segunda mitad del siglo IV. En su juventud, el futuro obispo fue educado de forma similar a la de otros jóvenes miembros de las familias pudientes hispanorromanas de la época y se convirtió al cristianismo en una fecha que desconocemos. Según la tradición, a comienzos del siglo V Orencio dejó atrás su vida acomodada trasladándose a la vecina provincia de Novempopulania, en el suroeste de la Galia, donde comenzó a llevar una vida piadosa y austera. Las diferentes tradiciones sobre la vida del santo otorgan a ésta una cronología diferente para estos hechos, a veces imposible.Footnote7 La fama de Orencio se extendió rápidamente en la región y, según la tradición, a los pocos años fue nombrado obispo de Auch por aclamación popular. Las fuentes hagiográficas señalan que en esta nueva etapa el obispo fue autor de varios milagros, incluido un exorcismo, contribuyendo así al proceso de evangelización del territorio.Footnote8 De igual modo, no existe consenso en si adjudicar o no a Orencio la autoría del poema elegíaco denominado Commonitorium, en el que se interpretan los desastres causados por las migraciones de los pueblos bárbaros como un castigo divino y como un incentivo para el retiro espiritual del mundo.Footnote9 En las distintas Vitae del religioso, una de las únicas fechas identificables con precisión es el 439, año en que Orencio formó parte de una legatio (embajada) encargada por el rey visigodo Teodorico I (r. 418–451).Footnote10 En dicho pasaje se alude a la avanzada edad del obispo –vitam longam–, circunstancia que lleva a pensar que habría fallecido no mucho después. Parte de los supuestos restos del santo que se encontraban en Auch, y los de sus padres que se hallaban en Huesca, fueron venerados durante siglos como reliquias. Ambas localidades intercambiaron entre ellas varias de estas piezas en el año 1609.Footnote11 Aunque es posible que sus hagiógrafos utilizaran la alusión a su vejez para elogiar las hazañas del obispo, tal como sucede en las hagiografías de otros religiosos de la época cuando se resaltaban las precarias y humildes condiciones bajo las cuales tuvieron que hacer frente a las circunstancias.Footnote12 Sea como fuere, es en el periodo que va desde el año 439 hasta su muerte cuando, según las fuentes hagiográficas, Orencio intercedió por la vida de un notable de origen hispano.

Los datos aportados por las fuentes hagiográficas al respecto no permiten afirmar con rotundidad si la acción protagonizada por Orencio debemos interpretarla como una mera defensa judicial sin visos diplomáticos, o como una legatio, aunque su propósito fuera la de mediar por la vida de un reo.Footnote13 En este estudio se opta por esta última opción, ya que algunos aspectos mencionados en el pasaje podrían ser equiparables a algunas prácticas propias de la diplomacia tardoantigua. En las siguientes páginas se procederá a repasar las características más importantes en torno al carácter y modo de proceder de las embajadas de la pars occidentalis (occidente) en los siglos V-VI, remarcando el papel que tuvieron en ellas los obispos. Posteriormente, se analizará el pasaje partiendo desde esta óptica y se valorará la importancia de la Vita de Orencio como fuente al respecto. Por último, se realizará un acercamiento a la posible identidad del vir nobilissimus hispano que se menciona en el pasaje, con el fin de arrojar algo de luz sobre el acontecimiento en cuestión.

La diplomacia occidental en el siglo V

En el siglo V asistimos al desmoronamiento de la administración imperial en la pars occidentalis ante la llegada e instalación en el territorio de varios pueblos, como los visigodos, que habían rebasado las fronteras romanas. No obstante, algunas estructuras organizativas permanecieron intactas y la tradición diplomática romana provincial, necesaria para la resolución de conflictos cotidianos y la comunicación entre centro-periferia, sobrevivió adaptándose a la nueva realidad post imperial. Por lo tanto, a pesar del paulatino colapso del Imperio Romano de Occidente, el tráfico de embajadas siguió siendo uno de los medios más habituales para la comunicación, esta vez entre los distintos soberanos, como entre éstos y las aristocracias locales.Footnote14

Las misiones diplomáticas seguían siendo organizadas al igual que en las épocas precedentes: la corte o el entorno del soberano, o un concilium (asamblea, consejo) reunido a tal efecto por la comunidad interesada, escogía a los legati (embajadores) de la misma, fijaba sus objetivos y la financiaba. Los hombres seleccionados para ejercer de legati procedían de las altas clases aristocráticas y en su elección influían su formación intelectual, su habilidad como oradores, su edad, su rango, su previa experiencia diplomática y los contactos y amistades que pudiera tener en el lugar al que se dirigiría la delegación.Footnote15 En el imperio romano, protagonizar una embajada era considerado como una tarea más dentro del conjunto de las actividades administrativas de carácter municipal y provincial –era un munus–, y estaba a su vez regulado por leyes. Sin embargo, conforme avanzó el siglo V, con la caída gradual de las infraestructuras imperiales y, por ende, la transformación paulatina de las estructuras municipales vigentes hasta entonces, el rol de las clases curiales se vio trastocado y puede que la acción diplomática dejase de ser un munus.Footnote16 En algunas regiones los episcopi (obispos) vieron reforzada su posición como máximos representantes y defensores de sus respectivas jurisdicciones y, en consecuencia, fue habitual que desempeñaran el cargo de embajador. De todas formas, esta nueva circunstancia no supuso el desplazamiento de los notables laicos de las labores diplomáticas. Las misiones encargadas a los obispos eran generalmente aquellas que tenían un carácter más pacífico, cuyo propósito se limitaba a cuestiones protocolarias, fiscales y judiciales, aunque no faltaban legationes (embajadas) que solicitaban la mediación entre dos partes en disputa.Footnote17 En el caso a analizar, Orencio de Auch habría encabezado una legatio enviada por los allegados de un notable hispano a una corte real, por ello, se procederá a analizar este modelo de práctica diplomática.Footnote18

Las fuentes no suelen especificar el número de embajadores que conformaban las legationes en este periodo. Se piensa que la cifra oscilaría entre uno y tres sujetos, cuestión que responde a razones pragmáticas, como la distancia del viaje a recorrer o el gasto económico que suponía la misma embajada.Footnote19 Así, el número de agentes que componían una legatio era, junto con la identidad de dichos representantes, un claro indicador de la importancia de la misma.Footnote20 A pesar de que tengamos constancia de misiones diplomáticas encargadas a más de un legatus, las embajadas compuestas aparentemente por un sólo hombre eran las más numerosas.Footnote21 Aunque las fuentes se muestren parcas al respecto, es de suponer que estos embajadores no iban solos, ya que irían acompañados por toda una serie de individuos con el objetivo de facilitar el éxito de la misión. Entre estos acompañantes podrían estar los criados, asistentes y consejeros especializados, guías nativos, intérpretes, escoltas y porteadores para el traslado del equipaje y los presentes destinados al receptor de la legatio.Footnote22

Los embajadores, antes de comenzar el viaje, recibían unas litterae (cartas) a modo de credenciales.Footnote23 Tal como se ha señalado más arriba, los gastos del viaje generalmente eran sufragados por los organizadores de la legatio, aunque podía darse el caso de que fueran financiados por los mismos embajadores, circunstancia poco habitual.Footnote24 Desde finales del siglo I a.C., a las legationes de más importancia se las dotaba con unos documentos llamados diplomata o evectio (una especie de salvoconducto), en los que se detallaba los servicios de transporte y alojamiento del cursus publicus (infraestructura imperial para agilizar el correo y traslados oficiales) a los que tenía acceso, la ruta que estaba siguiendo y la vigencia misma del permiso.Footnote25 Al parecer, el cursus publicus se mantuvo relativamente operativo en las décadas siguientes a la desaparición del Imperio Romano de Occidente, ya que los emperadores de Oriente y algunos reyes bárbaros continuaron entregando evectiones y acogiendo las embajadas foráneas más importantes, aunque con unos servicios cada vez más degradados y precarios.Footnote26 Se piensa que los embajadores evitarían realizar el viaje en invierno, pero ello no sería óbice si la gravedad de la misión así lo requería.Footnote27 Durante el traslado, suponemos que las legationes utilizarían las rutas principales y más transitadas, pues serían las más seguras, las mejor dotadas –en cuanto a los servicios que se ofrecían a los transeúntes–, y por donde las últimas noticias transcurrirían a gran velocidad. Una circunstancia vital que podía llegar a modificar considerablemente algunos aspectos de las misiones diplomáticas o el destino de las mismas ante la ausencia o fallecimiento de su emisor o receptor. Por ejemplo, en el año 584, la comitiva de unos embajadores que trasladaban a la princesa Rigunta y sus criados de París a Hispania para que se desposara allí con el príncipe visigodo Recaredo, fue disuelta cuando, a medio camino, les llegó la noticia de la muerte del rey Chilperico (r. 561–584).Footnote28 Por ello, a lo largo del trayecto y en el mismo destino al que se dirigían, sería crucial para los embajadores contar con una buena red de amistades y contactos, ya que en algunos casos éstos podían condicionar el buen curso de la misión.Footnote29 De hecho, algunos investigadores opinan que los legati que poseían algún rango eclesiástico tendrían facilidades para alojarse y sufragar los gastos gracias a la caridad cristiana.Footnote30 Este podría haber sido el caso aplicable a la ocasión en que Gregorio de Tours (c. 538–594) y sus compañeros fueron acogidos en un monasterio para reponerse. Asimismo, varios emisarios que hicieron de enlace entre la reina Fredegunda (r. 568–597) y el rey Leovigildo (r. 568/569–585) pudieron viajar con más facilidades gracias a la ayuda prestada por obispos y notables locales.Footnote31

Mientras duraba la misión diplomática, los emisarios se exponían a varios peligros, representados por fenómenos meteorológicos adversos, desastres naturales, epidemias, accidentes, escasez de víveres o ataques de piratas, bandidos o animales salvajes. Por lo tanto, se asumía que los legati podían correr ciertos riesgos o que podían morir en acto de servicio. La presencia de bandidos y piratas fue un mal endémico a lo largo de toda la Antigüedad, una lacra que en occidente vivió una nueva época dorada durante el colapso de la pars occidentalis y las siguientes décadas.Footnote32 En cualquier caso, los embajadores estaban protegidos jurídicamente, ya que el ius gentium (derecho de gentes) les garantizaba cierto carácter inviolable mientras realizaban la misión, un derecho reconocido por todos los pueblos del periodo. Es por eso que los casos de malos tratos hacia los agentes diplomáticos o su asesinato son considerados excepciones que atienden a contextos bélicos o de especial tensión. En consecuencia, no es extraño que la logística y la seguridad que brindaba la comitiva diplomática fuese aprovechada por viajeros particulares o para el traslado de fugitivos o personas importantes.Footnote33 No obstante, la citada garantía de inviolabilidad no era impedimento para que los legati no ejercieran su labor con cierta cautela.

En cuanto al protocolo establecido para la acogida y recepción de embajadas, los escasos indicios al respecto muestran una imitatio (imitación) de las formas imperiales por parte de los distintos reinos que sucedieron a la pars occidentalis romana.Footnote34 En este sentido, conforme los embajadores iban acercándose a su destino, eran recibidos e interrogados por los miembros de la corte del soberano al que se dirigían. En estos encuentros se llevaban a cabo las negociaciones pertinentes y para cuando los emisarios eran recibidos en audiencia formal por su receptor, éste ya tenía una respuesta preparada. Incluso, al conocer de antemano los propósitos de la legatio, el destinatario podía negarse a recibirla formalmente.Footnote35 En consecuencia, podemos observar que esta puesta en escena de los embajadores ante los soberanos carecía, en un principio, de cualquier carácter negociador, adquiriendo más bien cierta naturaleza ritual o ceremonial.Footnote36

Una vez los legati eran citados ante su receptor, pensamos que adoptarían una vestimenta acorde con la ocasión.Footnote37 En una carta de Sidonio Apolinar (c. 430–486), se observa que en la corte visigoda de Toulouse se reproducían los mismos insignia dominationis (insignias de soberanía) de la corte imperial y sasánida, pues se señala que el monarca visigodo Teodorico II (r. 453–466) atendía las legationes oculto tras unas velis (cortinas) y cancellis (rejas), acompañado de altos cargos y protegido por unos guardias ubicados entre el señalado recinto y el resto de los presentes. Según se desprende del testimonio de Sidonio, el número de intervenciones ante el rey visigodo debía de ser elevado. Sin embargo, es posible que se trate de un estereotipo con el fin de reforzar la legitimidad de la corte visigoda asimilándola a la romana.Footnote38 Los embajadores, en el tiempo de espera a ser recibidos por su receptor, podían aprovechar para relacionarse con aquellas personalidades que pudieran influir en el buen transcurso de la misión, si bien es cierto que podían estar custodiados y sus movimientos limitados.Footnote39 La intervención oficial comenzaría con los debidos saludos y reverencias, para continuar, una vez obtenida la licentia (licencia, permiso) para ello, con la lectura de las cartas enviadas por el organizador de la legatio. Después, podía darse el caso de que surgiera un diálogo entre los embajadores y el soberano, quien daría a conocer su decisión. Generalmente, la respuesta no se hacía esperar, pero no era extraño que el receptor solicitara un determinado periodo de tiempo para reflexionar o que diera una respuesta poco clara o ambigua. También hubo casos en los que los gobernantes delegaban la administración de sus decisiones en la corte de oficiales.Footnote40 En este contexto, podían requerirse los servicios de los intérpretes, aunque desconocemos si generalmente formaban parte de la misma comitiva de la embajada o si los proporcionaba el receptor. Por su parte, Audrey Becker piensa que, el rey visigodo Eurico (r. 466–484), a pesar de dominar la lengua latina, hacía uso de intérpretes ante los embajadores romanos para subrayar la superioridad política goda.Footnote41 Finalizadas las negociaciones, era habitual que se produjera un intercambio de muneres (regalos) entre los interlocutores, una costumbre arraigada en las cortes imperiales y reales de la época.Footnote42 Incluso era posible que hubiera gestos afectuosos (dulci nos affectu fovens), como abrazos.Footnote43 Entre estas convenciones propias de la hospitalitas (hospitalidad), descatan los convivia o epulatia (festines y banquetes), que ofrecían la ocasión de estrechar los lazos de amistad de los interlocutores y continuar con las negociaciones en un ambiente más distendido. Las muestras de hospitalidad con las que agasajaban a los legati también podían producirse durante las necesarias paradas que realizaban a lo largo del viaje, tal como se ha visto más arriba.Footnote44

La misión diplomática llegaba a su fin cuando la legatio regresaba ante el soberano o concilium que la había despachado y entregaba el informe donde rendía cuentas del éxito o fracaso de su cometido.Footnote45 El tiempo que tardaban las embajadas en realizar su labor variaba dependiendo de varios factores como la distancia a recorrer y los inconvenientes con los que podían encontrarse durante todo el proceso, como las inclemencias meteorológicas, los conflictos bélicos, la ausencia imprevista del receptor o el tiempo de espera a ser atendido por el mismo. Bajo la administración romana, aquellos que terminaban su misión como emisarios quedaban exentos de realizar una labor semejante durante los siguientes dos años. No obstante, ignoramos si ante el colapso de las infraestructuras imperiales dicha norma siguió vigente o si se aplicaba a los pontífices.Footnote46 Además, el oficio de embajador podía contribuir a la promoción social de quien lo ejerciera, ya que permitía al sujeto obtener cierto reconocimiento y prestigio ante su comunidad y sus interlocutores. Por ejemplo, Gregorio de Tours señala que un notable llamado Secundino se había vuelto arrogante debido a su dilatada experiencia como delegado franco ante el emperador.Footnote47 En caso de que la valía del emisario quedase probada, éste podía ser reclamado como intermediario en más ocasiones y ascender en la escala social. Así, en algunas fuentes se enfatiza la experiencia diplomática, previa o no, de algunos obispos con el fin de alabarlos.Footnote48

A continuación, se pondrá el foco en el caso concreto presentado más arriba: la presunta legatio protagonizada por Orencio, obispo de la civitas Auscensis, dirigida a una corte real, seguramente la visigoda ubicada en Tolosa (actual Toulouse).

La segunda legatio de Orencio y el vir nobilissimus Hispanus

Tal como se ha dicho, según la Vita, a mediados del siglo V Orencio se personó en la corte de un rex cuyo nombre no es mencionado. El propósito del religioso que, como se ha señalado, podría encabezar una legatio, era interceder a favor de un vir nobilissimus hispano que había sido apresado y cuya vida corría peligro. El anónimo hagiógrafo indica que el notable Hispanus, cuya identidad se desconoce, fue encarcelado a través de una acusación falsa, motivada por la envidia y que sus fieles, tras fracasar en su intento por socorrerlo, acudieron a Orencio para que mediara ante el monarca. Sin embargo, una vez se presentó ante el rey, la misión de Orencio fue condicionada a su asistencia a un banquete real. Como hemos visto, durante la velada el religioso tuvo que santificar los grandes platos de carne que se sirvieron, un alimento ausente en su estricta dieta, y tuvo que soportar las amenazas de la turba de aristócratas que estaban a su alrededor y que buscaban evitar que el soberano le otorgase lo que pedía. Tras superar la prueba, el rex no pudo contradecir la súplica del obispo, que no era otra que salvar la vida del notable hispano.Footnote49

Al contrario de lo que sucede en el caso de la primera misión diplomática en la que participó Orencio, esta vez la Vita del obispo es la única fuente que recoge este acontecimiento.Footnote50 Más arriba se ha citado que, si se respeta el orden de los pasajes de la hagiografía, se debe contemplar el año 439 como fecha post quem de esta segunda embajada, aunque no es posible precisar una fecha ante quem. Ya se ha visto que el hagiógrafo no menciona el nombre del rex ante el cual Orencio se presentó en esta ocasión, del mismo modo que tampoco aporta ninguna referencia geográfica al respecto. Teniendo en cuenta el contexto en el que transcurre la vida del religioso y las referencias de las tradiciones posteriores, en la comunidad académica se ha aceptado que se trata de la corte visigoda de Toulouse.Footnote51 Asimismo, el hagiógrafo señala hasta en tres ocasiones el origen hispano del vir nobilissimus por el que intercede el obispo, quizá debido a que la obra fuera redactada para un público de origen norpirenaico. Según parece, el reo debió de ser alguien importante al menos a nivel local, cuya encarcelación favoreció, como mínimo, a su pessimus accusator. Paul Lahargou sugiere que el pasaje referido al notable hispano podría haber sucedido, de ser real, en una fecha anterior a la embajada del año 439. De ahí que Teodorico confiara la misión a Orencio, ya que conocería personalmente al obispo y sabía, de primera mano, de sus dotes diplomáticas. Asimismo, señala que el aristócrata se habría guarecido en la corte visigoda ante la inestabilidad que generaron en la Península Ibérica las migraciones bárbaras y que el pasaje de la Vita haría referencia a un golpe palacial urdido contra él. No obstante, se trata de una interpretación un tanto aventurada ante la parquedad de las fuentes.Footnote52

Teniendo en cuenta el contexto histórico, la detención del notable hispano se explica mediante la presencia cada vez más habitual de los visigodos en la Península Ibérica. Ante la creciente incapacidad de defender el territorio romano, Honorio (emperador de occidente en 395–423) llegó en el año 416 a un acuerdo de colaboración con el rey visigodo Walia (r. 415–418), a partir del cual se empezó a delegar en las tropas visigodas gran parte de las campañas militares a realizar en Hispania contra los alanos, suevos, vándalos y las revueltas bagaudas.Footnote53 Como recompensa, en el 418–419 a través de un foedus (tratado) a los visigodos se les permitió asentarse en algunas zonas de la provincia aquitana, facilitando así sus intervenciones armadas al sur de la cordillera pirenaica. El territorio delimitado en el foedus englobaba gran parte de la provincia Aquitania Secunda¸ una franja territorial que, siguiendo por el norte del Garona, iba desde Toulouse hasta Burdeos, pero no existe consenso sobre cuándo pudo incorporarse a dicha zona la provincia de Novempopulania.Footnote54

En las siguientes décadas los visigodos se fueron percatando del interés estratégico de la península, estableciendo una serie de guarniciones en los enclaves más importantes de los territorios recuperados del dominio vándalo, alano y suevo en nombre del emperador, mientras que la Gallaecia, al noroeste, siguió en manos suevas. Por su parte, la Tarraconensis (a grandes rasgos, el resto del norte peninsular y el valle del Ebro) se mantuvo, al menos nominalmente, en poder de Roma hasta la muerte del emperador Antemio en julio del 472 tras cinco años de gobierno, circunstancia que fue aprovechada por el rey visigodo Eurico para anexionar el territorio.Footnote55 El encarcelamiento del vir nobilissimus mencionado en la Vita podría responder a las progresivas acciones de sometimiento y control de las provincias hispanas, incluida la Tarraconense, donde, en el contexto de la revuelta bagauda encabezada por un tal Basilio en el 449, hallamos a unos foederati (federados) defendiendo Tyriassone (actual Tarazona, Zaragoza).Footnote56 Según algunos historiadores, probablemente dichos federados fueran soldados visigodos desplazados desde el norte de los Pirineos.Footnote57 Además, siguiendo a Javier Arce, es posible que en aquellas civitates tarraconenses mayores que Tyriassone, como Osca, Ilerda (Lleida), Caesaraugusta (Zaragoza), Pompaelo (Pamplona/Iruña), Tarraco (Tarragona) o Barcino (Barcelona) también hubiera guarniciones organizadas de forma similar.Footnote58 Más tarde, los ejércitos de Eurico tuvieron que someter la oposición de la Tarraconensis militarmente y, en los años 497 y 506, los visigodos ajusticiaron a los líderes de sendas rebeliones que tuvieron lugar en suelo hispano.Footnote59 Teniendo en cuenta este contexto, Andrew Gillett ha comparado con acierto el apresamiento del notable hispano con los agravios y represalias sufridas por algunos magnates galorromanos que quisieron hacer frente de alguna u otra manera a los reyes godos. Hacia el 420 por ejemplo, el aristócrata galo Teodoro, pariente de Avito (emperador de occidente entre julio de 455 y octubre de 456), fue tomado por los godos como un “rehén noble” y, a comienzos de la segunda mitad del mismo siglo, el notable Simplicio de Bourges fue encarcelado por los visigodos. Los principales de Saintes también fueron llevados a prisión, por lo que su obispo Viviano se vio en la obligación de intervenir y, en la década de 470, Eucherio de Bourges, aristócrata que anteriormente optó al cargo de obispo de su civitas, fue encarcelado y ajusticiado por los visigodos.Footnote60

Volviendo al pasaje a analizar, en él se recoge que Orencio fue llamado por unos fideles. Seguramente, se tratase de parientes, allegados o miembros de la red clientelar de la víctima en cuestión, probablemente también de origen hispano, aunque podrían haber venido de algún otro lugar, como la propia Galia. Los grandes aristócratas del Imperio Tardío poseían, generalmente, amplias posesiones a veces geográficamente muy alejadas entre sí, de forma paralela a sus redes clientelares, como es el caso del aquitano Paulino de Pella que, en sus mejores momentos, disponía de propiedades a lo largo del sur de la Galia, el Epiro y Grecia, como se puede ver en su Eucharisticos.Footnote61 Tal como se ha señalado, el auscense se alegró cuando le propusieron el encargo, reacción que, dejando a un lado las convicciones religiosas, éticas y morales que se les suponía a los obispos, podría estar relacionada con el honor que constituía representar a un hombre de alto estatus socio-político y, tal vez, conocido en los círculos aristocráticos del entorno. La elección de Orencio como mediador diplomático es otro indicador que lleva a asumir casi con toda seguridad que la corte real que recibió la legatio era la visigoda. Para esta época, se piensa que la civitas Auscensis estaba bajo dominio del reino visigodo de Toulouse o, al menos, bajo la órbita del mismo.Footnote62 Es posible que Orencio, como obispo de Auch, gozase de cierta autoridad y prestigio en la región y que sobresaliese con cierta holgura sobre el resto de los obispos del suroeste galo debido a sus conocidas labores evangelizadoras, su producción literaria y sus aptitudes diplomáticas. Así, el hecho de que los fideles del vir nobilissimus acudieran al auscense podría deberse a que fueran conocidas sus dotes y experiencia como mediador, especialmente en el entorno visigodo.Footnote63 Igualmente, puede que el origen hispano del obispo favoreciese su elección. Sin embargo, más arriba se ha adelantado que no es posible precisar la fecha ni la identidad del monarca que recibió a Orencio. En el pasaje de la Vita referido a la legatio del año 439, el hagiógrafo incide en la longevidad del religioso, por lo que debió fallecer no muchos años después. En consecuencia, Gillett sugiere como fecha ante quem para esta embajada el 451, año en que el rex Teodorico I perdió la vida en la batalla de los Campos Cataláunicos tras un reinado de más de treinta años.Footnote64

En cuanto a la misión diplomática, parece ser que estuvo compuesta por un solo legatus, el propio Orencio, aunque no sabemos si fue financiada por los allegados del vir nobilissimus o fue el mismo obispo auscense quien asumió todos los gastos. Podemos deducir que los fideles del condenado se encontraron con el religioso en su sede episcopal y que, tras aceptar el encargo, la legatio habría partido hacia Toulouse. Se desconoce si Orencio tuvo acceso a los servicios del cursus publicus, ya que en la hagiografía se omiten los detalles del viaje y del lugar donde se alojó al llegar a su destino. Es posible que, en caso de no disponer de una evectio, el traslado se viese facilitado gracias a su red de amistades o a la iglesia católica, al igual que lo hicieron otros legati de los siglos V y VI, como Viviano de Saintes, Sidonio Apolinar o Gregorio de Tours.Footnote65 En la Vita tampoco se indica la estación del año en que partió la embajada, pero parece que Orencio no invirtió mucho tiempo en el viaje y que tampoco sufrió ningún percance a lo largo del mismo.

Una vez en Tolosa, Orencio pudo ser recibido e interrogado por notables que gozaban de la confianza del monarca. Tras ser averiguadas sus intenciones, no se sabe cuánto tiempo tuvo que haber esperado hasta que fuera atendido por el rex. El anónimo hagiógrafo omite todo lo relativo al protocolo seguido en este tipo de audiencias y pasa directamente a la invitación al convivium real que recibe el obispo por parte del soberano. A ojos del lector del pasaje, puede dar la impresión de que el auscense recibió desde un primer momento un trato cercano, pues fue considerado digno de sentarse a la mesa con el rey y los suyos. Como se ha indicado, los banquetes eran un elemento utilizado con asiduidad durante la Antigüedad para crear un ambiente favorable a la hora de negociar. Según indica Sidonio Apolinar, en la sede real visigoda aquellas sesiones judiciales más importantes atendidas por Teodorico II podían continuar tras la cena en un ambiente más distendido.Footnote66 En el caso del pasaje del convivium de la Vita, previamente referido, el obispo se vio en la necesidad de aceptar la invitación y a bendecir los platos de carne que fueron sirviendo. El hagiógrafo deja entrever que el rex sabía que la carne no formaba parte de la estricta dieta que seguía el religioso. Además, Orencio tuvo que consagrar los alimentos en un entorno donde se profesaba la fe arriana y sobrellevó durante la velada las amenazas de los potentes con los que compartía mesa. Se ignora si el religioso hizo uso de algún intérprete durante toda su estancia.

Este tipo de situaciones en los que la integridad de los obispos, en ocasiones ejerciendo de embajadores, fue puesta en duda durante su comparecencia ante distintos soberanos, puede corresponder a un topos o tópico presente en varias obras hagiográficas que pretendía acrecentar el mérito de los religiosos en su papel de defensores de la comunidad. A este respecto, Andrew Gillett observa ciertos paralelismos entre este pasaje y otras escenas de la corte de Magno Máximo (emperador-usurpador entre 383–388) descritas en la Vita Martini y en los Dialogi, ambas redactadas por Sulpicio Severo (c. 363- s. V).Footnote67 En la primera obra, Magno Máximo invitó a Martín de Tours (s. IV) a un convivium, mientras que en los Dialogi le insistió a que se uniese en comunión con los obispos involucrados en la petición de condena a Prisciliano (c. 340 – c. 385), acusado de hereje. En términos paralelos, la tensión vivida por el auscense ante los platos de carne, el ambiente arriano y las amenazas de los notables presentes pudo haber sido similar a la sufrida por Martín de Tours cuando tuvo que pasar la copa de vino al usurpador.Footnote68 De esta manera, en ambos casos el legatus fue forzado a comprometer su propia integridad para obtener el éxito de sus peticiones. Otros ejemplos demuestran que rechazar la invitación del receptor podía poner en riesgo el éxito de la misión diplomática. En este sentido, décadas más tarde, el embajador Viviano de Saintes fue invitado por Teodorico I o II (no se especifica cuál de los dos) a beber con él, pero el religioso declinó la oferta debido a que interpretó la invitación como una ceremonia de comunión, haciendo enfurecer al monarca arriano. El obispo se retiró a rezar y esa misma noche el rey tuvo una terrible premonición en la que se veía en la necesidad de buscar el perdón de Viviano. En consecuencia, aceptó la petición del episcopus sin que éste tuviera que acudir al convite. Charles Lécrivain opina que este pasaje de la vida de Viviano pudo haber inspirado al anónimo hagiógrafo de Orencio.Footnote69 También en el 474, Epifanio de Pavía (c. 439–498), cuando encabezaba la embajada enviada por Nepote (emperador de Occidente en 474–475, hasta el 480 gobernó solamente en Dalmacia) a la corte visigoda, excusó su asistencia a un banquete al que había sido invitado por el soberano, motivo por el cual el rey se negó a concederle lo que pedía.Footnote70

Este tipo de condiciones que tendían a imponer los usurpadores romanos y los monarcas bárbaros a emisarios foráneos, tenían el propósito de subrayar en un ambiente público la posición de superioridad de estos soberanos. Teniendo en cuenta los ejemplos arriba citados, esta tendencia podía verse reforzada cuando los emisores y receptores no compartían el mismo credo religioso. De esta forma, se ponía el acento en la desigualdad existente entre ambos interlocutores obligando al legatus a aceptar las condiciones impuestas, acatando así su posición sumisa. La negativa a parlamentar bajo estas circunstancias podía poner en peligro la misión, llevándola generalmente al fracaso. En consecuencia, se observa que ya en el siglo V el éxito de la legatio podía estar por encima de la dignidad del legado, una circunstancia que resultaría intolerable para la mentalidad romana de época republicana y altoimperial. En ambos periodos era inadmisible cuestionar el honor del legatus, pues representaba la dignitas (dignidad, virtud) del pueblo romano a la vez que la superioridad del mismo frente a sus interlocutores.Footnote71 En palabras de la investigadora Elena Torregaray, durante la época republicana “jamás, en ningún caso, los senadores romanos reconocen, no ya la superioridad, sino la igualdad de los embajadores de otras comunidades.”Footnote72 El caso analizado es uno de los muchos ejemplos que indican la inversión de los términos de la diplomacia romana durante la época tardía, originada por la progresiva pérdida de su autoridad ante sus enemigos.

Conclusión

A lo largo de estas páginas se ha querido demostrar que el quinto pasaje de la Vita de Orencio, a pesar de su marcado carácter apócrifo, comprende un claro reflejo de la realidad y costumbres diplomáticas de la época. Las dudas con respecto a la historicidad de la Vita en general, incluida la escena del convivium, impiden probar tanto su autenticidad como la absoluta falsedad de sus contenidos. Por ello, no es posible afirmar con rotundidad que la mediación de Orencio pueda ser interpretada como una legatio al uso. Sin embargo, varios aspectos del pasaje guardan ciertas similitudes con algunas prácticas diplomáticas propias de la Antigüedad Tardía, sumándose así al elenco de las fuentes literarias que nos sirven para estudiar la dinámica diplomática del período.

En el análisis del pasaje se ha visto que Orencio de Auch, tras superar las condiciones que se le impusieron, pudo finalizar su misión de forma satisfactoria. No obstante, el auscense pudo cumplir con su cometido a cambio de poner su integridad en entredicho y admitiendo, de este modo, la superioridad política de su receptor de origen bárbaro y, seguramente, arriano, una circunstancia que siglos atrás la mentalidad romana consideraría inadmisible. De todas formas, después de finalizar el encargo, la fama e influencia de Orencio como defensor civitatis se habría visto reforzada. En el pasaje no se menciona que hubiera ningún intercambio de regalos, como tampoco se han conservado referencias en torno al viaje de vuelta de Orencio a su sede ni del destino que deparó al notable hispano. Al interceder con éxito por la vita del mismo, es de suponer que fuese liberado. Del mismo modo, al contrario que otros reos citados más arriba, parece improbable que el vir nobilissimus constituyese una amenaza relevante para los intereses godos pues, de ser así, el monarca se habría mostrado tajante en su decisión de ajusticiarlo. En cambio, sí que es factible considerar al aristócrata hispano como un magnate importante y conocido a nivel regional, capaz de solicitar la intervención del mismísimo obispo de Auch. Por último, la mención de un cautivo de noble cuna y de origen hispano en manos del rex visigodo es otro indicador de la creciente influencia de los visigodos, en la primera mitad del siglo V, más allá de sus fronteras establecidas en el foedus del 418–419, concretamente hacia el sur. Este tipo de casos vienen a confirmar las tensiones, discrepancias y conflictos que tuvieron lugar entre los recién llegados y los provinciales romanos, pudiendo llegar a enmascarar la resistencia ofrecida por la sociedad romana a los cambios que trajo consigo el colapso del Imperio de Occidente, incluido el intento de los aristócratas provinciales por conservar su estatus adaptándose a las nuevas formas de poder que se estaban gestando.

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Notes on contributors

Jokin Lanz

Jokin Lanz es Doctor en Historia Antigua por la Universidad del País Vasco (2017). En la actualidad ejerce como Profesor Ayudante Doctor en la Universidad Pública de Navarra. Sus investigaciones han girado en torno a las prácticas diplomáticas y la resolución de conflictos en las regiones de Vasconia y Aquitania durante la Antigüedad Tardía, pero en estos momentos su labor investigadora se centra en aplicar dicha perspectiva a todo el ámbito occidental en el citado periodo. Las revisiones finales del presente artículo se llevaron a cabo durante una estancia de investigación sobre “El protocolo diplomático en el occidente tardoantiguo (ss. III-VII d.C.) a través de las fuentes griegas” en la Università di Genova entre febrero y abril de 2024, amparado por una ayuda José Castillejo del Ministerio de Universidades. En 2020 fue publicado su libro Los vascones y sus vecinos (siglos II a.C. – VIII d.C.) por el Gobierno de Navarra. Otras publicaciones incluyen “Antzinateko baskoiak: izen eta izanaren arteko eztabaidak (XVI.-XXI. mendeak),” Sancho el Sabio 39 (2016): 33–65, “Un ‘minister quem vulgo mimilogum vocant’ entre los vascones,” Studia Historica. Historia Antigua 35 (2017): 75–94, y “¿Piratas vándalos en el Cantábrico? Acerca de una supuesta incursión marítima de unos Wandali en la Novempopulania (primera mitad del siglo V),” Veleia 37 (2020): 197–210.

Notes

1 Quidam igitur vir nobilissimus genere, ex Hispaniis, praedives facultatibus, invidiam pessimi accusatoris incurrit: apud quem Regis animus ita est aggravatus, ut eo jure ad occidendum exhiberetur. Ad sancti itaque Orientii patrocinia transmissi sunt fideles, qui eum, ut pro ejus vita espatio interveniret, depreati sunt. Tunc congratulabundus Sanctus ad Regem venit, & ab ipso ad convivium est invitatus. Et cum initio regalis prandii, more solito barbarorum, mensa magnis fuisset carnium ferculis onerata; Rex ille humili prece poposcit, ut S. Orientius, quod pro parsimoniae consuetudine non faceret, pro caritate carnalem ederet refectionem. Quod si faceret, quaecumque vellet a Rege obtineret. Tunc ipse, ut regalibus animis satisfaceret, suo tactu sanctificavit epulas, laudavit: hinc fidem poposcit a Rege, ut quaecumque vellet apud Regis animum obtineret. Contaminatis igitur carnibus insolitus cibus supermiscetur. Quo viso, ne hoc quod a Rege petebat impetrare potuisset, turba circumstantium potentum ei comminari coepit. Sed tamen Orientius pollicitum a Rege praemium postulavit: qui non auri argentique talenta, non praediorum culmina, non agrorum spatia quaesivit: sed vitam ejus Hispaniensis sibi praestari poposcit, ante cujus faciem mors terribilis exitum vitae prolato jam gladio minabatur. Cujus supplicationi Rex contraire non valens, concessit ea quae petiit (Vita sancti Orientii 5). Traducción propia a partir de la versión en latín recogida en Henskens, Vita sancti Orientii, 62.

2 Ver Gregorius Turonensis, “In Gloria Confesorum,” 366. En el pasaje 106 de la citada página, Gregorio de Tours parece que quiso dedicar a Orencio un apartado bajo el epígrafe De sancto Orientio episcopo, pero en el lugar en el que debería ir el pasaje encontramos una laguna. La muerte pudo haber sorprendido al obispo turonense antes de que le diera tiempo a redactar dicho apartado, como señala Guérard, “Les derniers travaux,” 101n1.

3 Lécrivain, “Note sur la vie de Saint Orientius,” 257–58; Courcelle, “Trois dîners chez le roi,” 177; Devilliers, “Le conflit entre Romains et Wisigoths,” 118n25; Delaplace, La fin de l’Empire romain, 193.

4 Durán, “San Oriencio, obispo de Auch,” 2. Para una visión general de las diferentes tradiciones: Gómez, Los santos Lorenzo y Orencio, 99–108.

5 Lahargou, “Saint Orient,” 91; Bellanger, “Saint Orens et son poème,” 134–41; Courcelle, Histoire littéraire, 146; Griffe, La Gaule chrétienne, II, 31–34, 69 y 276–77; Rapisarda, Orientii commonitorium, 33–46; Larrañaga, Euskal Herria Antzinatean, nota de la página 334, y El hecho colonial, 584.

6 Rouche, L’Aquitaine, 31–32 y 394–96.

7 Lahargou, “Saint Orient,” 102–03; Gómez, Los santos Lorenzo y Orencio, 99–104.

8 Vita sancti Orientii 4 (edición de Godefroid Henskens, 63).

9 Ellis, Orientius, 205–43. Sobre esta obra, véase Schanz, Hosius y Krüger, Geschichte der römischer Literatur, IV, 2, 367; Lahargou, “Saint Orient,” 95; Bellanger, Le poème d’Orientius, 134–41; Rapisarda, Orientii commonitorium, 33–46; Courcelle, Histoire littéraire, 98–101; Berardino, Patrology IV, 326–28; Villarreal, “Virgilio y San Orencio,” 351; Larrañaga, Euskal Herria Antzinatean, 112, notas 808–12; Wood, “Continuity or Calamity,” 9–10; Gasti, “Note lessicali orienziane,” 32; Rossi, “Los límites de la ficción,” 20. Rouche, L’Aquitaine, 22 y 407–08; La edición crítica de Villarreal, “Commonitorium”; Gillett, Envoys and Political Communication, 138.

10 Vita sancti Orientii 3 (edición de Henskens, 63). Sobre esta misión diplomática, Gillett, Envoys and Political Communication, 139 y 142–43; Lanz, “La legatio enviada por el rey,” 177–93.

11 Gómez, Los santos Lorenzo y Orencio, 105, 113–36; Lahargou, “Saint Orient,” 111; Cuevas, “Juan Miguel de Luna,” 1.

12 Gillett, Envoys and Political Communication, 239.

13 Tal como lo interpretan Gillett, Envoys and Political Communication, 240–41; Lanz, Los vascones y sus vecinos, 202–06.

14 Barnwell, “War and Peace,” 138; Gillett, Envoys and Political Communication, 8–10; Delaplace, La fin de l’Empire romain, 55; Lanz, Los vascones y sus vecinos, 218.

15 Millar, The Emperor, 385; Berenger, “Être ambassadeur,” 84; Gillett, Envoys and Political Communication, 25–26; Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 42–45, “L’usage des présents dans la diplomatie,” 144; Dumézil, “L’ambassadeur,” 241; Hostein, La cité et l’empereur, 82–88; Mathisen, “Patricii, episcopi et sapientes,” 228–29; Torregaray, “Legationes cívicas y provinciales,” 329, “Legatorum Facta,” 127–52; Claudon, “Les ambassades des cités greckes,” 726; Fernández, “De re diplomática cum barbaris,” 434, 456 y 464.

16 Rodríguez, “Las legationes de las ciudades,” 235–37; Torregaray, “Legationes cívicas y provinciales,” 322.

17 Garsoïan, “Le role de l´hiérarchie chrétienne,” 119–20; Fernández, “Ab ore ad audem,” 541; Escribano, “Acción política, económica y social,” 75–76; Mathisen, “Patricii, episcopi et sapientes,” 234–35; Castellanos, “Obispos y murallas. Patrocinio episcopal,” 173–74; Gillett, Envoys and Political Communication, 15, 25 y 234–35; Dumézil, “L’ambassadeur,” 242; Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 132–36 y “La girafe et la clepsydre,” 58–59; Fernández, “De re diplomática cum barbaris,” 450 y 510–13; Nechaeva, Embassies–negotiations–gifts, 98–99; Díaz, “El obispo,” 135–36, 138 y 145; Mentxaka, “Del cursus publicus,” 208. En las publicaciones citadas se recogen varias referencias enmarcadas en el siglo V.

18 Sobre el reclutamiento de las aristocracias laicas hispano–romanas, galo–romanas e itálicas como agentes diplomáticos por los bárbaros en los siglos V y VI, ver Gillett, Envoys and Political Communication, 234–35; Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 35–42, 129–30 y 138–41; Mathisen, “Patricii, episcopi et sapientes,” 234–35.

19 Rodríguez, “Las legationes de las ciudades,” 248; Fuster, “La diplomacia romana en época de los valentinianos,” 414–15; Hurlet, “Les ambassadeurs,” 118.

20 Becker, “L’usage des présents dans la diplomatie,” 144; Dumézil, “L’ambassadeur,” 243.

21 Hydatius, Continuatio chronicorum 96, 98 y 101 (edición de Theodor Mommsem, 22); Salvianus Massiliensis, Gubernatione Dei 7: 9 (en Salvien de Marseille. Œuvres 437); Vita Lupi 5 (en la edición de Bruno Krusch, 297–98); Ennodius, Opera 122–77 (edición de Fridericus Vogel, 99–106); Vita Germani episcopi 19–24 y 28–40 (edición de Wilhelm Levison, 265–69 y 271–80); Vita Bibiani 4–6 (edición de Bruno Krusch, 96–98); Eugippius, Vita Sancti Severini 19: 1–5 (edición de Hermannus Saupe, 17–18); Apollinaris, Epistulae 1: 7.9 (edición de Christianus LvetJohann, 12); Ennodius, Opera 21–25, 51–75, 80–94, 106–10 y 182–89 (edición de Fridericus Vogel, 87, 90–95, 97–98 y 107–08); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 4: 40, 5: 26, 5: 40, 5: 43, 6: 3, 6: 18, 6: 40, 7: 10, 7: 14, 7: 30, 7: 32, 8: 6, 8: 27, 8: 31, 8: 37, 9: 18, 9: 28, 9: 29, 10: 2 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 171–73, 232–33, 247–52, 267–68, 310–13, 332, 334–36, 350, 352–53, 374–75, 390, 397–400, 405, 431–32, 446–48 y 482–83). En el caso de Aniano de Orleans, Vita Aniani episcopi Aurelianensis 9 (edición de Bruno Krusch, 114–15), existen dudas sobre la autenticidad de su entrevista con Atila en el 451, consultar Loyen, “Le rôle de saint Aignan dans la défense,” 74; Castellanos, “Obispos y murallas. Patrocinio episcopal,” 170–72.

22 Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 170–72 y 176–78; Fernández, “De re diplomática cum barbaris,” 474.

23 Barbier, “Un rituel politique,” 255; Dumézil, “L’ambassadeur,” 244–45.

24 Rodríguez, “Las legationes de las ciudades,” 249, 254 y 271; Hurlet, “Les ambassadeurs,” 125; Torregaray, “Legationes cívicas y provinciales,” 322; Claudon, “Les ambassades des cités greckes,” 275 y 277–78.

25 Paola, Viaggi, transporti e instituzioni, 61–73; Rodríguez, “Las legationes de las ciudades,” 257; Espinosa, “Aproximación al funcionamiento de las comunicaciones,” 457; Sillières, “La “vehiculatio” (o “cursus publicus”),” 134.

26 Apollinaris, Epistulae 1: 5.2 y 9, 1: 9.1 (edición de Christianus LvetJohann, 6, 8 y 13–14); Ennodius, Opera 83 (edición de Fridericus Vogel, 94); Cassiodorus Variae 6: 4 y 7: 33 (edición de Theodor Mommsem, 177–78 y 219); Gregorius Turonensis. Libri Historiarum X 5: 40 y 9: 9 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 247–48 y 421–24); Menandros Retor 10: 5 (en The History of Menander the Guardsman, 126); Procopius, Storie segrete 30: 1–11 (edición de Fabrizio Conca, 355–57); Ioannes Ephesius, Historia Ecclesiasticae 3: 6.23 (edición de Ernest W. Brooks, 244–46); Vita Germani episcopi 19–44 (edición de Wilhelm Levison, 265–82). Sobre el cursus publicus en la Antigüedad Tardía, véase Reddé, Mare Nostrum, 445–51; Gillett, Envoys and Political Communication, 239–42 y 252–53; Miranda, Política externa e relações diplomáticas, 76; Vallejo, “El Cursus Publicus en las dos Versiones,” 95–116; Fernández, “Ab ore ad audem,” 549–50, y “‘De re diplomática cum barbaris’: legados, legaciones,” 486–90; Nechaeva, Embassies–negotiations–gifts, 145n197; Mentxaka, “Del cursus publicus y su uso por los obispos,” 163–65 y 202.

27 Fernández, “De re diplomática cum barbaris,” 493.

28 Fernández, “Ab ore ad audem,” 548. Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 7: 9–10 y 15, (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 331–32 y 336–37).

29 Gillett, Envoys and Political Communication, 243–44.

30 Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 167; Fernández, “De re diplomática cum barbaris,” 491.

31 Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 6: 9, 8: 15, 8: 28 y 8: 43 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 279, 380–83, 390–91 y 409–10).

32 Sobre los riesgos del viaje, donde se recogen varios ejemplos significativos, Eck, “Diplomacy,” 204; Berenger, “Être ambassadeur,” 88–98; Fernández, “Ab ore ad audem,” 550–52; Nechaeva, Embassies–negotiations–gifts, 149; Claudon, “Les ambassades des cités greckes,” 361–62. En torno al bandidaje y piratería en la época, Shaw, “Bandits in the Roman Empire,” 14; Álvarez, “La piratería,” 24–25 y 59; Lanz, “¿Piratas vándalos en el Cantábrico?” 201–02.

33 Los ejemplos que encontramos en las fuentes son escasos, entre ellos Procopius, Bella 5: 7.15 (edición de Jakob Haury 34–35); Menandros Retor 21, 23: 9 y 25: 2 (The History of Menander the Guardsman, 192–94, 206–14 y 222–26); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 5: 41, 6: 22, 6: 45, 7: 14, 7: 30, 7: 32–33, 8: 28, 8: 44, 9: 1, 9: 28 y 10: 2–4 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 248, 289–90, 317–19, 334–36, 350, 353–54, 410–11, 414–15, 446–47 y 477–87). También relevantes Bederman, International Law in Antiquity, 114–15; Dumézil, “L’ambassadeur,” 253; Kasser, Ius Gentium, 42–45; Nechaeva, Embassies–negotiations–gifts, 131 y 138–39; Fernández, “Ab ore ad audem,” 544n36 y 551; “De re diplomática cum barbaris,” 467–81, 515–16 y 522; Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 146.

34 Gillett, Envoys and Political Communication, 244–45; Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 167.

35 Ennodius, Opera 60–61, 86, 123 y 152–53 (edición de Fridericus Vogel, 91, 95, 99–100 y 103); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 5: 40, 6: 40, 7: 24, 7: 32, 8: 27, 9: 1 y 10: 2 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 247–48, 310–13, 344, 352–53, 389, 414–15 y 482–83).

36 Gillett, Envoys and Political Communication, 224–25.

37 Fernández, “Ab ore ad audem,” 556; Gillett, Envoys and Political Communication, 258. En torno a los códigos de vestimenta en la Antigüedad Tardía, Arce, Insignia dominationis, 23–24.

38 Apollinaris Epistola 1: 2.9, en Arce, Insignia dominationis, 81 y 102. Valverde, Ideología, 81; Arce, Esperando a los árabes, 62. La corte omeya también imitó y adaptó el protocolo de recepción citado, Barrucand, “Les audiences umayyades et abbassides,” 207.

39 Gillett, Envoys and Political Communication, 246; Fernández, “Ab ore ad audem,” 553.

40 Ennodius, Opera, 63–72, 72, 135 y 168–71 86–91, 124–35, 154–71 y 185–89 (edición de Fridericus Vogel, 92–95, 100–01, 103–05 y 107–08); Constantinus Porphyrogenitus 1: 87 (edición de Johan Jacob Reiske 393–96); Procopius, Bella 5: 7.13–25 (edición de Jakob Haury 34–36); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 6: 31, 7: 14, 8: 13, 8: 35, 9: 20 y 10: 3 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 404, 414–15 y 483–87). Para el caso de la corte imperial en el siglo VI, Fernández, “Ab ore ad audem,” 554.

41 Vita Germani episcopi 28 (edición de Wilhelm Levison, 271–72); Vita Lupi 5 (edición de Bruno Krusch, 297–98); Ennodius, Opera 85–89 (edición de Fridericus Vogel, 94–95). Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 170–73 y 178.

42 Algunos ejemplos: Apollinaris, Epistulae 4: 8.5 (edición de Christianus LvetJohann, 60); Cassiodorus, Variae 1: 45–6, 2: 40–1 y 5: 1.2 (edición de Theodor Mommsem, 41–42, 70–73 y 143); Sulpicius Severus, Dialogi 2: 5 (edición de Jacques Paul Migne, 204–05); Constantius, Vita Germani episcopi 24 (edición de Wilhelm Levison, 268–69); Vita Bibiani 6 (edición de Bruno Krusch, 97–98); Ennodius, Opera 88 (edición de Fridericus Vogel, 95); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 3: 24, 4: 40, 6: 2 y 9: 28 (en la edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 123, 171–73, 266–67 y 446–47). Véase Gillett, Envoys and Political Communication, 256; Dumézil, “L’ambassadeur,” 246, 252; Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 179–82; Miranda, Política externa e relações diplomáticas, 103.

43 Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 9: 20 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 434–41).

44 Sulpicius Severus, Dialogi 3: 11–14 (edición de Jacques Paul Migne, 217–20); Sulpicius Severus, De vita Beati Martini 20 (edición de Jacques Paul Migne, 171–72); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 2: 35, 6: 40, 8: 14 y 9: 11 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 80–81, 310–13, 380 y 426). Además, Becker, Les relations diplomatiques romano–barbares, 188–90, recoge las referencias sobre la asistencia de emisarios romanos a banquetes organizados por Atila y algunos miembros de su corte. Courcelle, Histoire littéraire, 146; Mathisen y Sivan, “Forging a New Identity,” 29; Gillett, Envoys and Political Communication, 140–41; Lanz, “La legatio enviada por el rey,” 141 y 202–03.

45 Rodríguez, “Las legationes de las ciudades,” 269–70; Claudon, “Les ambassades des cités greckes,” 438.

46 Crogiez–Petrequin, “Le cursus publicus et la circulation,” 61; Millar, The Emperor, 382; Gillett, Envoys and Political Communication, 23, 238–39 y 242; McCormick, Orígenes de la economía europea, 470; Rodríguez, “Las legationes de las ciudades,” 270; Dumézil, “L’ambassadeur,” 249; Fernández, “De re diplomatica cum barbaris,” 499–01.

47 Gillett, Envoys and Political Communication, 15 y 25. Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 3: 33 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 128–29).

48 Apollinaris, Epistulae 7: 9–25 (edición de Christianus LvetJohann, 117); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 1: 46, 5: 36 y 10: 31 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 30, 242–43 y 526–29).

49 Vita sancti Orientii 5 (edición de Godefroid Henskens, 63).

50 Vita sancti Orientii 3 (edición de Godefroid Henskens, 63); Salvianus Massiliensis, Gubernatione Dei 7: 9 (en Salvien de Marseille. Œuvres 437). Véase Lanz, “La legatio enviada por el rey,” 177–93.

51 Bellanger, “Saint Orens et son poème,” 137; Courcelle, “Trois dîners chez le roi,” 177; Devilliers, “Le conflit entre Romains et Wisigoths,” 118n25; Gillett, Envoys and Political Communication, 140; Delaplace, La fin de l’Empire romain, 193; Lanz, Los vascones y sus vecinos, 181.

52 Lahargou, “Saint Orient,” 109,

53 Arce, Bárbaros y romanos en Hispania.

54 Véase: Rouche, L’Aquitaine, 23 y 31–32; Jiménez, Orígenes y desarrollo, 74; Mussot–Goulard, Les Goths, 84 y 90; Besga, Domuit vascones: el País Vasco, 118; Larrañaga, El hecho colonial, 215 y nota 193; Modéran, “Les provinces d’Afrique à l’époque vandale,” 243–44; Halsall, Las migraciones bárbaras y el occidente romano, 263; Delaplace, La fin de l’Empire romain, 175). Véase Rouche, L’Aquitaine: des Wisigoths aux Arabes, 31–32.

55 Sobre los límites geográficos del reino suevo de Gallaecia: Díaz, El reino suevo, 119–20. García, “Vincentius dux provinciae Tarraconensis,” 89, e Historia de España visigoda, 49; Arce, Bárbaros y romanos en Hispania, 135–38 y 143–44; Díaz, El reino suevo, 58–59; Pérez, “El final del Imperio romano de Occidente,” 133–36; Delaplace, La fin de l’Empire romain, 277; Lanz, Los vascones y sus vecinos, 125.

56 Hydatius, Continuatio chronicorum 141 (edición de Theodor Mommsem, 25).

57 Espinosa, Calagurris Iulia, 262 y 266–67; García, Historia de España visigoda, 59–60; Sánchez, Los Bagaudas, rebeldes, demonios, mártires, 22–23; Escribano y Fatás, La Antigüedad, 120; Arce, Bárbaros y romanos en Hispania, 162–63; Moreno, “La derrota de los Bacavdae Aracellitani,” 31.

58 Arce, Bárbaros y romanos en Hispania, 162.

59 Véase las referencias de la nota 55; Arce, Bárbaros y romanos en Hispania, 144–46 y 170–72.

60 Gillett, Envoys and Political Communication, 140. Apollinaris, Carmina, 7: 215–20 (edición de Christianus LvetJohann, 208–09); Apollinaris, Epistulae 7: 9.20 (edición de Christianus LvetJohann, 116); Vita Bibiani 4–5 (edición de Bruno Krusch, 96–97); Gregorius Turonensis, Libri Historiarum X 2: 20 (edición de Bruno Krusch y Wilhelm Levison, 65–67).

61 Paulinus Pellaeus, Eucharisticos 284–85, 309–10, 414–15 y 521–22 (en Ausonius, 326, 328, 336 y 344).

62 Véase nota 54.

63 En relación a esto, Castellanos, “Obispos y murallas. Patrocinio episcopal,” 172–73.

64 Gillett, Envoys and Political Communication, 140.

65 Véase notas 31 y 44.

66 Véase nota 38.

67 Gillett, Envoys and Political Communication, 141.

68 Véase nota 44.

69 Vita Bibiani 6 (edición de Bruno Krusch, 97–98). Lécrivain, “Note sur la vie de saint Orientius,” 257–58.

70 Ennodius, Opera 92 (edición de Fridericus Vogel, 95). Véase Mathisen y Sivan, “Forging a New Identity,” 29.

71 Torregaray, “Legatorum Facta,” 145; Becker, “La girafe et la clepsydre,” 33.

72 Torregaray, “Legatorum Facta,” 150.

Trabajos citados

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