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Leyendo a Ortega como una mujer

 

ABSTRACT

In some of his most famous works, José Ortega y Gasset reflected about women, about their capacity for heroism, about female lyricism, about the traditional association of women with Nature, etc. On the other hand, Ortega’s theories about reading are very interesting and we precisely will use them to do a feminist reading of these texts in which the Spanish philosopher explains his opinions about women. We will analyse the form in which Ortega reads to Safo, Ana de Noailles, Victoria Ocampo and Simone de Beauvoir, and we will also examine the relationship that he maintained with Rosa Chacel and María Zambrano.

Notes

1 Me valgo aquí del célebre ensayo de Jonathan Culler “Leyendo como una mujer” (1982), que destaca precisamente por lo afortunado de su título, así como por haber logrado una clarificadora síntesis de las aportaciones del feminismo a la crítica literaria y por estar muy bien documentado con oportunas citas de Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Kate Millet, Mary Ellmann, Luce Irigaray, Elaine Showalter, Annette Kolodny, Judith Fetterley, Carolyn Heilburn, etc. Para no perder de vista la profunda reflexión que la filosofía posmoderna, y sobre todo la deconstrucción, ha hecho de los conceptos de identidad y experiencia, en los que supuestamente se basa todo proceso de lectura en general, y todo proceso de lectura feminista en particular, me parece conveniente mencionar las palabras finales del ensayo de Jonathan Culler, que parafrasean las de Peggy Kamuf en “Escribir como una mujer” (1980): “Para una mujer leer como una mujer no es repetir una identidad o una experiencia ya dada sino representar un papel que construye con referencia a su identidad como mujer, que también ha sido construida, de manera que la serie puede continuar: una mujer leyendo como una mujer leyendo como una mujer. La no coincidencia revela un intervalo, una división dentro de la mujer o de cualquier sujeto lector y la “experiencia” de ese sujeto” (1982: 61). Sobre el esencialismo en la crítica feminista y su controvertida relación con la deconstrucción, es muy clarificador el trabajo de Diana Fuss, “Leer como una feminista” (1989).

2 Noailles, dice Ortega, “hila cada lustro los versos de un libro que es siempre parejo a los anteriores –tan bello, tan cálido, tan voluptuoso. Diríase que el libro precedente se deshizo y fue necesario volverlo a tejer. Ana de Noailles es, literariamente, Penélope” (113). Obsérvese de qué manera tan sutil, tan gentil, le está haciendo Ortega un severo reproche a Noailles. Tampoco le agrada lo que va a denominar “perpetua cantinela voluptuosa” (115), un “erotismo tan exclusivista” que, en su opinión, “fatiga un poco al lector” (114). Victoria Ocampo vio enseguida que la gentileza de Ortega con Noailles ocultaba una actitud de condescendencia y censura: “Yo no estoy muy segura de que esto sea un cumplido. Ortega posee el arte de decir, a propósito de las mujeres, cosas tan amablemente presentadas que es difícil advertir la indigesta condescendencia de que están llenas. Cumplido o no, la comparación es feliz porque es exacta. Por lo demás, Anna de Noailles no es, entre los escritores, el único al que pueda aplicársele esa observación. Conozco yo más de un Penélope masculino que no le cede en nada” (1934a: 27). Más recientemente, Pilar Allegue Aguete ha subrayado “la concepción patriarcal, jerárquica, que subyace en las elocuentes y amables palabras de Ortega para con las mujeres” (1992: 181).

3 Y no menos repulsa supongo que le habrían producido las tesis de Ortega en “Oknos el soguero”, artículo publicado en el segundo número de la Revista de Occidente. Ortega contrapone aquí el “útero cavernoso y arcano”, “símbolo de una cultura hembra”, dionisíaca y destructiva, al “falo que inicia la ascensión hacia los dioses del sol y del rayo”, hacia Apolo, el “representante de una cultura masculina, portadora de luz y de alegría” (1923b: 192).

4 En 1933, con ocasión del fallecimiento de Ana de Noailles, Victoria Ocampo pronunciará la conferencia “Anne de Noailles y su poesía”, en la que, sin querer “buscarle pleito a Ortega” (1934a: 35), refuta todo lo que éste había dicho a propósito de Noailles, y en particular, la asociación de la mujer con lo privado y del hombre con lo público.

5 La Revista de Occidente publicó en 1934b su “Carta a Virginia Woolf”, en la que Ocampo comenta con pasión Una habitación propia.

6 Caigo en la tentación de la cita erudita, por más que en esta ocasión quisiera evitarla. La antología de Robert Archer Misoginia y defensa de las mujeres. Antología de textos medievales (2001) puede ser una buena y elegante forma de introducirse en el tema, pero, si se busca algo más subido de tono, Política sexual de Kate Millet (Citation1969) nunca defrauda.

7 Ortega es consciente de lo “políticamente incorrectas” que pueden parecer las opiniones de Olmedo, y con la intención de autorizarlas cita a Nietzsche: “(…) esto que yo digo lo dijo ya en cifra, muchos años hace, nuestro amigo FEDE (Olmedo llama FEDE a Federico Nietzsche)” (1927b: 184).

8 La noción de esencia preexistencia aparece en el prólogo que escribió para la Introducción a las ciencias del espíritu de Dilthey (1956): “Lo que un hombre o una obra del hombre es no empieza con su existencia, sino que en su mayor porción precede a ésta. Se halla preformado en la colectividad donde empieza a vivir” (1956: 15–16).

9 La verdad es que la presencia de las mujeres en la Revista de Occidente constituye, como ha señalado Magdalena Mora, “un sabio y delicado equilibro, a la vez que un desmentido, a la reiterada, derogatoria y masculina especulación” sobre ellas (1987: 193).

10 De “untuosa cortesía” ha calificado Amelia Valcárcel la actitud de Ortega y este juicio lo ha corroborado Marcia Castillo Martín al hablar de la hábil “estrategia de adulación” desplegada con el único fin de afirmar la inferioridad intelectual de las mujeres (2003: 43).

11 “La filosofía no se puede leer – es preciso desleerla – quiero decir, repensar cada frase, y esto supone romperla en sus vocablos ingredientes, tomar cada uno de ellos y, en vez de contentarse con mirar su amena superficie, tirarse de cabeza dentro de él, sumirse en él, descender a su entraña significativa, ver bien su autonomía y sus límites para salir de nuevo al aire libre, dueño de su secreto interior. (…) A la lectura deslizante u horizontal, al simple patinar mental hay que sustituir por la lectura vertical, la inmersión en el pequeño abismo que es cada palabra – fértil buceo sin escafandra” (Ortega y Gasset Citation1929: 60–61).

12 Hay en el ámbito de la crítica feminista señeros ejemplos de lo que se vino a llamar lectura a contrapelo, término que Toril Moi utiliza para dar cuenta de algunas de las irreverentes lecturas de Kate Millet en Política sexual sobre las obras de Norman Mailer, Henry Miller o D. H. Lawrence (Moi Citation1988: 38), y que tan emparentado está con otro afortunadísmo marbete: el de lectora resistente, acuñado por Judith Fetterley en 1978. Los nombres de Annette Kolodny (Citation1980) y Patrocinio P. Schweickart (Citation1989), por citar sólo algunos, vendrían a sumarse a estos y a los de Peggy Kamuf, Jonathan Culler y Diana Fuss que mencionamos antes (ver la nota número 1), y que son de referencia obligada cuando se trata de reflexionar sobre la posibilidad de una teoría feminista de la lectura.

13 Intentará incluso dar la vuelta a las tesis de Beauvoir sobre el carácter histórico, que no biológico, de la feminidad, intentará hacernos creer que Beauvoir pone un énfasis inusitado en la biología: “Lo que llamamos “mujer” no es producto de la naturaleza, sino una invención de la historia como lo es el arte. Por eso son tan poco fecundas, tan superfluas las cuantiosas páginas que la señora Beauvoir dedica a la biología de los sexos. (…) Mucho más fértil que estudiar a la mujer zoológicamente sería contemplarla como un género literario o una tradición artística” (140). Definitivamente Ortega no ha leído El segundo sexo. Es la misma conclusión a la que llegó en 1989 Jesús María Osés Gorráiz: “Pienso que Ortega no leyó toda la obra de Simone y, si la leyó es completamente injusta su crítica pues la compañera de Sartre no se queda ni mucho menos en un planteamiento meramente biologista del problema de la mujer…” (1989: 44).

14 “Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre del tamaño doble del natural” (Woolf Citation1929: 51).

15 La primera edición se publicó en Madrid, en la editorial Taurus.

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