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Ficciones que se bifurcan: la presencia de Borges en Cien años de soledad

Pages 41-54 | Published online: 19 Mar 2012
 

Abstract

This article explores the presence of Jorge Luis Borges's texts in Gabriel García Márquez's Cien años de soledad. It begins with a discussion of some of the critical essays that analyze commonalities between Borges's works and García Márquez's novel. It then focuses on the textual analysis and meaning of four topics, considered recurrent themes in Borges's texts, that are used by Marquez: 1) the fantastic invention of an “Aleph” (a kind of magical lens through which everything around the world can be seen in an instant); 2) the search for a totalizing language; 3) memory, oblivion, and their relations with the creation of languages; and 4) dreams and insomnia as paths to analyze notions such as the infinite, repetitions, and death.

Acknowledgments

Natalia Crespo's research focuses on nineteenth- and twentieth-century Argentine literature. She is the author of several academic articles and of the book Parodias al canon: Reescrituras en la literatura hispana contemporánea (Corregidor, 2012).

Notes

1. Escribe Cope: “Borges stood aside from the sub-continent's mood of political and ethnic interweaving just far enough to adapt and expand its special metaphors into infinitudes of imaginary place” (154).

2. Se ha escrito mucho en torno a la noción de intertextualidad, sobre todo desde el estructuralismo francés, aunque no solamente. Así, la línea que Kristeva retoma de Bakhtin se continúa luego en Gérard Genette (quien hace una tipología de cinco intertextualidades), y en M. Rifaterre, que propone en “L’intertexte inconnu” hasta qué punto cada obra se gesta sobre una red infinita de intertextos (culturales, sociales, históricos, literarios) que gravitan de manera constante en el inconsciente del creador.

3. Me referiré a relación intertextual y no ya a relación dialógica, dado que la dialogicidad—concepto originado en los estudios de Bakhtin sobre las novelas de Dostoievski—supone no ya la presencia de obras precedentes en cada texto sino la coexistencia en la prosa de al menos dos discursos. Se trata de un concepto en torno a lo conversacional y no a lo literario anterior. Según explica Bakhtin en la novela—el género dialógico por excelencia—coexisten voces provenientes del “ámbito social de todos los hablantes” (Lehmann 370), “de todos los sujetos participantes de una comunidad de signos” (Lachmann 188). Por dar lugar a voces y puntos de vista diversos, la novela queda liberada del peso de la univocidad, del dominio de una sola verdad o monovalencia y se torna, por ello, al menos bivocal o, en la mayoría de los casos, heteroglósica en un sentido social, dando cuenta lingüísticamente de las diversas esferas de la actividad humana.

4. Algunos críticos han trabajado el tema de las influencias que recibiera García Márquez de otros autores colombianos, como por ejemplo de Eduardo Zalamea Borda (Cobo-Borda 355–64).

5. En torno a los espejismos y a la reflexión sobre el propio ser que debe hacer el lector de Cien años de soledad ha escrito, entre otros, Nicasio Urbina. Tras comparar la novela de García Márquez con el cuento “Las ruinas circulares,” el crítico colombiano escribe: “La concepción que emerge de Cien años de soledad sugiere que así como la realidad de Macondo y sus habitantes es un juego de espejismos, nuestra propia existencia puede estar sujeta a principios similares, y que nuestro acto de lectura puede a la vez ser una versión de otro texto, de otro juego de ilusiones en que estamos inscritos. De esta forma la novela nos lleva a cuestionar nuestra propia existencia, nuestra realidad física y nuestra significación metafísica, es decir nos enfrenta a nuestra propia ontología” (148).

6. Los aportes principales de Suzanne Jill Levine son, quizás, la hipótesis misma de una cadena de cuatro nudos que se inicia con el autor de Vies imaginaires y la innegable influencia del escritor francés en Borges y en Woolf. También resultan muy convincentes las anotaciones en torno a la labor de Borges como traductor de Orlando, sobre todo si tenemos en cuenta que García Márquez debe haber leído la novela de Woolf en la traducción que de ella hizo Borges. Convence menos, sin embargo, la historia literaria que Levine quiere trazar en torno al género “biografía imaginaria”: puesto que si las vidas que narra Borges en Historia universal de la infamia se basan en personajes de existencia real y tienen, todas ellas, intertextos concretos, especificados en la última página del libro (podríamos denominarlas “biografías apócrifas”), la historia del coronel Aureliano Buendía de Cien años de soledad tiene como base histórica principal las memorias del escritor sobre la figura de su abuelo. Las fuentes de unas y otra “biografía” (la adscripción a este género ya acarrea conflictos de antemano) son, pues, muy diferentes. Es peligroso, en mi opinión, agrupar a ambas bajo el mismo rótulo de “biografías imaginarias.” Por otra parte, el análisis estilístico de las semejanzas entre Borges y García Márquez es demasiado general. Levine toma como punto de contacto el uso de las enumeraciones, pero no anota qué significa enumerar en cada una de estas obras ni tampoco da ejemplos suficientes. Las enumeraciones borgeanas son muy distintas a las de García Márquez. Mientras que las de Borges han sido calificadas como “enumeraciones heteróclitas” (Molloy 193) y buscan generar un efecto de totalidad (ver, por ejemplo, las enumeraciones tan típicamente borgeanas que hace el narrador del cuento “El Aleph,” en las páginas 156 y 165) se ha considerado que las enumeraciones del escritor colombiano tienen “facultades adormecedoras” ya que tienden a “concentrar la atención del lector en la música y el número” (Vargas Llosa 596). Lo que sin duda se desprende del artículo de Suzanne Jill Levine es la importancia de aquel análisis que coteje la versión original de Orlando con la traducción de Borges y la novela de Macondo, con el fin de hallar la influencia del Borges traductor en la obra colombiana.

7. Escrito casi treinta años más tarde, el libro de Jean Franco The Decline and Fall of the Lettered City parece, por momentos, estar en diálogo con este artículo de Rodríguez Monegal.

8. El erudito uruguayo menciona a Borges tres veces a lo largo de su artículo. La primera, explica que fue la traducción borgeana de Orlando la que, por iniciativa de Victoria Ocampo, circuló entre los lectores latinoamericanos. La segunda vez, sugiere que “contribuye al anacronismo otra suerte de interpolación que practica García Márquez siguiendo esta vez un juego a que es muy aficionado Jorge Luis Borges” (33). Y agrega: “Se trata de la introducción de personajes de la ficción literaria o de seres reales dentro de la fábrica de la novela” (33). Pero, cuando esperamos una explicación más detallada o ejemplificada de este rasgo borgeano usado por García Márquez, el texto se desvía hacia las conexiones con otros escritores, como Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, y Julio Cortázar.

9. Pero indicada sólo al pasar.

10. Podríamos agregar a esta lista de “tantos” y “tantas”: tantos sueños, tantos cuartos infinitos (volveremos sobre esto), tantos tigres (recordemos que Aureliano Segundo se disfraza de tigre para el carnaval, 306), y tanto sentido apocalíptico (al igual que en “La biblioteca de Babel,” en Cien años de soledad la humanidad parece extinguirse hacia el final del texto).

11. Palencia-Roth hace un análisis muy completo del tiempo mítico en Cien años de soledad, tanto en la introducción de su libro (Gabriel García Márquez. La línea 13–24) como en el capítulo dedicado a esta novela (61–128). Véanse, asimismo, las referencias a la obra de Borges en relación con el escritor colombiano (13, 21, 63, 68, 113, 117–20, 124, 183, 205, 227, 242).

12. El tiempo es uno de los aspectos más trabajados de la novela. Entre los varios estudios existentes, cabe mencionar: el de Julio Ortega en su artículo “Cien años de soledad,” el concepto de Cesare Segre sobre “il tempo curvo,” la interpretación de Ileana Rodríguez sobre la circularidad (80–86).

13. Borges, en un gesto casi de auto-parodia, parece caricaturizar su afán por el tema del lenguaje y del desciframiento en una figura muy pintoresca de este cuento llamada “el descifrador ambulante” (91).

14. El matiz didáctico puede inferirse a través de la elección del verbo “repetir” que encabeza la frase y a través del uso del plural colectivo para el pronombre posesivo (se dice “nuestra percepción” y no, simplemente, “la percepción”).

15. Más que de Borges, este gesto parece heredado de Lewis Carroll. En Alice in Wonderland también se hace necesario, a raíz del olvido del lenguaje, nominar los objetos con cartelitos identificatorios.

16. El adjetivo no es casual: un nuevo guiño a Borges.

17. A menos que se aclare lo contrario, ésta y todas las itálicas de las citas son originales.

18. De esta arbitrariedad lingüística se burla también el narrador de “La biblioteca de Babel” en una oración fundamental en el cuento y colocada capciosamente entre paréntesis: “(Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?)” (98). Como puede verse a través de la interrogación, la burla no es sólo filosófica, también está dirigida al lector, al “tú, que me lees.”

19. La cualidad de controlar el contenido y el momento de cada sueño está a tono con la capacidad, mencionada unas líneas antes, de regir el peso del propio cuerpo: “… en su prolongada estancia bajo el castaño había desarrollado la facultad de aumentar de peso voluntariamente” (240). Al parecer, en los días previos a su muerte, José Arcadio se hace dueño de poderes físicos y psíquicos carentes en otra gente (decidir subir de peso y soñar algo en particular) y, al mismo tiempo, carece del gobierno corporal mínimo que implica instalarse en uno u otro sitio de la casa—recordemos que de la cama al castaño “no fue por su voluntad sino por una costumbre del cuerpo” (240).

20. Los temas de la repetición y el doble han sido analizados por Josefina Ludmer. Mario Vargas Llosa también ha teorizado sobre ello: “La repetición es un procedimiento ‘encantatorio’: repetir ciertas palabras o frases según cierto método, ha sido desde siempre una manera de comunicaciones con ‘lo oculto’” (605).

21. ¿Sabía Prudencio Aguilar, al tocarle el hombro, que ése no era el cuarto de la “realidad”?, ¿fue un error involuntario o una venganza muchos años postergada o, más bien, deberíamos pensar que la muerte de José Arcadio se debió a una confusión del propio fundador?

22. Recordemos que el mago primero “soñó con un corazón que latía” (60), más adelante sueña pelo por pelo la cabellera del mancebo y, finalmente, termina su creación con añadidos pedagógicos en sueños que prolonga lo máximo posible.

23. “It is possible to see many of his stories as fictions that speculate with philosophical ideas in the same way as other fantastic fictions develop scientific or psychological issues. In this sense, Borges’ stories are the narrative mise-en-scène of a question which is not posed overtly but which is presented in the fiction, through the development of a plot” (Sarlo 54).

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