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Article

La retórica de la peste: imaginería apocalíptica en los tratados de peste del Renacimiento peninsular

Pages 57-70 | Published online: 11 Jun 2014
 

Abstract

This article examines the spectacular representation of plague in three Renaissance medical treatises written in vernacular Spanish: Hexámeron theologal sobre el regimiento medicinal contra la pestilencia (1519) by Pedro Ciruelo, Discurso breve sobre la cura y preservación de la pestilencia (1556) by Andrés Laguna, and Remedios preservativos y curativos para en tiempo de peste (1597) by Miguel Martínez de Leyva. Heavily tinged with catastrophic nuances, these treatises include hyperbolic prologues where the authors engage in a discussion about which of the four apocalyptic foes is the worst, concluding that plague is the most fearful one, as it not only leads men to death, but it also provokes the dissolution of social structures. Understanding these texts as spaces of negotiation where both anxieties over illness and a rationalizing intention converge, this study explores their organizing rhetoric and, more concretely, the symbolic value of rhetoric, which emerges here as weapon and antidote against the chaos summoned by plague.

Notes

A estos datos relativos al interés que suscitaba la epidemia, habría que añadir obras o menciones sobre otras viejas y “nuevas” enfermedades consideradas epidémicas (i.e., “pestilenciales”) y, por tanto, frecuentemente descritas dentro del marco bíblico del castigo divino. La historia de la medicina distingue claramente la peste de estas enfermedades “pestilenciales,” que por razones de concisión y de precisión categórica no entrarán en este análisis. Como proyecto futuro, cabría examinar estos trabajos, para comprobar en qué medida la imaginería apocalíptica interviene en estas descripciones. Entre las enfermedades ya conocidas en su época, tenemos la viruela, el sarampión y el catarro, objeto de estudio de autores como Alfonso López de Corella, Andrés Zamudio de Alfaro y el mismo Luis Mercado. En cuanto a las “nuevas” enfermedades, me refiero al morbo gálico (conocida hoy como sífilis), al garrotillo (el crup) y al tabardillo (tifus). Estas tres últimas no habían sido registradas o identificadas en el corpus hipocrático, por lo que despertaron el interés de autores como Francisco López de Villalobos o Luis Lobera de Ávila, por citar sólo los más populares. El morbo gálico, en particular, más que caer en la trampa simbólica del apocalipsis, se fijó como metáfora bélica, en un fenómeno de “proyección” ya descrito por Diane Cady y Theodore Rosebury. Cada país europeo afectado por este mal nombró la enfermedad de una forma distinta, dependiendo de sus rivalidades políticas (“morbo gálico” en España, Inglaterra, Alemania e Italia; “mal de Nápoles” en Francia; “mal español” en Flandes; “enfermedad castellana” en Portugal, etc. [Rosebury 30]), haciendo así que la enfermedad participara (simbólicamente) en discusiones sobre la nacionalidad. La enfermedad, de este modo, se convirtió en metáfora de un ejército invasor. Así es como lo registra el propio Miguel Martínez de Leyva en el capítulo cuarto de sus Remedios, cuando observa “la sangre del Frances enemigo, es veneno, mezclado con la sangre Española, y de tal mezcla no podia nacer sino algun monstruoso contagio” (fol. 47 v).

Tal y como expone José María López Piñero, “la lengua vulgar dominó en las materias de carácter aplicado y en los enfoques ajenos al mundo académico, mientras que el latín encontró su principal reducto en la exposición académica de temas teóricos” (140).

Sólo algunos ejemplos de la heterogeneidad del discurso médico: Remedio de cuerpos y silva de experiencias (1542) de Luis Lobera de Ávila (obra en verso); Los problemas de Villalobos (1543) de Francisco López de Villalobos (combinación de estrofa popular y glosa erudita); Nueva filosofía de la naturaleza del hombre (1587) de Oliva Sabuco de Nantes (uso de la estética pastoril); Libro de la anatomía del hombre (1551) de Bernardino Montaña de Monserrate (uso de la alegoría en el “Sueño”); República original sacada del cuerpo humano (1587) de Jerónimo Merola (alegoría política cuerpo-estado).

Otros tratados en romance publicados durante este siglo, listados en el estudio de Granjel, son: Tratado contra toda pestilencia (1518) de Alonso Espina, Libro de pestilencia (1542) de Luis Lobera de Ávila, Información y curación de la peste (1565) de Juan Tomás Porcell, Alivio de pestilencia (1570) de Pedro de Azeredo, y el Libro de la peste (1599) de Luis Mercado (Granjel 203–08).

Mi estudio arranca de la sorpresa de encontrar similitudes retóricas entre los tres tratados de mi corpus, que incorporan prólogos espectaculares con referencias apocalípticas. Está por comprobar si las particularidades retóricas que identifico en estos textos se verifican en los demás tratados renacentistas de la peste, cuestión a la que, debido a las actuales limitaciones de accesibilidad a las fuentes, regresaré en una próxima investigación. Desafortunadamente aún restan por publicar un gran número de obras primarias del corpus médico premoderno peninsular, haciendo que todo análisis corra el riesgo de ser incompleto. María Nieves Sánchez ha editado una serie de tratados breves en romance de principios del siglo XVI, escritos por autores de la generación precedente a Laguna, las de los médicos de la España de Isabel y Fernando: Velasco de Taranta (Tratado de la peste [1484, 1507]), Fernando Álvarez (Regimiento contra la peste [1501]), Diego Álvarez Chanca (Tratado nuevo [1506]), y el Licenciado Fores (Tratado util e muy provechoso contra toda pestilencia e ayre corrupto [1507]). A estas obras precedentes no les dedico especial atención porque no son particularmente interesantes para el análisis retórico. Tal y como afirma María Nieves Sánchez: “todos ellos recogen una larga tradición médica que se manifiesta de forma explícita mediante frecuentes citas o referencias a Avicena o Galeno fundamentalmente y, en menor medida, a Rhazes e Hipócrates” (8–9). En general, son textos excesivamente concisos y con muy pocas variaciones, donde las aportaciones ideológicas y literarias del autor son poco perceptibles. El Hexámeron theologal de Ciruelo y, mucho más claramente, el Discurso breve de Laguna marcan esta tendencia retórica a la “espectacularización” apocalíptica de la peste, que exacerbará Martínez en sus Remedios. Por otro lado está el Libro de la peste (1599) de Mercado, considerado la tercera pieza de la tríada canónica de la tratadística de la peste del Renacimiento español (Laguna, Martínez, y Mercado). En esta obra, imbuída por el espíritu de la Contrarreforma, destaca su “escolasticismo exagerado” y su gusto por los sofismas (Carreras Panchón 46). Sin embargo, en ella no aparecen imágenes explícitamente apocalípticas, aunque es visible un deseo de marcar el “vacío” retórico dejado por estas imágenes. Por este motivo, no formará parte de mi corpus de análisis, si bien en ocasiones notaré su particular estrategia de evocación apocalíptica a través de la ausencia.

Para una visión más concreta del panorama político y económico de la época, véase el trabajo de John Huxtable Elliot.

El argumento general de su artículo, sin embargo, resulta muy discutible al sugerir una separación disciplinaria anacrónica entre la filosofía natural y la teología.

Entre los autores citados por Smoller se hallan Gregory of Tours, Matthew Paris y Heinrich of Herford.

Traducción: “poder sobre las cuatro partes de la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con la muerte [peste] y con las fieras de la tierra.”

Por su parte, Mercado también se refiere a la ruptura de lazos familiares, explicando:

en breve tiempo crece [la peste], con tan furiosa crueldad, que hace que desamparen los padres a los hijos y las mujeres a los maridos, y que no haya quien mire sino por sí, dejando a lo que más quiere y le duele en manos de la más cruel y mortal enfermedad que puede encarecerse, pues a veces tienen los enfermos de ella más deseo de ver su fin y muerte que paciencia y ánimo para sufrir el miserable desamparo de los suyos en que se ven. (227–28)

Mercado parece preocupado por la disolución de la comunidad o de la unidad, subrayando que en tiempos de peste no hay “quien mire sino por sí,” es decir, que anteponga sus propios intereses a los de la comunidad. Es por ello que sus soluciones se dirigen a la recuperación de cohesión social, compensando la disolución familiar con una presencia organizada de los poderes políticos para salvaguardar el orden. La comunidad se hace funcionar orgánicamente y se mantiene un orden estricto basado en la responsabilidad civil. Dentro del paradigma girardiano, Mercado propone la ratificación y visibilización de diferencias civiles: los líderes deben reafirmar su autoridad sobre los miembros de la comunidad, haciendo así visible el organigrama de responsabilidades.

El Libro de la peste, que no hace uso del imaginario apocalíptico en el prólogo, sin embargo, también incluye una enumeración de tres remedios contra la peste: “Oro, fuego y castigo. Oro, para no reparar en costa ninguna que se ofrezca. Fuego, para quemar ropa y casas, que ningún rastro quede. Castigo público y grande, para quien quebrare las leyes y orden que se les diere en la defensa y cura de estas enfermedades” (Mercado 155–56). La formulación de Mercado evoca el tópico médico clásico del cito, longe & tarde, una asociación mnemónica que contenía tres consejos para guardarse de la peste: huir con rapidez de las ciudades infectadas, permanecer alejado y regresar al hogar lo más tarde posible (cfr. Martínez, dedicatoria; Lobera 171). Mercado sustituye los consejos clásicos por otros que implican la actuación contundente de la autoridad y el control públicos. Más allá de esto, Mercado elige establecer un juego intertextual a través de la enumeración, un recurso retórico que domina los discursos de la peste y que Mercado vuelve a utilizar para abrir el Tratado I. Estas enumeraciones, por una parte, remiten a la tradición discursiva precedente y, por otra, hacen explícito un deseo de “reterritorialización” de la peste. El discurso de Mercado produce extrañeza porque atenta contra el hábito de lectura, contra un sentido apocalíptico de la peste, consensuado en la tradición tratadística: elige desarrollar una enumeración de tres elementos (como Laguna y como Martínez en sus varios prólogos), pero no se trata de tres elementos del imaginario apocalíptico. Con esta elección, Mercado fuerza a repensar la peste, no como un acontecimiento divino en primera instancia, sino como un acontecimiento/problema social que incumbe a las autoridades civiles. En este sentido, Mercado se alinea con una tendencia ideológica que Samuel Kline Cohn identifica en el corpus sobre la peste de la Italia del último tercio del siglo XVI. Según Cohn, a partir del brote de peste de 1575 se observa una orientación claramente política y cívica en los tratados de la peste italianos. La publicación de Informatione del pestifero (1576) de Filippo Ingrassia sería el momento inaugural de este nuevo discurso de la peste, que recurre a la acción política comunitaria, ofreciendo remedios que incumben a la higiene, la organización de la urbe y, en suma, a la salud pública (i.e., establecimiento de cuarentenas, estrategias de contratación de personal médico en tiempo de brotes epidémicos, obligaciones y responsabilidades de las autoridades políticas, etc.). Esta nueva preocupación demuestra una redefinición de la profesión médica y un desplazamiento de la atención por parte de los médicos, de un paciente individualizado a la comunidad (Cohn 300).

De hecho, considero inaugural en esta tradición retórica el Discurso breve, ya que los tratados anteriores que he tenido la ocasión de consultar no hacen uso de un lenguaje bélico para explicar los procesos de contagio: el Tratado de la peste (1484, 1507) de Taranta, el Tratado util e muy provechoso contra toda pestilencia e ayre corupto (1507) del Licenciado Fores, el Regimiento contra la peste (1501) de Fernando Álvarez, el Tratado nuevo, no menos util que necessario... (1506) de Álvarez Chanca y el Libro de pestilencia curativo y preservativo y de fiebres pestilenciales (1542) de Lobera. En el caso del Hexámeron theologal de Ciruelo, el autor hace uso de la metáfora bélica pero no para describir el contagio, sino para definir su texto como un espacio de contienda entre autoridades: “este pequeño tratado muy armado de las espirituales armas de la palabra de dios que es la santa escritura, para pelear contra los mundanos filosofos en lo que contradicen o se desvian de las reglas de la ley de dios” (prólogo).

Additional information

Notes on contributors

Silvia Arroyo

Silvia Arroyo received her Master's and Doctorate in Spanish Literature at the University of Colorado at Boulder. She is an Assistant Professor at Mississippi State University.

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