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Cuando África empieza en los Pirineos

Pages 199-205 | Published online: 01 Dec 2006

Este monográfico del Journal of Spanish Cultural Studies presenta cinco ensayos y una entrevista a partir de la convocatoria de una España africana. La distinción entre lo que habría sido una llamada a reflexionar sobre cuestiones relativas al África española y la presente, relativa a su africanidad, nos parece a los editores importante y esperamos que el incidir en una reflexión sobre ella traiga a la mesa de discusión no sólo cuestiones y consecuencias relacionadas con la historia de la política cultural del imperio—consecuencias que todavía reverberan en el momento actual—sino que desequilibre también la voluntad colonial implicada en la configuración de un África hispana.

Respecto a esta ultima: Aún teniendo en cuenta la diversificación de intereses de conquista presentados por la empresa americana, una vez adoptada a partir de 1492 una voluntad política de cruzada moderna, y debido en parte a la insurrección árabe de la sierra granadina en 1501, Isabel de Castilla tuvo siempre presente la posibilidad de proseguir una lucha de expansión contra el Islam al otro lado del estrecho.Footnote1 Tal como dejó escrito en su testamento de 1504, la reina quería que no cesara España “de la conquista de África e de pugnar por la fe contra los infieles” (Villalobos 12).” Así lo entendió también Fernando, emprendiendo pronto la conquista de los reinos berberiscos del Mogreb el-Aksa, en el actual Marruecos, consiguiendo tomar Mers-el-Kebir en 1505 y el peñón de Vélez de la Gomera en 1508 (Salafranca 25; CitationBraudel 93). A partir de 1509, y provistos finalmente de una bula de cruzada “los ejércitos españoles emprendieron su primera gran campaña en África, llegando a conquistar Orán, Bugía, el peñón de Argel y Trípoli … y logrando el vasallaje de los reyes de Argel, Tremecén, Mostaganem y Túnez” (Villalobos 13).

Tales incursiones de conquista en los territorios del norte de África siguen, después de la toma de Granada, “la ley geopolítica y la corriente históricamente mantenida por todos los reinos cristianos peninsulares del medioevo” (Salafranca 24). En este sentido, y teniendo en cuenta la larga historia de los importantísimos y diversos sistemas imperiales en marcha en el Mediterráneo y en el medio oriente desde la antigüedad, la voluntad de expansión africana de la Reina tal como es expresada en su testamento y llevada a cabo en un primer momento por Fernando no se alejaba demasiado, en principio, de los sistemas de conquista medieval.Footnote2 Las incursiones africanas son hasta cierto punto históricamente reaccionarias a los nuevos modos políticos en la era moderna, ya que no existía en ellas más que de forma incipiente el nuevo sentido político puesto en marcha por Isabel y Fernando. Las razones para ello son complejas, y no disponemos de espacio aquí para analizarlas. Baste decir que la modernidad política que se afirma históricamente en el desplazamiento del ámbito de poder e influencia del Mediterráneo al Atlántico—y no, en cambio, en la consolidación de la expansión cristiana hacia África.

Es precisamente el desplazamiento atlántico el que instala por primera vez el estrecho de Gibraltar como frontera política. A partir de Carlos I, tal como explica Fernando de Braudel, la España imperial prefirió dedicarse “a las relativas facilidades de América” (CitationBraudel 93).Footnote3 Y es consecuencia fundamental de tal desplazamiento de intereses el que en último término instala para Braudel la división política del estrecho de Gibraltar:

Fue una catástrofe para la historia de España el que … no se llevara adelante con toda decisión esta nueva guerra de Granada … Que España no haya sabido, querido o podido desarrollar su triunfo inicial [en el Norte de África] … que no haya llevado adelante esta guerra hasta más allá del Mediterráneo es, tal vez, uno de los grandes capítulos de una historia frustrada. Como ha dicho un clarividente ensayista, España es mitad europea, mitad africana. Faltó entonces su misión geográfica, y, por primera vez en la historia el estrecho de Gibraltar se convirtió en una frontera política.”Footnote4 (Salafranca 25; Fernández de Castro 242; CitationBraudel 94)

Braudel echa en cara a la España de los Austrias el haberse decantado por una política de expansión europeo-americana que la llevó a dejar de lado la conquista cristiano-imperial del África islámica. En un sentido claro, por tanto, el espíritu europeo-colonial de Braudel esperaba de “la mitad africana” de España un actuación instrumental favorable en último término a la gran empresa cristiano-civilizadora occidental en la era de emergencia de los imperios coloniales modernos. Ya que España era (es) también africana, implica el comentario de Braudel, su mitad europea debería haber tomado la responsabilidad nacional católica asumida por el imperio y haber recuperado para la causa cristiano-civilizadora-europea los territorios norte-africanos que formaron parte del tráfico de poder sacro-romano-imperial en el circuito del mediterráneo.

En todo caso, la historia siguió su curso. Para el Norte de África, el desplazamiento mundial del área de influencia del Mediterráneo al Atlántico supuso el afianzamiento de los sistemas imperiales islámicos en su orilla sur. Respecto a España, quedaron también en barbecho durante toda la época de la primera modernidad sus magros asentamientos coloniales en el norte de África, situación que no varió demasiado hasta la era de la modernización industrial, a partir del siglo dieciocho, y la era de las grandes des-territorializaciones del siglo diecinueve. Para el África sub-sahariana, la colonización de América por las potencias imperiales europeas supuso su ominosa, brutal y continuada explotación. Iniciándose pronto el masivo tráfico de esclavos hacia tierras americanas no es sin embargo hasta el inicio de la modernización industrial a principios del dieciocho cuando toma este su gran impulso. España, por su parte, imperio entonces ya débil y relegada mayoritariamente de los ámbitos de decisión occidental y coartada también por la política de Asentamiento de Negros, busca sin embargo recoger las migas del obsceno banquete occidental en el último tercio del siglo dieciocho. Alejada del ojo público, entra en el tráfico negrero buscando el aprovisionamiento directo de esclavos para Cuba y Puerto Rico por la puerta de atrás. De 1777 y 1778 son los tratados con Portugal por los que este cede a España las islas de Fernando Poo (ahora Bioko) y Annobon. Y ya bien entrado el siglo diecinueve desea España en 1843 la posesión de tierras en el Golfo de Guinea con la voluntad de “convertir a las islas guineanas en reserva de mano de obra para sostener la agricultura cubana” (Salafranca 267). No lo consigue sin embargo hasta la expedición de Chacón en 1858. Y en todo caso, y debido a su débil capacidad de industrialización, todos los territorios coloniales africanos, al norte y al sur del Sáhara, no pasaron de ser mantenidos en ínfimas y paupérrimas condiciones.

La época de las grandes reorganizaciones territoriales del siglo diecinueve, a partir de la desestabilización geopolítica mundial que la emergencia de los Estados Unidos y el Japón como nuevas potencias produjo supuso, reactivó hacia África las diversas voluntades imperiales dominantes y también la española. Hay que recordar, siguiendo a Carl Schmitt, que a partir de la independencia de los Estados Unidos en 1776 y de la revolución francesa en 1789 los tratados colectivos de las grandes potencias imperiales europeas del siglo diecinueve—los de 1814, 1815, 1856, 1878, y finalmente el de 1885 con la Conferencia del Congo—buscaron dirimir los grandes desplazamientos de poder y de territorios de forma que consolidara no a una sino a todas las diferentes grandes potencias imperiales en liza. Después de los experimentos de política exterior puestos en marcha en Estados Unidos por la doctrina Monroe (1823), y con la progresiva presencia de Japón como contendiente imperial hasta su reconocimiento como tal en 1894, en palabras de Schmitt “la esencia de ‘un gran poder’ no designaba ya a una sola potencia. Lo que se busca en este momento de grandes desplazamientos territoriales y de emergencia de nuevos estados es consolidar un cuadro de poder que especifique y reconozca de forma clara e inequívoca la posición eminente de las varias potencias hegemónicas implicadas en un orden espacial y de dominancia común” (190–191).

En ese contexto fiaguó también la voluntad africanista colonial de la España del periodo de la modernidad industrial, si bien, debido a su descrédito económico y a los intereses de las hegemonías imperiales europeas, no entró en el desvergonzado reparto africano más que desde una posición subalterna como bien revela la apócrifa frase imputada a Francia y referida a España, “África empieza en los Pirineos,” frase que coloca—o descoloca—a España fuera de los ámbitos soberanos de la modernidad industrial:Footnote5 surgida al aire de los tiempos de los grandes cambios territoriales del siglo diecinueve, de forma expeditiva anulaba, deslegitimaba y expelía a las naciones africanas entre las que simbólicamente se incluía a España del sistema de recursos, decisiones, y voluntades en marcha en el concierto hegemónico-dominante occidental.

Definitivamente terminada en 1898 la empresa colonial imperial americana, tanto desde la derecha monárquico-tradicionalista como desde la izquierda liberal volvió España de nuevo su mirada a la posibilidad colonial de África, es decir hacia la (ilusa) posibilidad imperial colonial de un África española. Las consecuencias fueron funestas, siendo las continuas guerras con Maruecos, por ejemplo, una de las causas de la Semana Trágica barcelonesa de 1910. Sin embargo, la continuada mala política africana de los gobiernos españoles, tradicionalistas y liberales, no llevaron a España a prescindir de sus colonias norteafricanas. Y si bien los logros de la política colonial fueron nulos en todos los sentidos, en la segunda década del siglo veinte los militares llamados africanistas entre los cuales se encuentra Francisco Franco, retoman de forma simbólica la antigua exhortación de la reina católica: Si África empieza en los Pirineos, como afirman desde el siglo dieciocho las potencias occidentales, España debe asumir el espíritu de la nunca llevada a cabo “nueva guerra de Granada.” Evidentemente, y por suerte para todos, nunca fue eso posible. Para desgracia de todos sí ocurrió que el grupo de militares formados alrededor de la entonces recién creada Legión extranjera en Ceuta y Melilla retomara la antigua retórica de cruzada, anexión y conquista promulgada hacia cuatrocientos años por Isabel la Católica para utilizarla contra los nuevos infieles: las estructuras seculares de la España republicana y lo que el franquismo llamó las hordas comunistas.

Hasta aquí el somero repaso de un África hispana colonial. Pero si España tuvo y tiene “una mitad africana,” como afirma la presencia de los ensayos en este monográfico, hay que dar doblemente la vuelta al presupuesto de que “África empieza en los Pirineos:” es decir, tanto a su primera intención peyorativa como a la respuesta que el franquismo de la posguerra explicitó en los textos escolares: “a Dios gracias África empieza en los Pirineos.”Footnote6 Por un lado pensar en un África que empezó y empieza en los Pirineos, meta que el presente número simplemente se propone iniciar, permite también extender para configuración europea contemporánea la africanidad de Europa.

Pensar específicamente en una España africana en lugar de en un África hispana permite abrir una fisura en todo el sistema de relaciones coloniales y poscoloniales. Y la abre porque África aparece de forma residual tanto en el mapa de la historia colonial imperial española como en el poscolonial. Respecto del África del Norte, tal residuo correspondería a la existencia encriptada tanto de la convivencia medieval entre las culturas judías, musulmanas y cristianas en la península como de las consecuencias de su interrupción. Tal convivencia no implicó en absoluto como bien documentado está, una coexistencia pacífica y exenta de voluntad de expansión y/o colonización, ni tampoco un hiato en las relaciones de soberanía—“la soberanía precede a la cultura como su sobra” decía Jacques Derrida.Footnote7 No impidió desde luego el fortalecimiento de la voluntad imperial ni que y a la postre fuera la decidida voluntad de expansión y colonización del fuertemente romanizado sistema cristiano la que se impusera a las otras dos culturas. Pero y sin embargo, y a diferencia del resto de sistemas imperiales europeos, la soberanía cristiano-imperial española deberá lidiar en todos los quinientos años de su modernidad con el residuo de la antigua convivencia y de su aniquilación. Sufrirá lo quiera o no el resto de las culturas hebreas y musulmanas que, en su recorrido hispano-africano, podrían pensarse quizá como aquel “resto enigmático” del que habla recientemente Alberto Moreiras en otro contexto: como aquello que “con respecto a la división entre amigo y enemigo … ocupa el no lugar del no amigo,” como aquello que “no entra en la relación de soberanía, pero con respecto del cual toda relación de soberanía se hace posible” (156).Footnote8

A este “resto enigmático” de la España africana harían de alguna forma alusión los artículos que de una forma u otra, y si bien distintos entre sí, evocan o se refieren directamente en este número a la africanidad española. El primero, del historiador Xavier Casals, ofrece una fascinante narrativa del “otro lado” del llamado africanismo del general Francisco Franco. La decisiva importancia geopolítica de la estancia africana en Marruecos de los militares españoles que en 1936 llevaron al estado español a la guerra civil ha sido y continúa siendo profusamente documentada. Menor atención se ha prestado, sin embargo, al estudio de la historia de la ocupación española en el norte de África en relación al particular andamiaje simbólico-ideológico de los responsables del Alzamiento Nacional. El artículo de Casals echa por tierra de forma radical las pretensiones de héroe y de cruzado del general Franco, dando la vuelta a uno de los mitos más enraizados del aparato ideológico del Movimiento nacional-católico.

De forma diferente, el artículo de Gil Anidjar retrae sin embargo también de forma fascinante y para al-Andalus los restos y residuos del norteafricanismo espiritual. Relacionado directamente con el tráfico mediterráneo que conectó el medio oriente con Iberia a través del norte de África, el ensayo de Anidjar insiste en el africanismo mediterráneo de largo aliento, aquel que desde Israel y Palestina llega a la península ibérica y se sedimenta en al-Andalus. Así, si Casals elimina con coraje las ilusas versiones que de un pasado africanista promocionaba el franquismo, Anidjar nos habla de los imaginarios futuros que el presente y el pasado que al-Andalus nos deja como herencia a partir del residuo de lo que él llama las “no-heroicas resistencias” de los conversos españoles.

Del presente de la emigración africana, específicamente la saharaui, nos habla el último artículo de este monográfico. Firmado por Susan Martin-Marquez, el ensayo retoma para nuestra contemporaneidad la africanidad española, haciendo evidente que en este momento de emigración global, Africa está definitivamente más acá—y más allá—de los Pirineos.

Más acá de los Pirineos se hace Guinea también presente. Este número del Journal of Spanish Cultural Studies contribuye con dos ensayos y con una entrevista dedicada a dos de sus más importantes escritores e intelectuales guineanos, Juan Tomás Avila-Laurel y Dobato Nndongo, a un estudio de las relaciones de España con el África sub-saharaina. Tales relaciones caen de lleno dentro de los parámetros sociales, históricos y culturales que caracterizaron las relaciones de otros imperios con las zonas africanas: el legado del tráfico de esclavos, los movimientos de independencia, el colapso económico resultante, las afirmaciones de africanidad o negritud, las preguntas sobre la arbitrariedad de las fronteras nacionales en las antiguas áreas colonizadas, o sobre la especificidad guineana de la lengua española. Para todos, y sobre todo para aquellos y aquellas que no hayan estudiado la Guinea Ecuatorial más que de forma somera, la entrevista llevada a cabo por Elisa Rizo es especialmente bienvenida.

La Guinea Ecuatorial comprende un muy pequeño territorio de habla española. Con una población actual compuesta de poco más de medio millón de personas, está situada Guinea en la Bahía de Biafra, en la zona oeste de la costa, y con las islas de Bioko (antiguamente Fernando Poo), Annobon, Coriso y Elobey, y próxima también a las islas con las de Sao Tomé y Principe, de habla portuguesa. La zona continental conocida como Río Muni se halla a unas cuatrocientas millas al sureste de la isla principal. Su posición geo-política permite establecer análisis comparativos y contextuales tanto con los discursos dominantes y de resistencia en el período de la retoma colonial europea de Africa desde finales del siglo diecinueve y principios del veinte, así como también con los procesos seguidos en sus islas vecinas, antiguas colonias del imperio portugués e inglés. Así, el ensayo de Michel Ugarte retrae los escritos de tan canónicas figuras como Kipling, Conrad, o Fanon, como también de Edward Said, para repensar para el caso de la Guinea Ecuatorial algunas de las cuestiones contemporáneas presentes en los estudios poscoloniales. Proponiendo la clásica imagen conradiana del corazón de las tinieblas, y acercándose también a la penetrante crítica colonial de Fanon, el ensayo busca un extenso diálogo con el que es hoy mismo el más prominente de los escritores e intelectuales guineanos, Donato Ndongo. La obra de Ndongo ofrece una de las mejores entradas a toda crítica del imperialismo colonial al utilizar de forma muy consciente las figuras fundacionales africanas. Y, a través de los muy visibles vestigios del imperialismo español africano en Guinea, explora cuidadosamente las particularidades que su propia tierra ofrece.

Otro de los más importantes escritores e intelectuales de la Guinea Ecuatrorial, y también disidente, como Ndongo, es Juan Tomás Ávila-Laurel. A su drama, El fracaso de las sombras, dedica Elisa Rizo su ensayo con una detallada lectura textual. Tal recurso, sin embargo, empleado para dar a conocer más ampliamente la poco accesible literatura en castellano de la Guinea Ecuatorial, no impide, antes al contrario, un análisis doble: aquel que tiene en cuenta tanto las dimensiones antropológico-culturales en las prácticas y creencias espirituales guineo-ecuadorianas del mibili, como aquellos aspectos referentes a las políticas globales del petróleo que, sin haber cambiado su desesperada economía, han convertido a la Guinea Ecuatorial en una de las zonas de abasto.

Y, ya para cerrar esta apretada introducción, un caveat. A pesar de la bondad y el interés de los ensayos presentados en este monográfico, los editores somos conscientes sin embargo de que el número se queda corto. Falta por ejemplo, entre otros, un estudio sobre el Protectorado español en Marruecos y sus consecuencias político-culturales en la España del diecinueve y veinte, incluyendo el fascinante episodio de la Marcha Verde de 1974–75, al filo del fin del franquismo. Faltan también estudios que se acercaran directamente a la realidad de la encriptación africana en el territorio del estado español—uno o varios que llevaran a cabo un recorrido poético y/o político por la realidad histórica de la España africana, desde su arquitectura, geografía y literatura. Faltan también otros muchos, por ejemplo sobre Mallorca o Canarias, o aquellos que pudieran haber presentado un nuevo recorrido del pensamiento histórico heterodoxo en lengua castellana o catalana: o del pensamiento sufí; o …

Lo dejamos para un posible libro. En todo caso, esperamos que el buen hacer de los ensayos, así también como la propia insuficiencia de la colección, anime en el futuro a una revisión de la España africana que consideramos ya inaplazable. De momento y ahora a los editores de este número no nos queda más que agradecer a todos nuestros colaboradores su estupendo trabajo.

Notes

1. Se puede trazar la presencia colonial en tierras africanas ya desde la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, con la conquista de la isla tunecina de Yerba en 1224 por el almirante Roger de Llúria al frente de su flota catalana, si bien la historiografía coincide en nombrar la toma de Melilla en 1497 por un noble andaluz, como el primer asentamiento colonial africano imbuido de espíritu imperial. El traspaso de los derechos de conquista de las islas Canarias por el francés Jean de Béthencourt al conde de Niebla y la concesión, en 1449, de Juan II de Castilla al Duque de Medina-Sidonia del derecho a conquistar la costa africana desde los cabos de Guer a Bojador, aunque cercanos ya en el tiempo, no pertenecerían todavía a la empresa imperial española.

2. Entendemos desde luego la convivencia medieval en la península y en las islas no como confraternización pacífica sino como un tejido político-social en continua tensión que acoge tanto las más brutales hostilidades de las políticas de expansión y de anexión de los sectores cristianos (las que resultaron en las terribles persecuciones de 1391, por ejemplo), como las más exquisitas relaciones (como las que llevaron a la existencia de la Escuela de Traductores de Toledo), o de simple tráfico comercial. Para un estudio reciente de la convivencia en la España del medioevo, ver por ejemplo de David Nirenberg.

3. De Braudel está tomada la siguiente cita del secretario de los Reyes Católicos, Fernando de Zafra, en una carta suya de 1492 a ellos dirigida: “Parece que Dios quisiera dar a Vuestras Altezas esos reynos de Africa” (Braudel 93; Salafranca 25).

4. Cita tomada por J. L Salafranca de un acalorado texto de 1945 del historiador del régimen franquista Rafael Fernández de Castro, “La Melilla pre-hispana.”

5. La expresión fue atribuida durante largo tiempo a Alejandro Dumas padre, hecho que públicamente negó su hijo en un público mentís. Fue más tarde también atribuida Louis Adolphe de Thiers, político, historiador y finalmente presidente de la Tercera República y al arzobispo de Malinas, Dominique Dufour de Pradt. En todo caso, la frase nunca ha podido ser documentada.

6. Para más información, ver la tesis “‘A Dios gracias, África empieza en los Pirineos’”: La negación de Europa en los manuales escolares de la España de posguerra (1939–1945),” de José María Hernández Díaz.

7. Para un estudio sobre la violencia en el periodo de convivencia, ver por ejemplo de David Nirenberg, Communities of Violence; la cita de Derrida está tomada de su libro Mononlingulism of the Other.

8. Alberto Moreiras, Linea de sombra. El no sujeto de lo político.

Works Cited

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