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Introduction

El año 1992, una revisión crítica

Introducción

El año 1992 se ha convertido en un jalón destacado de los cuarenta años de democracia en España. Desde un punto de vista académico, el '92 separa dos periodos que se entienden como distintos: por un lado, la década “socialista” de la postransición, durante la que España se ve inmersa tanto en profundos procesos de mutación sociales como en las primeras adaptaciones (traumáticas) al liberalismo económico; por otro lado, ya en los años 90, el momento histórico en que España entra a formar parte de la escena internacional adscribiéndose cultural y económicamente al occidente (neo-)liberal y globalizado, y en que se convierten en periféricos los ribetes ideológicos autárquicos del pasado.

Por ello, no sorprende que la fecha de 1992 se haya convertido en inevitable lugar de paso de las políticas memorialistas de los medios de comunicación o de las políticas conmemorativas de las clases políticas. Así, cuando en 2017 se cumplieron los veinticinco años de 1992, en Sevilla y en Barcelona se constituyeron sendas comisiones con el fin de rememorar, respectivamente, la Expo Universal y los Juegos Olímpicos. De manera igualmente significativa, algunos de los otros actos que jalonaron ese año 1992, como la capitalidad cultural europea de Madrid o el V Centenario de la llegada de los españoles al continente americano, se han difuminado en la memoria colectiva hispana y nadie se vio impelido a recordar su aniversario.

Sin embargo, en los últimos tiempos se ha producido un hecho destacado: ha empezado a interesarse por el '92 la generación de los que vivieron la fecha emblemática como niños o adolescentes. Son los primeros españoles que nacieron en un régimen de libertades y se socializaron en valores distintos a los de la dictadura franquista. De ello dan muestra el largometraje del cineasta Luis López Carrasco El año del descubrimiento (2019/2020) o el ensayo de Eduardo Maura Los noventa: Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Citation2018). Maura, profesor de filosofía política y en algún momento parlamentario de Unidos Podemos en el Congreso de los Diputados, utiliza para la portada de su libro las imágenes de Cobi y Curro, mascotas de los Juegos Olímpicos y Expo 92 respectivamente, sentados juntos en el sofá viendo la televisión en donde aparece una imagen de Nieves Herrero (que inevitablemente remite al asesinato de unas jóvenes en Alcàsser (Valencia), uno de los sucesos que parecen haber marcado una época).

Y, es el caso también, del diario Y ahora, lo importante de Beatriz Navas Valdés (Citation2018)Footnote1, quien fue en tiempos programadora cultural/cinematográfica en espacios artísticos culturales como La Casa Encendida en Madrid y más tarde Directora General del ICAA del Ministerio de Cultura y, en consecuencia, responsable de la política cinematográfica del gobierno de España. El diario refleja los escritos de la autora, que en ese momento tenía catorce años, desde el 4 de mayo de 1992 hasta el 9 de noviembre de 1993. El texto permite observar la mirada sobre los fastos de una española adolescente de clase acomodada y residente en Madrid, que espera el desarrollo de acontecimientos. Para ella lo fundamental era pasárselo bien los fines de semana con sus amigas y amigos (y por cierto estudiar lo suficiente para sacar buenas notas), por lo que apenas interactúa con las noticias de prensa que recoge en su diario. Disfruta en la Barcelona olímpica y se explaya menos en los días que va a Sevilla, a la Expo (tal vez porque en la ciudad hispalense no sale de noche con amigos). Unos veinticinco años más tarde, Beatriz Navas escribe el epílogo de su propio diario. En él habla de cosas que a los ojos de hoy juzga inapropiadas o incorrectas, como el tratamiento sexista que en ocasiones trasmiten sus palabas. Sin embargo, también se deja llevar por un cierto presentismo y hasta se avergüenza por “el sentimiento de orgullo por el papel de España en las Olimpiadas” (Navas Citation2018, 252). Dígase, sin embargo, que el sentimiento de orgullo fue compartido, según las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el centro público encargado de las encuestas en España, por el 93 por ciento de los jóvenes españoles de 18 a 25 años, cosa lógica porque hasta ese momento los españoles en su conjunto no estaban acostumbrados a verdaderos éxitos internacionales, y también porque el combinado olímpico español consiguió veinticuatro medallas, quedando finalmente sexta en la clasificación general, puesto jamás alcanzado ni antes ni después del '92 (Atienza y Pombo Citation1994, 18).

Este ensayo introductorio busca recordar y reflexionar desde la contemporaneidad sobre algunos de los eventos y acontecimientos que jalonaron el año de 1992 en España.

¿Qué es el '92 español?

En el año 1992 español coinciden acontecimientos y programas públicos de diversa consideración. Algunos, de indudable reconocimiento por formar parte de la agenda de los medios internacionales, como la Expo 92 en Sevilla (abiertas sus puertas desde el 20 de abril hasta el 12 de octubre) o los Juegos Olímpicos en Barcelona (celebrados entre el 25 de julio y el 9 de agosto). Otros, de indudable calado geopolítico, como los proyectos emanados o guiados por la Agencia Española de Conmemoración del Quinto Centenario: por un lado, Sefarad 92, que buscaba divulgar la aportación de la comunidad judía a la sociedad y cultura españolas y que tuvo como efecto indirecto la concesión del Premio Príncipe de Asturias de 1990 a las comunidades sefardíes, pero “técnicamente” no consiguió que se aboliese legalmente la Real Cedula que, firmada por Isabel la Católica en 1492, establecía la expulsión de los judíos. O, por otro lado, el programa Al Andalus 92, una búsqueda de encuentro entre Europa, el mundo árabe y América. Finalmente, hubo eventos como Madrid Capital Europea de la Cultura, en un tiempo en que todo lo que llevara el marchamo de Europa poseía para los españoles un plus de prestigio. O Nebrija 92, que sirvió de recordatorio de la primera gramática de la lengua castellana, escrita asimismo en 1492.

Los fastos de 1992 son lo más cercano a una política de Estado que se puede recordar en la democracia. Nunca en la historia del país se había desarrollado un proyecto que movilizase mayor número de recursos, tanto públicos como privados. En su origen económico está la acumulación de capital producida por los cambios estructurales favorecidos por el paso hacia una economía más liberal tras la incorporación de España a las comunidades europeas (1987), el acceso a recursos de capital internacional, o los préstamos internacionales. Si a ello se suma una política recaudatoria más democrática y eficaz, el resultado fue que España, por vez primera en varios siglos, contó con dinero para cubrir gastos excedentes al margen de la construcción de un modesto estado de bienestar y la creación de escuelas u hospitales. También las empresas colaboraron. Una de las pequeñas polémicas fue que el gobierno concedió beneficios fiscales para los gastos e inversiones en Sevilla o Barcelona, pero no en Madrid ni en los otros eventos.

Parece llamativo destacar cómo los repetidos sorteos de la lotería del año 1992 se utilizaron para trasmitir los objetivos de la operación. En muchos de ellos se incorporaba una leyenda en el décimo con algunos de los eslóganes utilizados en las operaciones políticas o de imagen: la comunidad iberoamericana, el encuentro de las dos culturas, el espíritu olímpico…().

Figura 1. Colección del autor.

Figura 1. Colección del autor.

En suma, el '92 es un poliedro con caras muy distintas, unas concebidas para los españoles y otras para los extranjeros; algunas dirigidas a los hombres y las mujeres del mundo de la cultura, otras a un vigoroso entramado económico y empresarial que giraba en torno a los eventos programados. La primera idea vehículadora de todo fue la de trasladar a los españoles y extranjeros la idea de que España estaba preparada para incorporarse al grupo selecto de las naciones destacadas y que poseía capacidad de organización para afrontar grandes eventos internacionales. Se presentaba un país con infraestructuras modélicas, como el tren de alta velocidad (AVE) que se inauguró ese año '92, o una muy amplia red de autovías gratuitas. En cierto sentido, era el corolario inevitable del papel de destacado mediador que se había cultivado en los años previos: la presidencia de la Unión Europea en 1989, la Conferencia de Paz para Oriente Medio en 1991 o las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno en 1992 fueron algunos de los hitos de este recorrido.

El español de a pie comenzó el año con ilusión y con un leve escepticismo sobre lo que iba a ocurrir. La cultura popular, más que las formas de expresión artística, refleja muy bien esa ambivalencia; así se observa, por ejemplo, en el programa televisivo de TVE 1 para la Nochevieja de 1991, una de las citas anuales absolutamente imprescindibles para los españoles. Tradicionalmente, la programación de esa noche se armaba, y continúa armándose, con varios espacios articulados alrededor de las campadas de Nochevieja a las doce de la noche (casi siempre las que suenan en el reloj de la Puerta del Sol en Madrid). Vayamos a nuestros intereses: lo habitual es que un espacio televisivo de humor dé paso a las campanadas que indican el cambio de año, y que tras ellas se emita un programa de variedades cuyas actuaciones musicales sirven de fondo a las reuniones en las casas familiares. En aquella Nochevieja de 1991, los míticos humoristas Martes y Trece utilizaron para su show un título polisémico, “El 92 cava con todo”, que juega con cierta equivalencia sonora entre el vino espumoso del mismo nombre y el presente del verbo acabar (acaba). A lo largo del espacio, y para una audiencia superior a los veinte millones de espectadores, los cómicos ironizaron sobre las dudas que suscitaban la terminación de las obras del estadio olímpico de Montjuic o la capacidad de los deportistas españoles para lograr medallas. Sin embargo, entre las chanzas habituales en este tipo de espacios televisivos se preconizaba un sentimiento de confianza por el año que estaba a punto de comenzar, resumido en el explícito mensaje “Bienvenidos a 1992, un año de acontecimientos extraordinarios”. La retrasmisión de las campanadas fue muy sobria, pues no tuvo presentadores. La principal voz en off que ofició aquella Nochevieja las campanadas televisivas es la del Señor Casamajor (Javier Sardá) y como lluvia fina se habló durante la retransmisión de las sorpresas del año que echaba a andar. Tras las alegrías y los mejores augurios para ese nuevo año, se dio entrada a los primeros anuncios televisivos, que por su audiencia millonaria son tradicionalmente los que en España poseen las tarifas más elevadas del año. Los comerciales con los que se inicia el año 1992 fueron de sendas empresas públicas: Lotería Nacional y Telefónica. En un caso se hace referencia a la suerte de los millones que se repartirán en un próximo sorteo (Lotería), y en otro, a la apuesta por la modernidad tecnológica española (Telefónica). Ambos poseen referencias explícitas al comienzo del año mágico que los telespectadores iban a vivir. Finalmente, la sesión televisiva de la noche del 31 de diciembre de 1991 terminó con un programa de variedades que tuvo tres partes, grabada una de ellas en Sevilla y las otras dos, respectivamente, en Madrid y Barcelona. Hay artistas de origen catalán como Monserrat Caballé en la parte de Sevilla y otros provenientes de Andalucía en la sección de Barcelona.

El '92 no fue, a pesar de todo, solo para los españoles, ni únicamente estuvo provisto de acciones de diplomacia internacional. También se jugó en el campo de la opinión pública occidental (entre otros motivos porque convenía que dicho público acudiese a los actos). Es decir que las campañas mediáticas que envolvieron los eventos buscaron trasladar a los públicos internacionales el marco contextual en que nacía la noción de “El año de España”, o simplemente “La hora de España”, tal como reza el eslogan de la feria del libro de Frankfurt (Frankfurter Buchmesse). El Estado realizó las mayores campañas publicitarias y comunicativas internacionales jamás hechas con anterioridad para introducir en el extranjero la imagen de una nueva y democrática España. De hecho, no hubo gran rotativo internacional que no se hiciese eco de la singularidad de ese año. El que más alegrías produjo a las autoridades políticas españolas fue el dossier que publicó la revista Newsweek “1992. The Year of Spain. Special Report”, (Newsweek, 16 diciembre 1991). En su portada se ve a una mujer vestida de flamenca (bailando con un desdibujado varón), otra de rostro picassiano en bikini tomando una copa tumbada en una toalla y una tercera vestida con la ropa del diseño español, que ya entonces tenía cierta presencia internacional. También aparece en la ilustración el campanario de una iglesia, una plaza de toros, unas frutas cuasitropicales y una playa. Tal vez no sorprenda que en la presentación editorial del dossier aparezcan las mismas preguntas que sirvieron para establecer las lecturas contemporáneas del '92. En sus palabras:

Spain feels ready to enter the European mainstream – and it is preparing to throw a huge party to prove that it is. … The celebrations are certain to dazzle the world, but they won’t remove a series of ponderous questions: Is democracy mature enough to keep regional nationalism from undermining national unity? Can the country sustain its economic boom of the 1980s? How will it redefine its love-hate relations with Latin America. … Spain is still discovering itself. (Newsweek, 1 diciembre 1991)

La Generalitat de Catalunya no se desentendió de las estrategias de imagen internacional. Lo hizo en una frecuencia que hoy leeríamos como “independentista”, trasladando la grandeza catalana sin conexiones con España, algo que creó polémicaFootnote2. La Generalitat pagó varios anuncios a toda página en algunos de los diarios más prestigiosos del mundo. Por ejemplo, en el New York Times del 25 de julio de 1992 se ve un mapa ciego de Europa con un único punto remarcado y una leyenda que dice:

In Catalonia of course. This is where Barcelona is, in Catalonia, a country in Spain with its own culture, language and identity. A country … which has made it one of the motors of Europe … in which many enterprises have invested and are still heavily investing … has understood and motivated the genius of Picasso, Miró, Dali, Tapiés, Monserrat Caballé, Josep Carreras, Pau Casals, Gaudí … visited every year by 16 million people. A country with the know how to get the Olympic Games for its capital, Barcelona. Now you know where Barcelona is. In Catalonia, of course. (Generalitat de Catalunya Citation1992)

Desde luego, y en esencia, el '92 es un proyecto del partido socialista (PSOE), que había ganado las elecciones democráticas en 1982, y que repitió sus triunfos en 1986, 1989 (y luego lo hará en 1993). También eran socialistas el alcalde de Barcelona, el presidente de la Junta de Andalucía y, en algunos momentos del proceso temporal que llevó al '92, los alcaldes de Sevilla o Madrid. Los proyectos de creación de infraestructuras estuvieron asimismo ligados al gobierno de la nación (el más conocido fue la línea férrea del tren de alta velocidad, AVE, que unía Madrid con Sevilla, pero también debe incluirse en este contexto general el Hispasat, primer satélite de comunicaciones español); así como las operaciones culturales de calado como la inauguración del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en Madrid o la Casa de América, también en Madrid.

Son multitud las voces que dejaron su valoración sobre los acontecimientos de 1992 a través de comentarios, artículos o entrevistas. Por motivos evidentes, queremos aquí privilegiar las opiniones de los máximos responsables del Estado. Por ejemplo, las palabras de Felipe González en el Congreso de los Diputados el día de su toma de posesión como presidente de gobierno de la legislatura que comienza en 1989 y se prolongará hasta 1993. En un discurso todo él teñido de referencias económicas que nos remiten a los procesos de globalización, dice:

Dentro del cuadro de condiciones internas de nuestro país, la fecha del 1992 tiene referencias muy precisas. Acontecimientos que sin duda afectarán a la imagen de España, como la Exposición Universal de Sevilla, los Juegos Olímpicos o la capitalidad cultural europea en Barcelona y en Madrid respectivamente, tienen además una incidencia importante en los proyectos de desarrollo de infraestructura. Querría decir que, por razones de calendario, además de por su importancia en sí misma, esto constituye una ineludible prioridad en la acción del Gobierno y de las instituciones. Nosotros estamos dispuestos a asumir en su totalidad las que nos corresponden y a ofrecer, más allá de las diferencias que puedan existir, enfoques de planteamientos y, desde luego, de fuerzas políticas responsables en cada una de las instituciones, toda la cooperación necesaria para que sean un éxito; éxito de eficacia y de realización, convencidos también de la importancia que tienen en la mejora de las infraestructuras que favorecerá al sistema de comunicaciones en el conjunto de nuestro país. (González Citation1989)

Obsérvese que Felipe González, en un foro tan destacado como el parlamento legislativo de la nación, fija sus prioridades como presidente en el desarrollo de las infraestructuras ligadas a la modernización y a la propia imagen de España. En ese marco no dedica una palabra ni al V Centenario ni a Iberoamérica. Quizás porque, como político, debe contrarrestar sus decisiones con las votaciones periódicas. Por otro lado, es improbable que el 1492 estuviese en el imaginario de los españoles. Es decir que estos no se veían especialmente relacionados con esa fecha (o de otra forma, el dato no era transitivo para los relatos de la España contemporánea). Fijémonos en el anuncio de Galerías. El centro comercial denominado en su origen Galerías Preciados, primero de esas características abierto en España, en 1943, en la plaza de Callao de Madrid, formaba parte del imaginario común de varias generaciones de españoles. El anuncio de Galerías convierte de manera modélica cualquier proceso identitario en una variable de consumo. Con el título de “Colón te regala 1.492 ptas.” (la cantidad en pesetas –ptas.– equivale a unos nueve euros) un grabado reproduce el encuentro del almirante con los “indios” americanos y los intercambios de mercaderías entre ambos grupos. La leyenda propone el regalo de un cheque de compra de 1.492 pesetas ().

Figura 2. Colección del autor.

Figura 2. Colección del autor.

Otra opinión destacada es la de Javier Solana, que a la sazón en 1992 era Ministro de Asuntos Exteriores, y fue luego el español que ha alcanzado los puestos públicos internacionales de mayor repercusión, como Secretario General de la OTAN desde 1995 a 1999. El ministro escribe en el diario El País un artículo, justamente el 12 de octubre de 1992, día que finaliza la Expo, que puede leerse como verdadera conclusión de lo realizado en el campo del V Centenario:

La conmemoración del V Centenario ha sido fundamentalmente un proyecto político, un proyecto de Estado. Político, porque lo eran los objetivos marcados hace una década. De Estado, porque no solo la Administración central, sino también las comunidades autónomas, Ayuntamientos, infinidad de asociaciones privadas y públicas han participado activamente para recordar el pasado, reflexionar sobre el presente y actuar para el futuro. Los objetivos buscados han sido tres: modernizar nuestras relaciones con Iberoamérica, difundir en la sociedad española el conocimiento del pasado común y de la realidad iberoamericana actual y dar a conocer en tercero la realidad de una España en trasformación y democrática. (Solana Citation1992)

Más abajo volveremos a las relaciones entre España y Latinoamérica. Vayamos ahora a unas opiniones que, aunque periféricas en lo referente al núcleo de las decisiones políticas, poseen destacada importancia respecto de los valores simbólicos que circulan por España.

La Casa Real estuvo muy activamente implicada en las operaciones comunicativas y de imagen del '92. No se trató de las habituales intervenciones públicas del monarca, Don Juan Carlos I, ni tan solo de la presencia de su hijo como abanderado de la delegación española en los Juegos Olímpicos, o incluso de la moneda de doscientas pesetas (poco más de un euro) que se acuñó con la faz de Juan Carlos y Felipe con motivo de Madrid, Capital Europea de la Cultura. Fue algo de mayor calado y probablemente tenga que ver con que ese año de 1992 fue testigo del último esfuerzo que desde la Casa Real se realiza para presentar al monarca y su familia como conjunto familiar feliz a todos los españoles (más tarde volvió a ocurrir con un acontecimiento solo indirectamente político como las bodas reales). La operación tenía claras connotaciones legitimadoras de la institución de la monarquía, y sus resultados debieron cumplir las expectativas porque en el volumen que realizó el CIS sobre las opiniones y actitudes de los españoles acerca de “los acontecimientos de 1992”, se afirma que nueve de cada diez españoles valoraban como muy positiva la presencia de la Familia Real, no del rey ni del heredero, sino de la familia (Atienza y Pombo Citation1994, 28). Algunos ejemplos: las visitas a la Expo de Sevilla fueron habituales; en los Juegos Olímpicos se repartieron para estar presentes en los actos, tanto así que no hubo prueba con participación española destacada que no estuviese acompañada por un miembro de la Casa. Tampoco se puede obviar que la reina, Doña Sofía, fue la Presidenta de Honor de la Capitalidad Cultural de Madrid, sobre la que escribía: “Nuestro país, nuestra ciudad, muestran a Europa y al resto de mundo, la aportación decidida de los españoles” (Sofía de Grecia y Dinamarca Citation1992, 3). O que el entonces príncipe Felipe fue el Presidente de Honor del Comité Organizador Olímpico Barcelona '92 al que presentaba así: “Cataluña entera y Barcelona merecen el aplauso y el reconocimiento de todos los españoles”, Libro oficial de la XXV Olimpíada. (Felipe de Borbón y Grecia Citation1992, 7).

Desde nuestra contemporaneidad, sorprende que hubiese un número tan reducido de voces en contra de los eventos. Miguel de Moragas, el gran experto en los procesos de comunicación en Barcelona '92, lo achaca a una especie de “anestesia olímpica” (Moragas Spà Citation2017, 105). Sin embargo, el '92 no acontece solo en Barcelona. La revista Ajoblanco, una de las plataformas más conocidas del pensamiento crítico en España, editó en el verano de 1991 un dossier titulado “¿Después del 92, qué?” (Ajoblanco 35, 53–70, julio–agosto, 1991). Debaten sobre el tema diversos periodistas (Tito Drago, José Ribas), gestores culturales (Jordi Borja, Marga Farrán, Tona M. Cascareñas), artistas (Carlos Varela) y responsables de la diplomacia cultural española (Fernando Valenzuela, Pedro Molina Temboury, Ion de la Riva). Por supuesto que alguno de ellos, como Marga Farrán, sugiere la pertinencia de realizar lecturas históricas para dar la voz así a los puntos de vista indigenistas, pero el tono general instaba a aprovechar la ocasión para que las políticas de fomento y colaboración entre España y Latinoamérica creciesen y fueran a más. En la misma tónica de esa especie de buenismo generalizado, tampoco aparecieron opiniones divergentes sobre el sesgo muy visible de la mercantilización de la cultura o la red de globalización comercializada en que se incluían los Juegos Olímpicos o la Expo.

Excusado es decir que no fueron los motivos comerciales sino la reivindicación de los derechos indígenas el motivo por el que varias decenas de manifestantes trataron de boicotear el inicio de la Expo. Años más tarde, el vídeo Prohibido volar, disparan al aire (Sánchez Veiga y Agudo Blanco, Citation1998) recoge los movimientos de oposición que se realizaron en Sevilla.

Genealogía y fuerzas motoras de “El año de España”

Los fastos de 1992 no se pueden comprender sin atender a las líneas políticas desarrolladas por los socialistas tras su triunfo electoral de 1982. Es completa ucronía imaginar cómo habrían sido los eventos (o al menos el ligado al V Centenario) si el Partido Socialista no hubiese detentado tantos resortes del poder político en España en los años 80 o si el proceso transicional hubiese sido otro. Walter L. Bernecker, José Manuel López de Abiada y Gustav Siebenmann (Citation1996) han descrito las conmemoraciones de los centenarios anteriores; en general predominaron los puntos de vista ferozmente nacionalistas, y desde luego eurocéntricos por no decir imperialistas. En 1892 surgen los primeros usos de la nefasta denominación de “Día de la Raza” que en España se prolongará hasta los años 50 del siglo XX.

En la contemporaneidad, sectores del pensamiento conservador español reivindican el impulso regio en la primera genealogía de lo que fueron los eventos de 1992. El diario monárquico ABC ha trabajado frecuentemente con la idea de que el marco inicial del proyecto de Estado del '92 fue ideado por Don Juan Carlos I en las fechas de su primer viaje oficial a América. Con motivo de un discurso que pronunció en su primer viaje oficial a América, esta es la cita que se utiliza como argumento justificativo:

Reanudando una noble tradición familiar y monárquica, desearía que se celebrase en España, si todos me ayudáis, la III Exposición Internacional Iberoamericana. Las dos primeras como recordaréis, se celebraron en Sevilla y Barcelona y fueron auspiciadas por mi abuelo, el Rey Alfonso XIII. (ABC, 1 junio Citation1976)

Obviamente, los Juegos Olímpicos poseen una genealogía diversa. Aunque si alguien lo desea, también puede encontrar un origen conservador. Nadie duda que el artífice de la consecución de los Juegos para Barcelona fuese Juan Antonio Samaranch, uno de los políticos activos en el franquismo más prominentes en la vida pública de la España democrática. En la actualidad su figura es contestada por los sectores de catalanes de izquierdas; en 1979 Samaranch era embajador de España en la Unión Soviética, y en el verano de ese año se entrevista con el recién elegido alcalde de Barcelona, el socialista Narcís Serra. Es entonces cuando le interroga sobre la disponibilidad de la capital catalana para ser sede de unos Juegos Olímpicos si, como parece va a ocurrir, él mismo ocupara la presidencia del Comité Olímpico Internacional (CIO):

Dentro de un año optaré a la presidencia del CIO. Lo que voy a decirte ahora quedará como si nunca lo hubiera dicho: si soy elegido presidente y tú ofreces Barcelona para celebrar los Juegos Olímpicos de 1992, te garantizo que se harán aquí. (Citado en Mauri Citation2016)

Sea como fuere y de donde vinieran las ideas iniciales, fueron necesarias la aquiescencia y las gestiones de los gobiernos socialistas para conseguir el empuje definitivo. Y es que, para ser sede de una Expo, unos Juegos Olímpicos, y hasta para lograr una capitalidad europea, se necesita el refrendo de algún órgano internacional. De hecho, cuando los socialistas llegan al poder en 1982, la ciudad norteamericana de Chicago ya había sido elegida para la celebración de una Exposición Universal en 1992 y, en el otro campo, París se presentaba como un competidor muy solvente para cobijar los Juegos de la XXV Olimpiada. La diplomacia socialista tuvo que moverse para que los países iberoamericanos solicitaran entrar en el Bureau International des Expositions y permitieran con su voto que, en un caso inédito hasta ese momento, dos ciudades compartieran sede para organizar el mismo año una Exposición Universal (luego la ciudad de Chicago decidió retirarse). Por su parte, Samaranch, ya presidente del CIO, se reveló esencial para trasladar los conocimientos necesarios para que la delegación española pudiese conseguir los votos del bloque socialista y el de los países suramericanos para Barcelona.

Los socialistas poseían sus propias servidumbres ideológicas ligadas a su pasado como partido. Por ejemplo, las influencias políticas francesas y la influencia de la cultura como una forma de intervención pública. En ese sentido, cada vez es más habitual creer que la modernidad que emana del proyecto socialista fue completada por políticas en el área de la cultura (la idea ha sido desarrollada por autoras como Teresa Vilarós [Citation1998] o Giulia Quaggio [Citation2014]). Es lo que Marc Fumaroli (Citation1992) llamó Estado cultural. Más recientemente, Sergio Vila Sanjuán, director del prestigioso suplemento Cultura/s editado por el diario La Vanguardia, titulaba explícitamente “En la cima del Estado Cultural” la sección dedicada al '92 en la entrega que se hizo sobre “Cuarenta años de cultura en democracia” (La Vanguardia/Cultura/s, número 857, el 1 diciembre 2018).

Sin embargo, el Estado cultural español de los años 80 y, en consecuencia, los eventos de 1992, se diferenciaban del modelo original francés en dos aspectos. En primer lugar, por la importancia destacada que dieron en el PSOE a la imagen de la tecnología como epítome de la modernización y de la modernidad española. Desde que llegan al poder los socialistas, comienzan a programarse eventos culturales y mediáticos vertebrados por la importancia de la tecnología en la sociedad contemporánea: el simposio Cultura y Nuevas Tecnologías del Ministerio de Cultura, en 1984, la exposición Procesos en el Reina Sofía, en 1986 o, en el ámbito privado, el Festival ArtFutura, en 1990. Todos tienen un muy destacado éxito de público. La empresa pública de telecomunicaciones Telefónica asume un papel omnipresente en esos años y su labor resulta imprescindible para comprender todas las operaciones del '92 (en la actualidad Telefónica, ya privatizada, es una de las mayores multinacionales españolas con fuerte presencia en Latinoamérica; según países se denomina Movistar, O2 o Vivo).

De Telefónica emana una de las imágenes emblemáticas de los JJ.OO., la torre de comunicaciones de Barcelona, diseñada por el arquitecto Santiago Calatrava. Sobre todo, la empresa participa activamente en la elaboración de campañas publicitarias extraordinariamente explícitas en su contribución a los fines del gobierno. En el primer número de la revista de la capitalidad de Madrid, La Capital, se publica un anuncio ilustrado con algunas de las fotografías de las obras tecnológicas que habían realizado, con el añadido del siguiente párrafo:

La elección de Madrid como capital cultural hizo que en Telefónica nos pusiéramos a trabajar. Poniendo en marcha obras de capital importancia. Innovaciones en tecnología punta de telecomunicaciones que nos servirán para difundir nuestra cultura.

El Estado cultural español posee, además, una segunda característica que lo distingue del francés: la asociación entre conmemoración y fiesta. Obvio es que la fiesta parece ir unida a España y forma parte de una cierta idiosincrasia nacional. Viene de lejos, al menos desde el reinado de Felipe IV (Deleito y Piñuela [Citation1935] Citation2006). Lo significativo es que la fiesta en el régimen democrático supone una cierta apropiación del espacio público por los ciudadanos. Este ya es un hecho suficientemente destacable, sobre todo porque con frecuencia el ánimo festivo del pueblo español delimita territorios no esperados (ni deseados) por el poder. Ya ocurrió en los años de la Transición con las emblemáticas fiestas del Dos de Mayo en Madrid (1976) o las Jornadas Libertarias de Barcelona (1977). Y siguió pasando con las intervenciones de las administraciones municipales a partir de las primeras elecciones en 1979. Así, la cultura en esos años se trasmuta en fiesta (los concejales de cultura también lo eran de festejos) y convierte las calles en una metáfora de la modernización española y de la misma democracia.

La importancia de la fiesta no es una valoración subjetiva sino real y política. A la altura del verano de 1990 todas las encuestas de la Expo llegaban a la misma conclusión: el 90 por ciento de los ciudadanos ignoraba en qué consistiría la Expo y en consecuencia cuáles podrían ser los motivos para desplazarse hasta Sevilla. La “Era de los Descubrimientos”, lema inicial que, de una manera vaga todavía, conectaba con los viajes de Cristóbal Colón, se revelaba como invendible. Un responsable llegó a decir: “Si la gente piensa que la Expo son las tres carabelas tenemos un problema grave”. A partir de 1990 se modifica la ruta de lo que acabará siendo la Expo 92. Desde noviembre de 1990 se hacen nuevas campañas para vender a las agencias de viajes y en el extranjero. El nuevo eslogan será: “Todo el mundo será una fiesta en Sevilla '92” (Lucio Citation1990).

Manuel Olivencia, el primer Comisario General de la Expo, catedrático universitario y de ideología conservadora, no debió entender los cambios tan relacionados con los procesos de globalización multinacional. Los roces con otros responsables del evento situados en la órbita socialista se multiplicaron y finalmente fue cesado en 1991. Años después lo ha dicho, en entrevistas concedidas en 2000: “Se cambió el mensaje de la era de los descubrimientos por la fiesta” (Pereira Citation2012).

Pero no debe creerse que “La fiesta” fue una singularidad de Sevilla, sino que fue un objetivo de comunicación con los públicos buscado por todos los organizadores de los actos del '92. En Barcelona, se decía: “A diferencia de otros juegos, la fiesta no se acaba en los estadios. De hecho, no hacía más que comenzar. Cuando caía la noche, miles de personas participaban del sueño de una noche de verano” (Cuyás Citation1992, 29). Y en Madrid, un alcalde timorato como José María Álvarez del Manzano, del Partido Popular, escribió:

El encanto de una ciudad no está solo en sus piedras, en sus monumentos. … Las calles de Madrid rezuman historia y los rincones han sido testigos de la vida bohemia y tienen una animación especial. Están llenos de vida, se la dan sus habitantes, los madrileños. (Álvarez del Manzano Citation1992)

El V Centenario y las políticas de fomento

Como ha desarrollado Richard Maddox (Citation2004), los socialistas en los años 80 eligieron mirar al futuro en una especie de “cosmopolitan liberalism” que dejaba al margen algunas tradiciones autóctonas, y desde luego, se preocuparon lo mínimo imprescindible de la memoria del pasado. En suma, y no podría ser de otro modo en el contexto en que surgieron, los acontecimientos de 1992 estaban todos impregnados de un tratamiento ligero y superficial del significado histórico del V Centenario, que potenciaba el desarrollo de los muchos actos de cooperación y fomento con los países americanos. Significativamente, en 1979, el Instituto de Cultura Hispánica, nacido en 1940 al servicio indirecto de la política exterior de la Alemania nazi, cambia su nombre y se sustituye por Instituto de Cooperación Iberoamericano (ICI). Una modificación esencial porque pone el punto del foco en la cooperación como base de las relaciones con Latinoamérica, algo que será absolutamente clave para el desarrollo de las acciones del V Centenario.

Hoy día, la Comisión Nacional Quinto Centenario apenas es recordada por nadie; sin embargo, fue uno de los pilares centrales que permitieron la política de auspicio de actividades culturales o científicas. La Comisión, articulada a partir de delegaciones de los distintos países iberoamericanos, así como otras de las autonomías españolas, generó una gran cantidad de proyectos en áreas culturales como literatura, música, danza, teatro, arte, cine, fotografía, televisión, o científicas, como cooperación técnica, defensa y restauración del patrimonio, entre otras muchos, tan elevada que resulta imposible cualquier recensión unificadora.

En los textos oficiales la Comisión V Centenario se plantea como primer objetivo “Apoyar el avance para la Comunidad Iberoamericana de Naciones” (Sociedad Estatal Quinto Centenario Citation1992, 2). Esto puede interpretarse como una manera de fijar unas mejores condiciones para los intercambios comerciales en la etapa de la globalización, y en esencia, crear un marco favorecedor de las empresas españolas (un único ejemplo destacado por lo simbólico: Iberia compra Aerolíneas Argentinas en 1991). Con el segundo de los objetivos “trataban de movilizar a la sociedad española y promocionar España e Iberoamérica en el mundo”, para “difundir y popularizar la idea de Comunidad Iberoamericana” (Sociedad Estatal Quinto Centenario Citation1992, 2). Y además se acota: “Con este espíritu y estos proyectos nos hemos puesto a trabajar profundamente convencidos de que el año 2000 nos verá unidos o dominados” (Quinto Centenario del Descubrimiento de América Citation1985, 15). Hace mucho tiempo que dejamos atrás el año 2000. Y cada uno deberá juzgar lo exacto o inapropiado de esta afirmación de la Comisión V Centenario.

Conocemos que la comunidad iberoamericana de naciones, tal como fue pensada por algunos en aquellos años no tuvo continuidad después del '92. Significativamente, el antiguo ICI se convirtió en AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) en 2007, cuyo ámbito de actuación dejó de ser exclusivamente Latinoamérica. Pero ello no obsta para reconocer que, a partir de la edición de enciclopedias para públicos masivos, de la publicación de libros o cómics, de la producción de series televisivas o de películas, la Comisión V Centenario realizó una política pedagógica sobre el continente americano como nunca antes se había realizado en España. Y puede decirse que fue esencial para el impulso de las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno, reuniones de periodicidad anual desde 1991 hasta 2004, que a su vez han sido esenciales para muchos otros programas de cooperación como “Ibermedia. El espacio Audiovisual Iberoamericano” (1998) o la creación de la que inicialmente se llamó Televisión Educativa Iberoamericana y hoy Televisión Educativa y Cultural, que posee notable importancia para el desarrollo de la educación secundaria.

El aprendizaje de las reglas del consumo globalizado

El ciudadano/consumidor de la globalidad no nació sabiendo cómo comportarse en las nuevas reglas sociales, tuvo que ser enseñado. El antropólogo argentino Néstor García Canclini (Citation1995) destacaba ya que la identidad contemporánea no es únicamente una cuestión de símbolos nacionales. Estos, como se sabe, son la base de las conmemoraciones y de la memoria nacional (Gillis Citation1994; Jelin Citation2017), pero ahora la conmemoración está imbricada con las propias singularidades del consumo hasta formar parte de la propia identidad. Y la Expo de Sevilla fue la primera gran prueba para que los españoles comprendieran las singularidades de la sociedad globalizada.

La Expo tuvo, según las cifras oficiales, algo más de 41 millones de visitas que corresponden a unos 18 millones de visitantes (es decir, como promedio algo más de dos entradas por cada asistente). El 19 por ciento de las visitas corresponde a extranjeros, y por consecuencia, más de treinta millones de ellas correspondieron a andaluces y españoles (Lucas Citation2017). Fue para la gran mayoría de estos la primera experiencia vital y sensorial como ciudadanos en el espacio público de la sociedad globalizadaFootnote3. En realidad, la visita al recinto sirvió como educación para las nuevas maneras de ser ciudadano/consumidor. El hecho debe destacarse; pues si diversos autores, a partir de la propia práctica del “flâneur” o la “flâneuse” de la ciudad moderna, han elaborado reflexiones sobre la experiencia ciudadana mediatizada por la cultura visual (por ejemplo, Friedberg [Citation1993]), la permeabilización en las sociedades industrializadas de nuevas reglas económicas y de consumo ha dado lugar a una cierta interacción de las nuevas experiencias de la ciudadanía en un marco diverso de aquel que dichas experiencias proporcionaron a las masas urbanas de la modernidad. En suma, las más de treinta millones de visitas de andaluces y españoles entraban en un mundo que en buena parte ignoraban que existía. Pero en su deambular como paseantes, igual que ocurría con el de los pasajes de París, se encontraban con unas formas arquitectónicas y visuales al menos tan impactantes como el cinematógrafo en la Feria Internacional de San Louis (EEUU) en 1904, en donde se exhibieron algunos filmes nocturnos de Edwin S. Porter. Nadie de cuantos fueron a la Expo 92 pudo sustraerse a la exuberancia de las tecnologías de la imagen que mostraban la superioridad del capitalismo. Al ciudadano globalizado lo atravesó en su experiencia de esos estímulos el exceso y ya no olvida que la de la Expo 92 estuvo marcada por la espectacularidad de determinados edificios, y quizás sobre todo por la pantalla Jumbotron de Sony, la cascada de imágenes en el pozo del pabellón de Francia, las películas 3D en el pabellón del Futuro, las películas tridimensionales del pabellón de Fujitsu o el audiovisual en visión de 360° del pabellón del País Vasco. Por no olvidar que uno de los mayores éxitos de la Expo fue el entonces desconocido karaoke, un artilugio que permite según los cánones de la posmodernidad convertir en participante al observador.

El arquitecto Luis Fernández Galiano (Citation1992) escribió sobre estos temas en un artículo en El País:

La tecnología como espectáculo es quizá la clave arquitectónica de la feria. … Tecnología y representación son en esta muestra los carriles por los que circula la experiencia del visitante, preparado siempre para la suspensión del recelo que exige la ficción, accesible solo desde la minoría de edad que abre las puertas de la prestidigitación, la cabalgata y el fuego de artificio.

El visitante andaluz y español vislumbró en la Expo, esta vez en casa propia, cómo era el nuevo mundo. Además de la exuberancia de las imágenes, también comprobó que no era barato; tanto es así que, según aparecía en una portada en la edición de Sevilla del diario ABC, el mismo Luis Yáñez, presidente de Comisión del V Centenario, aseveraba “pasar un día en la Expo es muy caro, por lo que cuando lleva a sus hijos les prepara bocadillos en casa”, lo cual no deja de ser, asimismo, parte de la idiosincrasia española, pues la entrada de comida y bebida estaba prohibida (ABC, 16 mayo 1992). Así pues, a la experiencia del nuevo ciudadano en este contexto festivo, lejos de las colas y penurias de otros momentos más oscuros de la historia, van unidas la espera, las multitudes en los espectáculos, las colas para la entrada al recinto o los pabellones, y desde luego, las dificultades de visión, por la elevada cantidad de espectadores, llegado el momento de la cabalgata de la compañía teatral catalana Els Comediants al atardecer. Hoy se sabe, pero en 1992 el español ignoraba que el ciudadano posmoderno une su experiencia vital, su masaje visual, a la espera y la cola. Y también, claro, al consumo: el mundo internacionalizado y globalizado era mucho más grande de lo que se podía intuir por la televisión: ciento doce países tuvieron su pabellón, incluyendo algunos que podían despertar el morbo como el de Irak, en la época un país devastado por los bombardeos, o el de Kuwait, así como otros que significaban las primeras presencias públicas de una Alemania unificada y una renacida Rusia sin bandera roja. Casi todos tenían espacios en los que consumir, gastar y disfrutar de ofertas gastronómicas desconocidas.

Por eso, uno de los últimos anuncios televisivos sobre la Expo, mucho más directo, hablaba de “Tienes que venir”, para aprender, diríamos hoy.

Deporte e identidadFootnote4

Los Juegos Olímpicos de 1992 fueron según todas las opiniones un destacado éxito deportivo y organizativo. Además, para la corporación socialista del ayuntamiento de Barcelona se consiguió el objetivo de utilizarlos con el fin de reordenar urbanísticamente la ciudad de Barcelona. Las encuestas del CIS destacan la valoración muy positiva de los españoles (Atienza y Pombo Citation1994, 19). Algunos aspectos polémicos de aquellos días fueron tratados con sordina por los medios españoles y catalanes. Ese fue el caso de la disputa sobre la presencia de un bosquimano que, disecado, se exhibía en un museo situado en una de las subsedes olímpicas, la localidad gerundense de Banyoles. El CIO tuvo que intervenir muy seriamente para que las autoridades locales retiraran la muestra del oprobio…mientras duraran los Juegos (A.P. Citation1992).

Los socialistas del gobierno de España dejaron en manos de los socialistas catalanes toda la política de imagen de los Juegos. Fue frecuente ver al vicepresidente de gobierno, el catalán Narcís Serra, o al alcalde, Pasqual Maragall, como espectadores de las pruebas deportivas, y muy raro observar al presidente Felipe González o al President de la Generalitat, Jordi Pujol. Hay mucha bibliografía que aborda los Juegos de Barcelona desde múltiples perspectivas. En ella destacan los muchos estudios del profesor Miguel de Moragas Spà (Citation1992, Citation2017). En otro orden, conocemos que la interrelación entre el nacionalismo y las prácticas deportivas en los tiempos globalizados es un campo de estudio en expansión (Bairner, Kelly, y Woo Lee Citation2016; Palacio y Cascajosa Citation2013).

Los Juegos de Barcelona, que en cierto sentido fueron los primeros que por su carácter universal y comercial respondían a los parámetros de las sociedades globalizadas, no son una excepción. Para estas páginas lo destacado es observar la manera en que los Juegos del '92 permiten hacer visibles los desajustes o contradicciones de la configuración territorial española basada en las autonomías regionales. Recuérdese que la España autonómica emana de la Constitución de 1978, ampliamente refrendada por la sociedad. Pero una vez aprobada, nadie sabe muy bien cómo organizar jurídica e identitariamente la mixtura entre las diecisiete autonomías y España (Muñoz Machado Citation2012). En primer lugar, dígase por tanto que a la altura de 1992 las condiciones materiales básicas de los ciudadanos (sanidad, educación) estaban ya transferidas en las autonomías más pobladas. A su vez, muchas de ellas (País Vasco, 1982; Cataluña, 1983; Galicia, 1985; Andalucía, 1989; Comunidad Valenciana, 1989; Madrid, 1989) poseían televisiones públicas que se revelaron inmediatamente como máquinas al servicio de las administraciones autonómicas para potenciar la identidad propia. De finales de los años 80 son también los primeros partidos de la selección de fútbol de Euskadi (1990) o los intentos de crear un Comité Olímpico Catalán (1989).

Los símbolos identitarios y nacionalistas, como la bandera, se convirtieron casi inmediatamente en parte de las disputas ideológicas en el espacio público. Esto resulta mucho más curioso si se considera que algunas de las autonomías carecían en el momento de su alumbramiento de enseña propia, por lo que hubo que crear un determinado uso público para darla a conocer. En las primeras valoraciones periodísticas de los Juegos se observa que los espectadores podían portar la bandera catalana y animar con ella a los representantes olímpicos de España. Así ocurría, por ejemplo, con el mar de banderas ondeantes en el estadio del CF Barcelona durante los partidos de la selección española de fútbol y sobre todo en la final que ganó España, y que según las encuestas del CIS fue la medalla que produjo más ilusión a los españoles (Atienza y Pombo Citation1994, 21). Por su parte, las banderas españolas en el estadio Nou Camp llevaron al diario El País a titular: “Jordi Pujol teme que los éxitos de los deportistas españoles releguen la imagen del nacionalismo catalán” (Antich Citation1992).

En suma, con los Juegos y con los usos de las banderas se descubrió una particular forma de identidad para la inédita configuración territorial. El mejor ejemplo fue la vuelta al estadio de los medallistas olímpicos. Como es conocido, en esos momentos de alegría es frecuente que los ganadores de las medallas realicen un recorrido adicional para recoger el reconocimiento de los espectadores. Es un momento de claro nacionalismo porque siempre realizan ese trayecto con la bandera del país que representan. Pues bien, en Barcelona '92 los atletas españoles portaban casi siempre dos banderas: una la española y otra la de su comunidad. Es recordado el caso de Antonio Peñalver, medalla de plata en la prueba de decatlón, hasta ese día la mayor hazaña de un deportista olímpico español había realizado nunca, y que recorrió el tartán del estadio con una bandera de la Región de Murcia y otra de España, algo que llevó a los espectadores extranjeros y muchos españoles a preguntarse sobre el lugar que representaba esa bandera rojo carmesí. Esas primeras prácticas identitarias han evolucionado hasta que, en la actualidad, los medios de comunicación autonómicos siempre remarcan el lugar de nacimiento de los deportistas como manera de identificación.

Huelga decir que fue en Cataluña donde fueron más explícitas las contradicciones de ese territorio inexplorado de la España autonómica. Antes de los Juegos, y una vez comprobado que el gobierno central declinaba cualquier deseo destacado de intervención, el conflicto se centró en lo que se llamó la “catalanización” del evento deportivo. Finalmente, se consiguen los objetivos buscados, y el catalán como lengua se incorpora a la lista de los idiomas oficiales de la XXV Olimpiada y el himno catalán “Els segadors” suena en la entrada del rey Juan Carlos en el estadio olímpico en la gala inaugural. La presencia pública de las campañas que bajo el lema “Freedom for Catalonia” habían tenido una cierta incidencia en los años anteriores, en buena parte se convierten en residuales.

El visitante en los días de la Barcelona olímpica observaba los balcones de muchos edificios y encontraba una ensalada de banderas, al menos cinco: las dos mayoritarias eran la del ayuntamiento y la senyera catalana. Y luego, otras tres de presencia más reducida: la olímpica, la española y la estelada independentista. Es probable que el visitante no entendiera nada, pero esto revela el conflicto de identidades que allí se estaba planteando.

Resulta muy fácil leer los conflictos de las banderas como el combate entre dos maneras de entender lo catalán: Jordi Amat (Citation2018) titula “Matar a Cobi” un capítulo de su libro Cultura y política en la Cataluña contemporánea, donde plantea que el desarrollo de los Juegos significó la confrontación de dos maneras de entender Cataluña: por un lado, la que representaba el alcalde de Barcelona, el socialista Pasqual Maragall, que mostraba sus reivindicaciones de “una ciudad abierta al mundo … donde no era esencial la cuestión nacional”, y por otro, Jordi Pujol, el presidente políticamente conservador guiado por el único objetivo de crear una “comunidad nacional”. Muy pocos días antes de comenzar los Juegos Olímpicos de Barcelona, el New York Times publicaba una noticia sobre el evento en la que se podía leer:

The plan, needless to say, is not the work of Madrid or even of Barcelona. It is simply that Catalonia, the prosperous autonomous region that has Barcelona as its capital, never misses a chance to promote its name and its nationalism – and what better chance than the Olympics? “The important thing is not sport but the country” Jordi Pujol, the President of Catalonia, lectured Catalan athletes the other morning. “Sport helps the country to form itself, to organize itself, to know how to win and how to lose”. By “country”, of course, he meant Catalonia. (Riding Citation1992)

En este marco, “matar” la mascota Cobi y señalar a su creador Javier Mariscal como anticatalanista fue todo uno. Jordi Solé Tura, uno de los ponentes de la Constitución y Ministro de Cultura entre 1991 y 1993, escribió en El País un terrible artículo sobre algunas de las afrentas que sufrió Mariscal (Solé Tura Citation1988).

Ciertamente, en la contemporaneidad los independentistas no acaban de encontrarse satisfechos con el desarrollo de los Juegos Olímpicos del '92. No solo porque su impulso fuese hegemonizado por el ayuntamiento socialista y no por la Generalitat nacionalista, sino también por otros motivos. El sociólogo Salvador Cardús, una sólida pluma del independentismo catalán, en una reflexión publicada en el diario Ara sobre la transformación en la ceremonia de la clausura de los Juegos del cantante Peret, apunta: “aquesta colonització de tot Catalunya per la marca Barcelona, en aquest moments, és un error. Barcelona és un clàssic. Catalunya és la gran novetat que el món està descobrint” (esta colonización de toda Cataluña para la marca Barcelona, en estos momentos, es un error. Barcelona es un clásico. Cataluña es la gran novedad que el mundo está descubriendo) (Cardús Citation2013).

Al igual que no prosperó la idea de una comunidad iberoamericana, la búsqueda ideal de una identidad común de la España autonómica, y en especial con Cataluña, tampoco fructificó. A partir de 1993, España entró en una recesión económica y la clase política trasladó sus intereses hacia otros lugares, por ejemplo, hacia la legitimación del proceso político de la Transición, algo que no estuvo presente en la década de los 80.

Este dossier

Desde una variedad de perspectivas metodológicas y campos de conocimiento, este dossier ofrece un acercamiento a la cultura española de comienzos y mediados de los años 90, utilizando el año 1992 como punto clave en la culminación de una serie de procesos de gran calado en los niveles social, político y económico. Así pues, los diferentes artículos se centran en diversas formas de producción cultural: las bellas artes, el teatro, el cine, la música y la televisión. Por una parte, examinan el impacto de diferentes artefactos culturales en eventos claves de este periodo como la Exposición Universidad de Sevilla o los Juegos Olímpicos de Barcelona; por otra, investigan tendencias creativas y modos de producción y consumo en los diferentes ámbitos analizados con el fin de establecer un mapa detallado de la cultura en España durante este periodo y determinar su legado en la era contemporánea.

En el primer texto, “Necrophilia, mon amour: Jose Luis Brea y los últimos días de la historia en la Expo 92”, Alberto Medina estudia el papel del crítico y curador José Luis Brea en la Exposición Universal de Sevilla a través de un detallado análisis de las exposiciones Pasajes y Los últimos días. En un evento presentado como espectacular y celebratorio, Brea nada a contracorriente al mismo tiempo que cuestiona el papel del arte en sus espacios de exhibición y consumo. Según el autor, estas exposiciones se constituyen en un “agujero negro” de la Expo, a modo de pausa reflexiva que se contrapone al gozo ferial del evento. Estas se convierten así en espacios educativos que permiten desentrañar los mecanismos constitutivos del macroevento sevillano y su relación con la nueva Europa de Maastricht. En “Redefining the Contours of Hispanicity in '92: José Sanchis Sinisterra’s Teatro Fronterizo and the V Centenario”, Bernardo Antonio González se acerca a la producción teatral de la obra de José Sanchis Sinisterra, Lope de Aguirre, traidor dirigida por José Luis Gómez. Específicamente, el autor detalla cómo la obra cuestiona el legado imperial español y las pautas del encuentro con culturas no europeas con el fin de evaluar la relación entre las artes escénicas y la cultura nacional de los años 90, en particular temas que comenzaban a tomar especial importancia en la esfera pública de estos años como la memoria histórica. El autor dibuja a Sanchis Sinisterra como una figura políticamente implicada que intentó entablar una conversación con los latentes discursos políticos e ideológicos en este momento clave de la historia de España. “Middlebrow Cinema by Women Directors in the 1990s”, de Sally Faulkner, cuestiona el hecho de que el cine español de los años 90 se alejase de la tendencia dominante “middlebrow” de la década anterior, analizando como en los 90 se produce una emergencia de mujeres como directoras fílmicas. La autora explica que el “cine de calidad” fue recalibrado en el contexto del panorama social de comienzos de los 90 en España. Concretamente, la autora explora films como Una estación de paso (Gracia Querejeta, 1992), Hola, ¿estás sola? (Icíar Bollaín, 1995) y presta especial atención a Entre rojas (1995) de Azucena Rodríguez, film que reivindica tanto desde el paradigma metodológico del concepto de “middlebrow” cinematográfico como desde una perspectiva feminista.

En “Barcelona, a Musical Olympus? Live Music, Club Cultures, Television and City Branding”, Duncan Wheeler analiza el papel de la música popular en la construcción de la marca Barcelona de los años 90 y la dramática transformación de su espacio urbano durante este periodo hasta tornarse gran capital europea y destino turístico privilegiado. En primer lugar, el autor estudia una serie de conciertos de las décadas de los 70 y 80, con especial énfasis en la figura del promotor Gay Mercader y la llegada de figuras internacionales del rock de primer nivel tras la caída de la dictadura. Posteriormente, el artículo establece la importancia de la música, tanto en directo como grabada, en el éxito de Barcelona '92, analizando cómo lo musical devino herramienta esencial para la promoción de la ciudad de Barcelona y los Juegos. Finalmente, en “Coda. From the Barcelona Olympics to Alcàsser: Two Images of 1992 and Their Afterlives”, Vicente Rodríguez Ortega analiza la persistente huella de dos imágenes del año '92 en la memoria colectiva y los medios de comunicación españoles hasta el momento presente. Por una parte, se centra en la final olímpica de fútbol entre España y Polonia, y la presencia de símbolos nacionalistas españoles en este evento, en contraposición a la histórica utilización del estadio del FC Barcelona, Camp Nou, para la puesta en escena de las demandas del nacionalismo catalán. El ensayo analiza una serie de artículos de prensa que conceptualizan los Juegos como un tiempo de armonía entre catalanes y españoles, recuperando destacadas imágenes de Barcelona '92 como epítomes de tal condición. Por otra parte, se acerca al lado oscuro de versiones eufóricas del '92: la brutal violación y asesinato de tres jóvenes mujeres en la localidad de Alcàsser, y su relación con la cobertura sensacionalista de este tipo de eventos en la televisión en España y su indeleble huella en el presente, con especial énfasis en el análisis de la reciente serie documental El caso Alcàsser (2019).

Financiación

Este artículo se ha realizado en el ámbito y con la ayuda del proyecto “Cine y televisión 1986–1995: Modernidad y emergencia de la cultura global” (CSO2016-78354-P), Agencia Estatal de Investigación, Ministerio de Ciencia e Innovación de España y FEDER.

Disclosure statement

No potential conflict of interest was reported by the author(s).

Nota biográfica

Manuel Palacio es Catedrático en la Universidad Carlos III de Madrid, donde fue el Decano de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación. Es el coautor de Práctica fílmica y vanguardia artística en España (Universidad Complutense de Madrid, 1982) y La programación de televisión (Síntesis, 2001), y el autor de La imagen sublime: El vídeo de creación en España (Centro de Arte Reina Sofía, 1987), Historia de la televisión en España (Gedisa, 2001) y La televisión durante la transición española (Cátedra, 2012). Además, es el coautor de varios libros sobre la historia del cine en Cátedra. Ha sido crítico de televisión en dos periódicos españoles, El Sol y La Voz de Galicia, y también escribió la serie de televisión El arte del video (TVE, 1990). Es el director y fundador del grupo de “Cine y televisión: Memoria, representación e industria” (TECMERIN).

Notes

1 Volumen que también se aborda en el artículo de Vicente Rodríguez Ortega que cierra este dossier.

2 Rodríguez Ortega en su artículo al final de este dossier aborda problemáticas similares.

3 En el siguiente artículo de este dossier, Alberto Medina aborda la Expo de Sevilla a través del papel en la misma del crítico de arte y curador José Luis Brea.

4 Tema que también aborda Rodríguez Ortega en su artículo.

Referencias

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