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Introducción

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Philip Deacon nació en Bournemouth (Dorset) en 1946, hijo de un padre director de escuela primaria y una madre galesa, con abuelos maternos bilingües de habla galesa. La carrera de su padre suponía traslados, una circunstancia que llevó a Philip primero a Devon y después a Cornualles. Fue allí, en el Launceston College, donde el entusiasmo del profesor Peter Francis despertó su interés por España y su cultura. Siguió así el camino de hispanistas insignes que habían estudiado antes en ese pequeño instituto estatal, como Albert Sloman y Nicholas Round, que llegaron a ser catedráticos universitarios e investigadores destacados de la cultura española. El colegio también tenía fama por la importancia que daba al estudio de la música y la mayoría de los estudiantes aprendía a tocar un instrumento, el violín en el caso de Philip. Ahí está el origen, sin duda, de su perdurable y profunda afición a la música clásica.

Después de aprobar los exámenes de rigor, Philip pasó a la Universidad de Southampton, entonces en pleno furor expansionista debido a las recomendaciones del Informe gubernamental de Lord Robbins. Su Departamento de Español estaba dirigido por Nigel Glendinning, ganador de la recién creada cátedra a la edad de 32 años. El número de estudiantes en segundo año de la carrera no pasaba de 24—¡qué tiempos aquellos!—e inicialmente el dinamismo de Henry Ettinghausen y Robert Johnson hizo que la lectura de textos literarios rivalizara con actividades organizadas por el sindicato de estudiantes: conciertos de grupos como The Who y retransmisiones televisivas, como las del programa Top of the Pops o los partidos de fútbol. Los inscritos en Hispánicas de esa época de supuesta liberación (‘the swinging sixties’) contrastaron las técnicas pedagógicas del erudito y cordial Henry con las del fogoso y provocador Bob, con plena asistencia a clase de estudiantes atraídos por profesores entusiastas, empeñados en despertar en el alumnado reacciones a una gama de experiencias culturales y, sobre todo, en provocarles a pensar, en concreto sobre textos literarios.

Antes de terminar la carrera, Philip pasó un año en España como profesor encargado de curso en el Departamento de Inglés de la Universidad de Zaragoza, puesto que se parecía al de lector, aunque en realidad significaba enseñar la lengua inglesa e impartir seminarios sobre literatura. En esa época la universidad era un centro de movilización estudiantil, en la medida en que eso era posible bajo el régimen de Franco; entre el profesorado en la Facultad de Letras se encontraban Francisco Ynduráin en el Departamento de Filología Española e historiadores de la España dieciochesca como Carlos Corona, José Antonio Ferrer Benimeli y Rafael Olaechea en el Departamento de Historia.

Durante ese año hubo una visita a Zaragoza de Nigel Glendinning en busca de documentos de archivo sobre Goya. Como tenía un alumno residente en la ciudad, sugirió que Philip repasara el diario, en decenas de tomos manuscritos, del cronista aragonés Faustino Casamayor, cuyo texto abarcaba en gran detalle las actividades que tuvieron lugar en la ciudad en las décadas finales del XVIII y primeras del siglo siguiente. Durante unas semanas Philip, que por entonces no había visto textos manuscritos del XVIII, alternaba sus tardes como bibliotecario del Departamento con la transcripción de toda mención de ciudadanos con el apellido Goya, ya fuera el célebre pintor o miembros de su familia, a la vez que descubría el quehacer cotidiano de un gran ciudad de provincias, cuna de figuras destacadas de la vida política y cultural de la época.

La inmersión en la vida estudiantil se produjo en un colegio mayor, facilitando las amistades y una profundización en la lengua castellana, especialmente el lenguaje tabú, entonces ausente de los diccionarios, lo que sería de gran utilidad para las posteriores investigaciones de Philip sobre la poesía erótica. La llegada del correo por la mañana producía un corro de estudiantes alrededor de la garita del conserje mientras Primi, como le llamábamos, leía en voz alta los nombres en los sobres. Una mañana, sin embargo, el carácter exclusivamente masculino de la residencia de estudiantes quedó en entredicho al gritar ‘Pili de Acón’, una lectura comprensible en un zaragozano más conocedor de los milagros de la Virgen del Pilar que de los nombres ingleses. Otra fuente de educación sobre la actualidad política y literaria española se localizó en un contexto muy familiar a los conocedores de la España dieciochesca: las conversaciones en una librería, la de Luis Marquina, dueño de Hesperia y profundo conocedor de la política y del mundo de los libros, y cuyos catálogos de ediciones antiguas lograban atraer a clientes como Umberto Eco.

Al volver a Southampton fue la asignatura de último año de la carrera, dedicada a la cultura española del siglo XVIII, lo que le convenció a Philip definitivamente acerca del campo en que quería centrar sus estudios de postgrado. Los encuentros quincenales con Nigel Glendinning de cuatro alumnos entregados (un número que sin duda sería considerado inviable hoy en día) llevaron a intercambios sobre política económica, retórica, ironía, estructuras dramáticas, grabados (Goya, por supuesto) y el ideario de las Luces, completados con búsquedas de literatura secundaria sobre autores y temas que carecían de investigaciones serias, lo que obligó a los cuatro compañeros a razonar sus propios argumentos y a formular opiniones propias.

Convencido de que una beca gubernamental para un doctorado estaría fuera de su alcance, Philip volvió, después de graduarse summa cum laude, a Zaragoza y a la enseñanza del inglés, pero disponiendo de tiempo para lecturas extensas sobre la España dieciochesca como preparación para los estudios de doctorado. Por aquel entonces la Universidad de Zaragoza organizaba cursos de verano en la ciudad pirenaica de Jaca, no solamente para estudiantes extranjeros de español, sino también un cursillo para licenciados españoles de inglés que preparaban oposiciones para cátedras de enseñanza secundaria, en los que participaba Philip, como es propio de él, con gran entusiasmo. La residencia universitaria con jardín y piscina permitía lecturas tranquilas, y el clima del Pirineo atraía a académicos eminentes—historiadores, filólogos y lingüistas—para pasar días o semanas dando clase y mezclándose con los matriculados. José Manuel Blecua Teijeiro (Blecua padre) tomó a Philip bajo su protección, compartiendo con él sus extensos conocimientos sobre archivos, bibliotecas, crítica textual, libros antiguos y poesía áurea. Las visitas se repitieron en años posteriores, ofreciendo ocasiones impagables para el trato enriquecedor con estos grandes maestros; así, por ejemplo, las lecturas en el jardín podían verse interrumpidas por la aparición de Fernando Lázaro Carreter que preguntaba sobre el libro que uno leía, ofreciendo sus opiniones sobre la poética del XVIII e incluso cuestionando las teorías de otros investigadores. En otro orden de cosas, no eran menos interesantes las tertulias de sobremesa, que permitían que profesores distinguidos intercambiaran estratagemas sobre cómo identificar al espía del régimen en el aula e incluso cómo hacerle incómoda su presencia, preguntándole sobre un aspecto concreto de la asignatura a la que asistía.

Para 1971 Nigel Glendinning había pasado a ocupar una cátedra en el Trinity College de Dublín, pero afortunadamente la beca de investigación del gobierno británico de Philip no impidió su inscripción en el curso de doctorado de esa antigua universidad extranjera. Su biblioteca albergaba importantes ediciones de textos dieciochescos españoles y ofrecía un curso sobre historia del libro bajo la dirección de la admirable bibliotecaria, después conservadora de libros antiguos, Mary (‘Paul’) Pollard. De este modo, Philip pudo incorporar a la rutina del postgraduado de leer y analizar textos, y a sus esfuerzos para entender la España de los primeros Borbones, unos estudios de doctorado que versaron sobre las técnicas de imprenta y el papel de los impresores en la cultura europea de la modernidad temprana. Al mismo tiempo, se repitieron las visitas a España para localizar los materiales y los datos necesarios para una tesis sobre la vida y obra de Nicolás Fernández de Moratín y para consultar manuscritos e impresos dieciochescos.

Nigel Glendinning pasó en 1974 a ocupar una cátedra en Queen Mary, en Londres, y Philip volvió también a Inglaterra a terminar su tesis en la acogedora casa de su antiguo tutor Henry Ettinghausen y su mujer Mercedes, a la vez que iniciaba su curriculum remitiendo sus primeros trabajos académicos a las revistas pertinentes. Su primer puesto universitario (1977–1979) fue en University College, en Galway, al lado de Robin Fiddian y José Ruano de la Haza, en una pequeña sección departamental en la que Pepe y él montaron un curso de lengua para principiantes para así justificar sus contratos. Después ocupó otro puesto interino en Westfield College, en Londres, en cuyo departamento, dirigido por John Varey, tuvo como colegas a nombres de la talla de Alan Deyermond, Ralph Penny y Dorothy Severin, siempre dispuestos a estimular y dar sabios consejos a su joven compañero.

Sin embargo, un investigador con un doctorado centrado en la cultura española dieciochesca no resultaba particularmente atractivo para departamentos en los que se anunciaban puestos de profesor titular (‘Lecturer’), y en una de las entrevistas un catedrático miembro del tribunal, sin duda con la mejor de las intenciones, sugirió que otro campo de investigación habría facilitado mucho más una carrera universitaria. En 1980, no obstante, la Universidad de Sheffield quiso ampliar las posibilidades de estudiar la lengua y cultura españolas para departamentos fuera de la Facultad de Letras al ofrecer cursos sobre la vida social, política y económica de España. Las entrevistas para cubrir el puesto se convocaron para un viernes, 13 de septiembre—fecha y día de mal agüero en Inglaterra—, pero para un estudioso de la Ilustración que no cree en supersticiones, tal dato carecía de importancia. Mientras esperaba la entrevista fijada para la tarde Philip exploró los sótanos de la Biblioteca Universitaria y se asombró de los muchos volúmenes dieciochescos que contenía. La posibilidad de consultar esos preciosos tomos sin duda animó al candidato en la entrevista posterior, que contaba con dos especialistas distinguidos en la cultura dieciochesca británica y francesa, además de tres catedráticos de español. Cuando al final de la tarde le ofrecieron el puesto, en lugar de sorpresa, su reacción, además de gran alegría, fue la sensación extraña de que iba a ocupar un puesto que le quedaba como un guante.

Las asignaturas que se le encargaron en los primeros años implicaban ocuparse de los cambios que tuvieron lugar en España en la transición del franquismo a la democracia. Escuchar las noticias de Radio Nacional de España y leer las páginas de El País fue esencial para dar cursos sobre áreas que aún no tenían libros de texto. Una consecuencia de este nuevo interés docente de Philip fueron un buen número de invitaciones a hablar sobre la España contemporánea a alumnos de colegios cercanos y reuniones de la Asociación de Profesores de Español de la zona. Condujo también a su asistencia y presentación de comunicaciones en la recién creada Asociación de Estudios Ibéricos Contemporáneos (ACIS); estas investigaciones se plasmaron en publicaciones o contribuciones a libros sobre los medios de comunicación en España.

El Departamento de Estudios Hispánicos de Sheffield, dirigido entonces por Tony Heathcote, funcionaba de manera armoniosa, y las decisiones se tomaban por consenso. Con el paso del tiempo Philip por fin tuvo la posibilidad de ofrecer asignaturas sobre lo que mejor conocía, la cultura española dieciochesca; el resultado sería, con los años, el que varios alumnos, seducidos por el XVIII español gracias a su entusiasmo docente, pasaron a emprender estudios de postgrado e incluso algunos realizaran sus tesis sobre temas dieciochescos bajo su dirección. En paralelo a la docencia, Philip fue miembro de distintas comisiones universitarias, desde la de Becas de estudios y Servicios de Informática, hasta la de la Biblioteca de la Universidad (su favorita, es fácil adivinarlo, dado su interés bibliófilo). Gracias a su trabajo durante años como encargado de las compras de libros, la Universidad de Sheffield posee unos fondos sobre la España dieciochesca—incluyendo libros antiguos, ediciones raras o títulos hoy agotados—que serían la envidia de muchas universidades españolas. Dentro del Departamento ejerció como tutor para todos los cursos, incluso los de postgrado, para los que estableció un programa de estudios que abarcaba metodología y fuentes de investigación, formatos de publicación y técnicas de presentación oral y escrita. El reconocimiento por la Universidad de su dedicación a la docencia e investigación se hizo evidente en su nombramiento sucesivo a los puestos de ‘Senior Lecturer’, ‘Reader’ y finalmente en la obtención de una cátedra personal de Estudios Hispánicos.

Su interés, fruto de la docencia en este terreno, por la actualidad española, podría haber desplazado la investigación de la cultura dieciochesca, un campo en vías de transformación en España en la década de 1980 a medida que el rechazo tradicional de su valor—resultado tanto de la condena ideológica del régimen de Franco, influido por los escritos de Menéndez Pelayo, como de la supuesta actitud anticatólica de un siglo acusado de promover el materialismo, si no el ateísmo—dio paso a un replanteamiento radical. La renovación de la investigación, protagonizada por el Centro Feijoo (después Instituto) de Estudios del Siglo XVIII de Oviedo, además de por estudiosos de la talla de José Caso González (Oviedo) y Francisco Aguilar Piñal (CSIC, Madrid), abrió el camino a una nueva generación, en cierto modo postfranquista, de investigadores—Joaquín Álvarez Barrientos, Pedro Álvarez de Miranda, Guillermo Carnero, Francisco Lafarga, Emilio Palacios, Inmaculada Urzainqui—cuya entrega investigadora y amistad personal llevaron a Philip a nuevas áreas de investigación.

Dado que la cultura dieciochesca estaba ausente, con algunas excepciones, de la mayoría de los departamentos de estudios hispánicos del Reino Unido, la asistencia a congresos en España, cada vez más frecuentes a partir de la década de 1980, resultó imprescindible para Philip, tanto en el plano intelectual como en el aspecto humano. A esos encuentros acudían las figuras más destacadas del dieciochismo internacional—René Andioc, Georges Demerson, Lucienne Domergue, Rinaldo Froldi, David Gies, François Lopez, John Polt, Russell P. Sebold—que aportaban metodologías y líneas investigadoras propias de sus tradiciones nacionales, algo vital para la renovación científica de ese campo. Del prestigio creciente que iba cobrando Philip en estos foros académicos puede dar cuenta, por ejemplo, el que en un encuentro de investigadores internacionales y postgraduados españoles, convocado por Carmen Iglesias para la Fundación Duques de Soria en 1995, Philip fuera ponente en el terreno de la historia cultural al lado de especialistas en historia política y económica de la talla de Richard Herr o Gonzalo Anes.

La notable envergadura de su tesis doctoral—The Life and Works of Nicolás Fernández de Moratín, 1737–1780, que Philip defendió en 1978—había abierto campos propicios para futuras exploraciones (las sociedades económicas, el patronazgo, la nobleza), que en el terreno cultural ofrecían amplias vías de investigación como la censura estatal y la Inquisición, además de llamar la atención sobre aspectos literarios como el sistema de géneros, la crítica textual, la poesía erótica, la retórica y la estética teatral clasicista. Sirvan de muestra dos ejemplos: la lectura de documentos inéditos de un amigo de Moratín descubrió nuevos datos políticos sobre la tragedia Raquel y su autor; la consulta casual de dos ejemplares de la primera edición de El Barón de Leandro Moratín reveló que había en realidad dos ‘primeras’ ediciones. (No en vano el propio Philip ya iba reuniendo para su aprovechamiento y disfrute particular una escogida colección de libros españoles del XVIII.) De sus investigaciones en todos estos campos da buena cuenta su bibliografía.

Si, por un lado, las conversaciones con colegas internacionales en congresos celebrados en España le servían de estímulo, por otro la piedra angular de apoyo e inspiración en todo seguía siendo Nigel Glendinning. Si la cultura europea de las Luces hacía destacar los enlaces entre los varios campos de la vida intelectual, el eclecticismo de Glendinning, al situar la cultura literaria dentro de la extensa gama de actividades humanas, se reflejaba en el empeño de Philip en no limitarse a los campos de la estética y la historiografía sino en contemplar la cultura en todos sus contextos relevantes. Sin embargo, ciertos puntos clave de interés pueden detectarse en su trayectoria como investigador. Uno es su enfoque en la variedad de actitudes ante el pensamiento ilustrado en España. Si las Luces suponen el cuestionamiento del statu quo vigente en esa época, tanto la censura civil como una Inquisición represora serán instituciones que merezcan nuestra atención investigadora. En el campo dramático Philip había asimilado las lecciones de René Andioc ya al inicio de sus estudios doctorales, y los intercambios epistolares con su admirado y respetado René se convertirían en amistad cuando se conocieron en persona, animándole a ocuparse de la técnica de las obras, especialmente las de Leandro Fernández de Moratín, y la tensión entre el realismo creciente y las normas clasicistas. El teatro de Moratín y la poética teatral dieciochesca fueron temas de sendas conferencias pronunciadas en 1991 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander, emitidas posteriormente por televisión española (RTVE). Desde entonces, la atención prestada a Moratín hijo no ha hecho sino crecer, como también nos muestra su bibliografía más reciente.

En el campo de la poesía lo que aprendió en Southampton, de la mano de Bob Johnson y Nigel Glendinning, sobre cómo analizar en detalle este género dio lugar a estudios sobre la poesía filosófica y la manera en que los debates del pensamiento ilustrado se expresaban en verso. Un terreno poético ampliamente explorado por Philip a lo largo de los últimos años, que tuvo sus orígenes también en la tesis doctoral, el de la poesía erótica dieciochesca, culminará próximamente en una monografía, de la que se han anticipado ya aspectos puntuales en forma de artículos o capítulos de libros. La supervivencia de esta poesía, a pesar de tenerlo todo en contra, es prueba de la existencia de una corriente de Ilustración radical en España, en paralelo con otros países de Europa; lo que es de lamentar es que las corrientes de ideas que constituyeron las Luces en España no pudieron transformar el país más profundamente y que la lucha contra Napoleón frenara o hiciera retroceder la causa del progreso, a medida que las fuerzas reaccionarias políticas y religiosas se opusieron al cambio.

Philip ha recalcado siempre la deuda con sus maestros, en especial con Nigel Glendinning, y es fácil ver en su trayectoria personal y científica la huella de unos valores que él, convertido ahora en maestro, ha legado a sus alumnos durante años de experiencia docente y a las nuevas generaciones de dieciochistas: la curiosidad intelectual, la actitud siempre receptiva, abierta a las ideas o los enfoques novedosos, el rechazo de los dogmatismos y de las interpretaciones rígidas de los fenómenos culturales, el convencimiento de que es necesaria una visión abarcadora, atenta al contexto social y cultural, para explicar los textos literarios. Con estas premisas, Philip ha llevado a cabo una labor investigadora que ha discurrido, con el mismo rigor y conocimiento, por los dominios de la historia de las ideas, la historia cultural y la historia literaria de la España dieciochesca. Su fino análisis ha iluminado nuestras lecturas del teatro moratiniano y la poesía erótica. Sus grandes retos de síntesis de la esencia de la Ilustración española siguen estimulando nuestra reflexión sobre la misma. Sus precisiones de filólogo y bibliógrafo van resolviendo ‘errores comunes’ en el campo bibliográfico. Son aportaciones, junto a toda su producción, que llevan la marca del maestro, del referente indiscutible del dieciochismo hispano, al que debemos también mucho de nuestro conocimiento del papel del pensamiento y la literatura británicos en la cultura española del siglo XVIII. En el terreno intelectual, también en el personal, Philip ha sido un punto de enlace fundamental entre el dieciochismo español y el británico. De la calidad de sus investigaciones dan cuenta su curriculum y el prestigio de que goza en el hispanismo internacional; de su sabiduría, de su generosidad, de su disponibilidad y cercanía, de su inteligente disposición para el debate y el intercambio de ideas, de su cordialidad, de su entusiasmo siempre renovado, saben todos los que le han conocido y los que ahora homenajeamos al investigador, pero sobre todo al compañero y al amigo.

La jubilación de Philip no supone el abandono de la investigación, como atestiguan los trabajos en prensa y otros en curso. Su intención es seguir ofreciéndonos reflexiones y análisis que arrojen más luz sobre lo que considera el discreto encanto de la España dieciochesca. No podía ser de otro modo en una persona como Philip, cuya inquietud intelectual y pasión por la investigación van de la mano de su entusiasmo y su deseo de seguir aprendiendo.

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