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Part I

La lección del pedagogo Giner de los Ríos al novelista Pérez Galdós

Abstract

Nuestro trabajo investiga cómo Benito Pérez Galdós fue capaz de modificar su estilo de escribir novelas en tres años, de una forma tradicional, la novela tendenciosa, La familia de León Roch (1878), a una novela moderna, La desheredada (1881), novela que cambió el panorama de la ficción española, y que es comparable en calidad a las de los maestros europeos, como Charles Dickens o Honoré de Balzac. Exploraremos las influencias externas, como la filosofía dominante del período, el krausismo, y las internas, principalmente el impacto crítico de Giner de los Ríos en la ficción del autor canario.

La imagen física de las principales ciudades españolas: Barcelona, Madrid, Bilbao, Sevilla, en el siglo XIX muestra cómo el progreso económico y social iba cambiando el perfil de la sociedad. Por ejemplo, las murallas que rodeaban las ciudades iban desapareciendo (Barcelona, 1859; Madrid, 1868), debido a la necesidad de ampliar el casco urbano para tener disponible más suelo habitable.Footnote1 Asimismo, los conventos, por encima de los tres mil, irían siendo trasladados de los centros urbanos a la periferia, para dejar sitio a los edificios oficiales de la sociedad civil, bancos, bolsas de cambio, casinos, ateneos, etcétera. El tren, que llegó a Madrid en 1850, traía consigo el progreso, el comercio, y propiciaba el crecimiento de la economía. La imagen castiza de la España romántica será así sustituida por la burguesa creada por la pujante clase media.Footnote2 El país se parecía a los del resto del continente europeo, si bien el peso de la tradición era dentro de nuestras fronteras superior al habido en las naciones vecinas del norte.

Los años comprendidos entre 1875 y 1880 conocieron una gran efervescencia intelectual, debido a la actividad cultural desarrollada en el Ateneo madrileño, en las asociaciones cívicas, y en la universidad central. Ésta famosa institución sita en la calle de San Bernardo se convertirá en el primer centro de investigación científica de la nación, donde hacía poco se habían instaurado los estudios del doctorado, de la alta investigación. Poco a poco, la observación de la realidad, de las cosas, de la naturaleza, del mundo, comenzaba a valorarse. La mirada romántica que enfocaba con el telescopio hacia el universo, a las estrellas, cedía su primacía a la de los prismáticos, la lente fotográfica, y el microscopio, que se ocupaban de observar la realidad palpable. Las ideas experimentales de Charles Darwin (1809–1882) y las nuevas corrientes filosóficas, como el positivismo de Auguste Comte (1798–1857), fueron estudiadas en España.Footnote3 Los hombres de ciencia, como el doctor Manuel Tolosa Latour (1857–1919), importante pediatra, que participó en la fundación de diversos centros para la acogida de niños, o Luis Simarro (1851–1921), director del manicomio de Leganés, donde se desarrolla la primera escena de La desheredada (1881),Footnote4 o el psiquiatra José María Esquerdo (1842–1912), que años después figuraría en las listas republicanas junto con Pablo Iglesias Posse (1850–1925), fundador del Partido Socialista Obrero Español, y Benito Pérez Galdós (1843–1920), comenzaban a convertirse en los nuevos modelos del hombre influyente. Sustituían en celebridad a los aristócratas. La revolución del 1868, cuando la reina Isabel II tuvo que abandonar el trono de la nación, supuso el momento de un cambio de paradigma político. Los aires renovadores de la edad de la ideología atravesaron en este tiempo los Pirineos, y uno de sus más efectivos ejemplos de filosofía renovadora, el krausismo por ejemplo,Footnote5 con Francisco Giner de los Ríos (1839–1915) a la cabeza, trae al país una verdadera renovación ideológica. Entonces se sentaron las bases para cambios pedagógicos y sociales de gran alcance. Nace lo que Marcelino Menéndez Pelayo (1856–1912) bautizará como la heterodoxia española.

La historia española del siglo XIX muestra a dos grandes fuerzas ideológicas chocando frontalmente, el bando conservador frente al liberal. El primero compuesto principalmente por las clases privilegiadas de la sociedad, apoyadas en la religión, el ejército, y en la tradición, mientras el segundo, menor, descansaba en las ideas de gentes educadas en el liberalismo y la democracia.Footnote6 Los desencuentros se manifiestan, a partir de la segunda mitad del siglo, en la prensa, donde los periódicos de uno y otro bando intentaban atraer al público lector a su modo de entender el mundo. Este enfrentamiento producirá numerosas víctimas, y una de ellas será Benito Pérez Galdós, a quien la prensa conservadora arrebató la posibilidad de conseguir el premio Nobel e impidió que su genialidad fructificase como debía. Cuando publica una de las más originales novelas publicadas en la Europa de su tiempo, El amigo Manso (1882), casi nadie reaccionará, porque la pobreza intelectual del país no alcanzaba a reconocer su novedad. Pero quizás más insidiosa y de influencia no menor fue la mudanza que a partir del romanticismo, la primera mitad del siglo, y que se extenderá hasta el modernismo (e incluso el presente), de entender el valor de una obra, su valor estético, en términos de la relación del arte con el artista en vez de la correspondencia con la realidad exterior o el lector. Este fue un cambio radical en el pensamiento estético.Footnote7 Durante el romanticismo, como dice M. H. Abrams, ‘[e]mphasis on the intellectual location of artistic ideas accustomed critics to the concept of the work of art as a mirror turned around to reflect aspects of the artist’s mind’.Footnote8 El choque ideológico y la mudanza en la estética se enlazaron para descalificar los avances científicos y lo que hoy nos interesa aquí, la literatura realista y naturalista, en especial la de Galdós, el escritor que con mayor acierto de representación ficcional conseguía bosquejar una imagen de la sociedad española decimonónica, especialmente cuando en vez de luchar con las ideas comience a mostrar la semejanza de motivaciones humanas que unen a los seres vivientes.

No repasaré los ataques ideológicos a que fue sometido Galdós. Han sido de sobra comentados por la crítica, y las divergencias de opinión con escritores como José María de Pereda (1833–1906) o Marcelino Menéndez Pelayo, ambos amigos del canario, sirvan para recordar este aspecto de la cuestión. Sí quisiera abordar, si bien brevemente, los ataques a que Pérez Galdós fue y es sometido hasta el presente por los defensores del arte cuya validez no proviene de su relación con la realidad, sino con la del artista.

A Galdós infinidad de escritores le han negado la condición de narrador literario. Uno de gran renombre es Ramón María de Valle-Inclán (1866–1936), un filocarlista declarado,Footnote9 que pretendió con su irreverente remoquete de ‘don Benito el garbancero’ afiliar a Pérez Galdós (1843–1920) en las columnas de los literatos retrógrados. Fue un exitoso modo de lanzar al mundo una noticia falsa con el propósito de menoscabar el carácter artístico de su obra. Creo que hoy lo llamaríamos un troll, un doble inexistente del autor, un escritor apegado a las costumbres tradicionales cuyas obras, por su olor a garbanzos, carecerían de valor estético. El éxito de esta maliciosa apreciación ha sido devastador para la cultura española, pues infinidad de jóvenes lectores han dejado de lado la obra de Galdós, ya que desafortunadamente el mundo académico y la crítica española en general han preferido cuestionar su valor estético y olvidar su contenido ideológico, mientras que a Valle-Inclán le han perdonado su rancia ideología para darse baños de gloria en su esteticismo. Valle resulta grande porque poseía una sensibilidad rica en quilates artísticos, mientras la de Galdós huele a cocina popular. Una de las consecuencias de semejante despropósito cultural, defendido por escritores como Juan Benet (1927–1993) o Francisco Umbral (1932–2007), ha sido que las ideas han cedido el paso a lo estético a secas, declarando así a la literatura como un arte inútil.

Un olvidado efecto de época franquista (1939–1975) sobre la filología fue el que ésta se alejase del reflejo de la realidad en los textos literarios, y se centrase en cuestiones periféricas. Los estudios clásicos se concentraron en la gramática, los de las lenguas vivas en estudios de métrica, de sintaxis, de historia literaria, con lo que su misión principal quedó anulada. Escuchemos lo que dice Emilio Lledó sobre la filología, para que entendamos dónde se descarrió: ‘Las noticias que la tradición filológica nos ofrece y, sobre todo, la lectura atenta de estos poemas [La Ilíada] nos permiten reconstruir ese momento original en el que el hombre empezó a ser consciente de su vida, a través de la mirada que entreveía la estructura de su propia corporeidad’.Footnote10 Esta manera de leer la literatura, de reconstrucción de los modos de ser el hombre, desapareció de los estudios filológicos, al igual que los fenómenos e ideas sociopolíticas; por ello el estudio de Galdós se vio parcializado doblemente, por una filología renuente a estudiar la literatura en función de la realidad y por la censura ideológica. La consecuencia es que los personajes galdosianos dejan de estudiarse como hombres o mujeres, de ficción por supuesto. Asimismo, las disputas filosóficas habidas en la España decimonónica, el krausismo, positivismo, naturalismo, entre otros, han quedado orilladas, junto a la obra del hombre que supo ponerlas en el centro de la atención de la sociedad española, Francisco Giner de los Ríos. Se consiguió, por lo tanto, que se cortocircuitara la relación entre la experiencia personal y las ideas. La pobreza de la ensayística española y la valoración estrictamente estética de la literatura son dos cabos de una misma soga con la que se intenta amordazar las ideas nacidas en una conciencia libre de prejuicios, religiosos o estéticos.

Michel de Montaigne (1533–1592), el escritor francés del Renacimiento famoso por su frase Que sais-je, fue el inventor del ensayo, de ese género que intenta, tras aprender cuanto se ha dicho y escrito sobre un tema, conectar con la experiencia personal para liberarnos de los prejuicios. Montaigne fue igualmente un defensor de las mudanzas limitadas, pues las drásticas suelen llevar al caos. Dentro de esa línea de pensamiento podemos situar la actitud tanto de Giner de los Ríos, un gran ensayista, como la de Galdós: la de intelectuales que querían que las ideas fueran contrastadas por la experiencia personal. No la experiencia personal contemplada desde la perspectiva angélica del artista, sino la de las experiencias comunes de un hombre de carne y hueso. Giner de los Ríos lo hizo a través de sus estudios de pedagogía y de psicología; Galdós lo hizo en sus novelas. Otro pensador español, Gumersindo de Azcarate, en Minuta de un testamento (1876), afirma lo mismo. El testamento que deja a sus hijos no es tanto en el que se enumeran sus bienes, sino ‘el formado por el trabajo y la experiencia de la vida, en forma de reglas y consejos para la conducta de aquellos’.Footnote11

Galdós era un hombre con ideas propias, incluso testarudo como su madre, cosa que la crítica parece olvidar. Ya su primer, y quizás mejor biógrafo, H. Chonon Berkowitz escribía que ‘[t]he humility with which he apparently accepted critical dicta was only a screen for his personal criteria, which admitted no challenge’.Footnote12 Sí escuchaba a una serie de personas a quien estimaba intelectualmente, sobre todo a Giner de los Ríos. Por eso, cuando salió su reseña ‘Sobre La familia de León Roch’,Footnote13 negativa en diversos aspectos, respecto al estilo por ejemplo, Galdós se sintió afectado, y tras pensarlo un tiempo, cambió el rumbo de su narrativa. Abandona la senda de la llamada novela ideológica, propagandista, para centrarse en lo que le permitirá escribir sus mejores obras, representando las pasiones humanas, su grandeza y miseria. Asume el legado cervantino. En sus novelas siguientes acentuaría lo social y desdibujaría lo ético.Footnote14

Recién llegado a Madrid para estudiar Derecho, Galdós inició una carrera como periodista. Conseguirá hacerse un nombre, pero la influencia de un periodista era flor de un día, se desvanecía con el paso del tiempo. Galdós (cuya formación juvenil en los ideales de la Ilustración recibida en Las Palmas de Gran Canaria se había reforzado con las lecturas y lecciones de los krausistas y reformadores, como su maestro de lenguas clásicas, Alfredo A. Camús [1797–1889], las conferencias de Emilio Castelar [1832–1899], de Giner de los Ríos, y de otros) se da cuenta de que la narrativa ofrecía un podio cultural superior al del periodismo. Sin dudarlo demasiado, se lanzó a la aventura de escribir novelas. El ser autor le permitía ofrecer la visión de los hechos, y eso es lo que quiso el canario con sus primeras novelas, dar a conocer sus ideas, las suyas, las de Benito Pérez Galdós. El periodista del XIX actuaba sobre todo de publicista más que de verdadero periodista y mucho de lo que publicaba iba sin firma.Footnote15 Lo cual no quita que el periodismo practicado por Galdós resultase novedoso, cuando se le considera frente al romántico.

Bécquer y Galdós como revisteros de actualidad dieron pasos dispares pero complementarios en el continuo fluir de la creatividad literaria, desbordada del libro a los papeles periódicos con el desarrollo de la sociedad liberal. El modelo ecléctico que practicaron en sus ‘Revistas de la Semana’, mixto de noticias y de imaginación, todavía persistió después de 1868 en las grandes revistas ilustradas y en los suplementos literarios de Madrid y de Barcelona. Pero dicho modelo se fue disolviendo ante las visiones más personales del ego que—siguiendo las huellas modernizadoras de la prensa europea—dieron lugar a una nueva propuesta comunicativa popularizada con el histórico marbete de ‘crónica’, donde el discurso del emisor crecía sustentado en la seducción cautivadora del estilo literario, cosa que se hizo mucho más patente cuando el nuevo género se asentó en la prensa diaria con la llegada de la ‘gente nueva’ en los últimos años del siglo.Footnote16

Lo cierto es que Galdós fue, como los krausistas, institucionistas o neokantianos, un liberal progresista, es decir que en política no gustó de mudanzas radicales, sino de pequeños cambios, pero sí de que la sociedad española fuera mejorando, ajustándose a los avances de su tiempo. Sólo cuarenta años después se afiliará al partido republicano, cuando vio que los ideales de la Ilustración, de la Revolución francesa, de la Revolución de 1868, dejaban de cumplirse, pues la separación entre Iglesia y Estado, que estaba en la esencia de esos movimientos sociales, había sido postergada. No obstante, su verdadera contribución a la cultura española provendrá, como la de Honoré de Balzac (1799–1850) en Francia, de su firme convicción de que el hombre era más que sus ideas, que el centro del ser humano, de la humanidad, está compuesto por su corporalidad y por las peculiaridades mentales, nuestras seguridades, certezas, pasiones, que se mezclan con las inseguridades, el temor a la muerte, a la enfermedad, a la falta de dinero, a los deseos rotos, como que deje de querernos la persona a quien amamos.

Durante la década de los setenta del siglo XIX se libraba en España una batalla sobre la validez e importancia de la ciencia, es decir, en torno a la eficacia de la experiencia y el cuestionamiento de los prejuicios. Concretamente, sobre el darwinismo, que ya Galdós deja entrever en Doña Perfecta (1876), y, desde luego, en La familia de León Roch. Los descubrimientos científicos planteaban un reto importante a la religión, cuyos soldados de a pie, los confesores familiares, reaccionaron con ataques a su validez. Se valdrán de noticias falsas para ridiculizar a la oposición:

—[Jacinto, abogado] Dígame el señor don José, ¿qué piensa del darwinismo? [ … ]

—[José Rey, ingeniero] No puedo pensar nada de las doctrinas de Darwin, porque apenas las conozco. Los trabajos de mi profesión no me han permitido dedicarme a esos estudios

—Ya—dijo el canónigo [tío de Jacinto] riendo—. Todo se reduce a que descendemos de los monos … Si lo dijera sólo por ciertas personas que yo conozco, tendría razón. Footnote17

Por supuesto que ni el canónigo ni su sobrino Jacinto habían leído a Darwin, pero conocían las parodias que se hacían sobre las teorías de la evolución a través de la prensa reaccionaria. Ante ellas, ante esas noticias falsas, resultaba difícil luchar. Adelanto que ya en Doña Perfecta se desvelan las tres etapas en que la difamación procede. Primero, la burla de las ideas, el hombre desciende del mono. Pepe Rey se supone que está de acuerdo con ello. Segundo, la difamación, correr la falsedad de que Pepe Rey suscribe tales ideas. Y, finalmente, la denuncia y la instrucción judicial. Esta última ocurre en Doña Perfecta, pero Galdós no tuvo que vivirla de frente en la vida civil, a diferencia, por ejemplo de Guy de Maupassant (1850–1893), quien en 1876 fue denunciado y le iniciaron un proceso judicial por su poema ‘Une fille’ (1876), ‘denunciado por ultraje a la moral pública’,Footnote18 del que luego fue declarado inocente. Lo siniestro de la situación galdosiana resulta de que la oposición a su obra era hecha sub rosa.

Giner de los Ríos en la mencionada reseña que hizo a la primera parte de la novela que nos interesa ahora, titulada ‘Sobre La familia de León Roch’ (1878), intentará comentar el estadio en que se encontraba la narrativa de quien él consideraba uno de los mejores novelistas del momento, y cuyo talento quería sin duda sumar a su intento de reformar la sociedad española. Las esperanzas generadas por la Revolución del 1868 desaparecerían con la llegada de la Restauración monárquica en 1875. La España oficial ofrecía exiguas esperanzas de mejorar, pues por entonces se prohibió la enseñanza de doctrinas contrarias a los dogmas de la religión católica en la universidad. Por ello, Giner de los Ríos decide fundar la Institución Libre de Enseñanza (1876), donde se podría educar al alumno fuera del cauce oficial. Giner de los Ríos quería hacer hombres, instruir al español del futuro. Por eso ve en la obra de Galdós un enorme potencial, una referencia pedagógica, pues le consideraba el mejor narrador de su tiempo, ‘superior a la de los señores Pereda, Trueba, Alarcón y demás novelistas’.Footnote19 Él podía en sus textos hacer verdad una de las principales creencias suyas, que las ideas no solo se tienen, sino que se viven, y donde mejor se viven es en el texto literario de moda, la novela. No todo resultarán halagos; ya mencionamos la crítica de la pobreza de la prosa. Giner de los Ríos, por otro lado, considera un acierto galdosiano la defensa de una España heterodoxa, pero señala con justicia el mayor fallo: la creación del carácter del protagonista, León Roch. Consideremos primero, a modo de preámbulo, un comentario sobre el anticlericalismo galdosiano:

La concepción de La familia de León Roch está toda ella subordinada a un fin moral: mostrar cómo en España la religión, el principio mismo del amor y concordia entre los hombres, se convierte hoy en potencia diabólica de perversidad y de odio; fenómeno, por lo demás, muy explicable y que debemos agradecer a nuestro largo hábito de intolerancia religiosa, con el indispensable cortejo de ignorancia, superstición y de falta de piedad natural y sincera con que nos ha enriquecido la lógica implacable.Footnote20

Giner de los Ríos piensa con Galdós que ha llegado la hora de que consideremos a los ‘picaros heterodoxos, racionalistas, ateos [ … ] que no son peores ni menos tratables, ni siquiera más ignorantes que los demás españoles’.Footnote21

La crítica severa de Giner de los Ríos se centra, como acabo de mencionar, en el modo galdosiano de diseñar el carácter de los personajes, y singularmente el de León Roch, un verdadero fracaso, pues su espíritu apenas se hace eco de la situación social.

Desde las primeras escenas en que aparece (el episodio de los amores con la hija del Marques de Fúcar), muestra un género de debilidad, una irresolución, una inexperiencia del mundo, una cobardía, unas complacencias, que por sí mismas no afean creación alguna, ya que al cabo también hay caracteres de esta clase; pero que son radicalmente incompatibles con la idea de un hombre inteligente, bueno, animoso, experto y tan completo en todas sus partes como ha querido pintar a León.Footnote22

Y sigue enumerando las debilidades de carácter de León, el hecho de que intente hacer un pacto con María Egipciaca, su mujer, que él sacrificaría su vida intelectual si ella deja los excesos religiosos. O que permita que ella le tire al fuego de la chimenea sus libros. En fin, una falta de carácter que desdibuja completamente la idea de un héroe liberal. La crítica galdosiana suele ponerse la venda sobre los ojos cuando se trata de criticar al autor canario. Lo cierto es que estamos ante el momento en que nuestro novelista está a punto de dar un giro impresionante en su narrativa. Sus protagonistas hasta este momento han sido débiles, irresolutos, de una inconsistencia en su manera de comportarse extraordinaria.

¿Por qué? Galdós escribía aprisionado en un modo de hacer novela postromántica, cercana al costumbrismo, de las llamadas obras de la primera época, donde la relación del personaje con la realidad social se basaba en tipologías pasadas de moda, inspiradas en buena parte en la obra de Ramón Mesonero Romanos (1803–1882), cuya mayor bondad era el haberle acercado a la realidad presente, a testimoniar sus costumbres y estilos de vida. El débil intelectualismo de León Roch indicaba, por otro lado, que Galdós recorría un camino paralelo al de Giner de los Ríos, pero sus conocimientos eran menos intelectuales, se basaban en lecturas de revistas, de libros, pero absorbidas sin el orden que seguía el profesor universitario institucionista. El nuevo periodismo que practicaba sí exhibía afinidades con el proyecto gineriano. El periodismo que empezaba a practicar, la crónica, le acercaba al día a día de la vida política, y le permitía manifestarse dando su opinión. Pero recordemos que la censura era estricta y que en diversos momentos las publicaciones en que escribía se vieron suspendidas. Y las conferencias y lecturas, como dijimos, le llevaban a entender el mundo y sus gentes de otra manera.

La lección que Galdós aprendió de Francisco Giner de los Ríos fue que la resolución de los conflictos culturales lleva tiempo, que la impaciencia manifiesta por el autor canario con el catolicismo y su influencia en la sociedad española, en novelas como Doña Perfecta, Gloria (1877) o La desheredada, eran batallas de propaganda liberal que no servían para ganar la guerra. El afrontar la realidad mediante la supra ponderación de las emociones, una herencia del romanticismo, levantaba mucha polvareda, si bien, en última instancia, resultaba una forma de actuación cultural ineficaz. La perpetua ansiedad que provocaba al autor la presencia de la iglesia en los asuntos mundanos, la influencia ejercida en las conciencias a través de los confesores (personajes como Inocencio Tinieblas, penitenciario de la catedral de Orbajosa, o Paoletti, confesor de María Egipcíaca), del poder económico en la sociedad, exigía una estrategia de mayores vuelos, requería tiempo. Galdós había probado tanto la provocación como el encontrarse a medio camino, de ceder un poco, para darse cuenta que los ortodoxos católicos, como sus amigos José María de Pereda o Marcelino Menéndez Pelayo, nunca cedían. Giner de los Ríos le empujaría a cambiar la arquitectura de la información de sus novelas, como había hecho Balzac en Francia. En vez de luchar contra las verdades alcanzadas dogmáticamente, como la religión, se preocupará por idear un plano de la realidad, basado en una arquitectura de la información fundamentada en la búsqueda de cómo los personajes viven los dilemas humanos fuera del canon social establecido por la iglesia católica. Ese es el paso que Galdós dará para salvar el abismo que separa La familia de León Roch y La desheredada. Los edificios emblemáticos de estas arquitecturas serán la iglesia de San Prudencio y el manicomio de Leganés, respectivamente, o la lucha entre el amor y los deberes matrimoniales mandados por un sacramento eclesiástico. Esta lucha culminará dramáticamente en Fortunata y Jacinta (1886–1887).

La formación intelectual de Benito Pérez Galdós fue una labor permanente, abierta siempre a las nuevas ideas. Según la distinción establecida por Isaiah Berlin,Footnote23 el escritor canario pertenecería a la clase de intelectuales que como la zorra andan siempre buscando un sentido a la vida, pues entienden el mundo en su complejidad y múltiples componentes, a diferencia de los que piensan como el erizo, cuya característica es tener una visión central, sistematizada de la vida, y a ella ajustar las circunstancias vitales y sociales. Berlin dice que Honoré de Balzac pertenece al grupo de los intelectuales en busca permanente del sentido de la vida, y nosotros añadimos que Galdós pertenece también al mismo grupo.

Pérez Galdós escribió muy poco acerca de sí mismo. Siempre defendió el derecho a la intimidad. El haber sido el benjamín en una familia de diez hermanos y la estrecha vigilancia de su conducta ejercida por su madre, le obligó a mantener oculto de la mirada ajena el poco espacio personal que pudo tener en tan reducidos confines. De hecho, vivió siempre muy protegido, excepto durante una breve etapa de su vida, de estudiante, cuando llegó a Madrid para estudiar Derecho a los diecinueve años. La novela El doctor Centeno (1883) refleja un poco ese momento de vida desordenada, en la que pudo desarrollarse su personalidad sin los impedimentos familiares. Pienso que Giner de los Ríos le dio el valor de manifestarse como narrador con total libertad, negada por su educación y familia.

Sin embargo, el desarrollo de la personalidad intelectual de Galdós como escritor, periodista, autor de teatro, novelista, fue rápido. En seguida consiguió ocupar puestos relevantes en las redacciones de los periódicos donde escribía, publicar sus obras, e iniciar una formación intelectual digna de ese nombre, gracias a su perenne visita a las salas de lecturas y de conferencias del Ateneo madrileño. Allí escuchaba a los prohombres del momento, como su profesor Alfredo Camús o el político Emilio Castelar, entre otros muchos. Gentes de miradas amplias, que conocían el mundo allende nuestras fronteras, que inspiraban sus miradas críticas y heterodoxas. Pronto se convirtió en un hombre de ideas, pero su personalidad emocional permaneció siempre retrasada, por detrás de las ideas. La cabeza dominaba al carácter. Siempre dubitativo, inseguro, cambiante. Y la clave a esa personalidad y el impacto en su novela nos la dio Giner de los Ríos en la varias veces mencionada reseña, ‘Sobre La familia de León Roch’. El argumento principal aducido por Giner de los Ríos resulta sencillo. El protagonista de esta novela, un hombre inteligente, aficionado al estudio y a la lectura, elige por esposa a una mujer, María Egipciaca, bella, pero mojigata, aficionada a la beatería, y que pertenece a su familia de personas carente de toda fibra moral, los Marqueses de Tellería. La elección de esposa indica que León Roch era una persona con una debilidad de carácter significativa, él mismo lo dice. Algo semejante podemos aducir de otro héroe galdosiano, José Rey, el joven ingeniero, protagonista masculino de Doña Perfecta, quien también acude a Orbajosa a casarse con su prima Rosario, una pobre chica sin educación alguna, y con la que se supone que desea casarse. Galdós nunca expone las razones de tan enorme dislate. Ya lo había hecho Giner de los Ríos, quien quería, y lo conseguirá, que Galdós se dedicase a escribir novelas donde el principal empeño fuera la reforma social, la ayuda a cambiar la sociedad española, no a librar inútiles batallas ideológicas, sino ejerciendo una crítica útil, donde los personajes mostraran su verdad humana. Finalmente, el novelista abandonará la novela tendenciosa, cuando su personalidad autorial venza la inercia de la educación católica recibida en el seno familiar, para asumir que las realidades del hombre no son las que ofrecen las ideologías cerradas, sino las que enseña la vida.Footnote*

Notes

1 Ver el prólogo de Alicia Moreno (Delegada del Área de Gobierno de las Artes, Ayuntamiento de Madrid), en Arquitectura y espacio urbano de Madrid en el siglo XIX. MAD, ciclo de conferencias, Madrid, 6–7 de octubre de 2008, ed. Carmen Priego, con la colaboración de Eva Corrales & Ester Sanz (Madrid: Museo de Historia de Madrid, 2009), 7.

2 Francisco Calvo Serraller, La imagen romántica de España: arte y arquitectura del siglo XIX (Madrid: Alianza, 1995), 205.

3 Yvan Lissorgues, ‘Filosofía idealista y krausismo: positivismo y debate sobre la ciencia’, en Historia de la literatura española, dir. Víctor García de la Concha, 12 vols (Madrid: Espasa-Calpe, 1995–1998), IX (1998), Siglo XIX (II), ed. Leonardo Romero Tobar, 31–46 (p. 35).

4 Luis Simarro y la psicología científica en España: cien años de la cátedra de psicología experimental en la Universidad de Madrid, ed. Helio Carpintero, J. Javier Campos & Javier Bandrés (Madrid: Univ. Complutense de Madrid, 2002).

5 Juan López Morillas, El krausismo español: perfil de una aventura intelectual (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1980).

6 Jesús Torrecilla, España al revés: los mitos del pensamiento progresista (1790–1840) (Madrid: Marcial Pons Historia, 2016).

7 M. H. Abrams, The Mirror and the Lamp: Romantic Theory and the Critical Tradition (Oxford: Oxford U. P., 1971 [1ª ed. 1953]), 3.

8 Abrams, The Mirror and the Lamp, 45.

9 Margarita Santos Zas, ‘El compromiso carlista y su caja de resonancia’, en su Introducción a la vida y obra de Valle-Inclán, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, <http://www.cervantesvirtual.com/portales/catedra_valle_inclan/vida_compromiso/> (accedido 3 de agosto de 2018).

10 Emilio Lledó, Elogio de la infelicidad (Valladolid: Cuatro Ediciones, 2005), 22.

11 Gumersindo de Azcárate, Minuta de un testamento (ideario del krausismo liberal), estudio preliminar por Elías Díaz, ed. de José Luis Monereo Pérez (Granada: Comares, 2004), 9.

12 H. Chonon Berkowitz, Benito Pérez Galdós: Spanish Liberal Crusader (Madison: Univ. of Wisconsin Press, 1948), 148.

13 Francisco Giner de los Ríos, ‘Sobre La familia de León Roch’ (publicado en el diario El Pueblo Español, 16 & 18 de diciembre de 1887), incluído en sus Ensayos, selección, ed. & prólogo de Juan López-Morillas (Madrid: Alianza, 1973), 64–77.

14 Berkowitz, Benito Pérez Galdós: Spanish Liberal Crusader, 155.

15 Carmen Menéndez-Onrubia, ‘Un joven periodista llamado Pérez Galdós: testimonios coetáneos’, en X Congreso Internacional Galdosiano (Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 2015), 533–41 (p. 534).

16 Cecilio Alonso, ‘Las revistas de actualidad germen de la crónica literaria: algunas calas en la evolución de un género periodístico entre 1845 y 1868’, Anales de Literatura Española, 25 (2013), 45–67 (p. 66).

17 Benito Pérez Galdós, Doña Perfecta, ed., con intro., de Germán Gullón (Madrid: Espasa-Calpe, 2005), 150.

18 Guy de Maupassant, Todas las mujeres, ed. & trad. de Mauro Armiño (Madrid: Siruela, 2011), 23.

19 Giner de los Ríos, ‘Sobre La familia de León Roch’, 75.

20 Giner de los Ríos, ‘Sobre La familia de León Roch, 67.

21 Giner de los Ríos, ‘Sobre La familia de León Roch’, 67.

22 Giner de los Ríos, ‘Sobre La familia de León Roch’, 67.

23 Isaiah Berlin, El erizo y la zorra: Tolstoi y su visión de la historia, prólogo de Mario Vargas Llosa, trad. de Carmen Aguilar (Barcelona: Península, 2002 [1ª ed. en inglés, 1953]).

* Cláusula de divulgación: el autor ha declarado que no existe ningún posible conflicto de intereses.