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Part I

Ética del trabajo, ociosidad y alcohol en Cañas y barro de Vicente Blasco Ibáñez

Pages 159-178 | Published online: 06 Dec 2018
 

Abstract

Temas como la ética del trabajo, la vagancia y el uso del alcohol, a pesar del mayor impacto y visibilidad que tuvieron en los grandes centros urbanos, ocupan un lugar primordial en Cañas y barro (1902), de Vicente Blasco Ibáñez, novela de labriegos y campesinos donde el autor evidencia su compromiso con la realidad del momento. Más allá de interpretaciones críticas que sitúan Cañas y barro dentro del Naturalismo literario, el presente estudio aborda la novela desde los debates contemporáneos sobre el trabajo, la ociosidad y el alcoholismo que circulaban tanto entre las clases dominantes como en el seno de la izquierda política.

Notes

1 A este respecto cabe destacar el papel desempeñado por la Comisión de Reformas Sociales (1883–1903), la primera institución oficial creada para investigar las condiciones sociales de la clase obrera y proponer reformas legislativas. Esto no significa, sin embargo, que el campo no fuera objeto de interés para los investigadores sociales. Un ejemplo representativo es el conocido regeneracionista Joaquín Costa, quien estudió las condiciones de la sociedad rural y planteó mejoras agrícolas: ver su libro La fórmula de la agricultura española (Madrid: Biblioteca J. Costa, 1911).

2 Paul C. Smith (‘The Reliable Determinant: Alcohol in Blasco Ibáñez’s Valencian Works’, Ideologies and Literature, 2:2 [1987], 185–99), por ejemplo, ha analizado el tema del alcohol y cómo éste alimenta la naturaleza primitiva y animal del individuo. En opinión de Smith, el medio adverso en que viven los personajes propicia en el caso de algunos la vagancia, que a su vez deriva en el alcoholismo. Por su parte, Andrés Suris (‘Los siete pecados capitales personificados en Cañas y barro de Vicente Blasco Ibáñez’, Explicación de Textos Literarios, 2:3 [1974], 273–77), ha interpretado a los habitantes de la Albufera como símbolos o personificaciones de las pasiones e instintos más básicos del ser humano. Asimismo, aunque el tema no ha sido elaborado en detalle o desde la perspectiva del presente estudio, algunos críticos de Blasco han destacado la presencia en Cañas y barro (como en otras novelas valencianas) de otros personajes cuya laboriosidad, honradez y espíritu de lucha ante un entorno pernicioso y cruel los sitúa en el polo opuesto a los vagos y bebedores. Ver, a este respecto, Paul C. Smith, ‘The Reliable Determinant’ y, del mismo autor, ‘On Blasco Ibañez’s Flor de mayo’, Symposium, 24:1 (1970), 55–66. Ya en la temprana fecha de 1938, un estudio crítico sobre Cañas y barro llamaba la atención sobre el entorno brutal al que tenían que enfrentarse los labriegos de esta región. Su autora escribía: ‘the life of rice workers in the Albufera is very hard indeed. They work in vast fields of liquid mud, their feet sunken in the slimy ooze, their heads exposed to the scorching sun. Every day takes its toll of them in the men who are placed, teeth chattering, in open boats bound for Valencia, additional victims of the dreaded tertian fevers prevalent in their region’. Véase Dorothy E. McMahon, ‘Social Problems in Early Twentieth Century Spanish Literature’, tesis de máster (University of Arizona, 1938), 56; recuperado de: <http://hdl.handle.net/10150/553370> (accedido 5 de noviembre de 2018).

3 La idea del trabajo como fuente de riqueza ya había sido propuesta por el filósofo Jeremy Bentham, cuya filosofía utilitarista tuvo una influencia importante en Smiles.

4 Anteriormente a Smiles, los utilitaristas, en particular John Stuart Mill, discípulo de Bentham, habían asociado el trabajo duro con los placeres superiores, es decir, aquellos que proporcionan felicidad a largo plazo, en contraposición con los placeres inferiores, que sólo podían conducir a la infelicidad o la utilidad negativa.

5 Samuel Smiles, Self-Help: With Illustrations of Conduct and Perseverance, intro. by Asa Briggs (London: John Murray, 1958), 58–59.

6 Samuel Smiles, ¡Ayúdate!, trad. G. Núñez de Prado (Barcelona: Ramón Sopena, s.f.).

7 José Antonio Portero (Púlpito e ideología en la España del siglo XIX [Zaragoza: Libros Pórtico, 1978], 198), ha hecho referencia al cambio de significado de la palabra ‘ociosidad’, que antes del despegue del capitalismo industrial se entendía como falta de ocupación en cualquier menester honesto, no necesariamente el trabajo.

8 Portero, Púlpito e ideología en la España del siglo XIX, 192–204; y Francisco Murillo Ferrol, ‘Los orígenes de las clases medias en España’, en José Luis Aranguren et al., Historia social de España, siglo XIX (Madrid: Guadiana, 1972), 133–46.

9 José Luis López Aranguren, ‘Moral y sociedad en el siglo XIX’, en Aranguren et al., Historia social de España, siglo XIX, 90–98 (pp. 90–91).

10 Portero, Púlpito e ideología en la España del siglo XIX, 194–95.

11 Vicente Blasco Ibáñez, Cañas y barro, en sus Obras completas, 8ª ed., 6 vols (Madrid: Aguilar, 1978–1979), I (1978), 817–927 (p. 820). Todas las citas subsiguientes de la novela hacen referencia a esta edición y aparecerán entre paréntesis en el texto.

12 Ya en 1860, la escritora y filántropa Concepción Arenal había comentado, en relación con el bebedor habitual de clase humilde: ‘el pobre vicioso no suele ser trabajador; la ociosidad y el vicio se eslabonan para formar una cadena que le retiene en la más miserable de las esclavitudes’. Véase su El visitador del pobre (1860), en Obras completas, estudio preliminar & ed. de Concepción Díaz Castañón, 2 vols (Madrid: Atlas, 1993–1994), I (1993), 3–66 (p. 42).

13 La idea de que los pobres eran objeto de predilección de la divina Providencia había sido enfatizada por la tradición teológica católica (Jacques Soubeyroux, ‘Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII [I]’, en Pobreza y asistencia social en el XVIII español, Estudios de Historia Social, 12–13 [1980], 7–229 [p. 143]). Del mismo modo, la creencia de que se debía ver en el pobre al propio Jesucristo había conducido a la santificación de la pobreza, como demostraron ampliamente Constancio Bernaldo de Quirós & José M. Llanas Aguilaniedo, La mala vida en Madrid: estudio psico-sociológico (Madrid: B. Rodríguez Serra, 1901), 321. A lo largo del siglo XIX, la percepción tradicional de la pobreza como una virtud y el progreso material como pecaminoso fueron dejando paso, en particular con el desarrollo del capitalismo industrial, a ideas más racionales y pragmáticas, más acordes con los tiempos.

14 Aranguren, ‘Moral y sociedad en el siglo XIX’, 89–91.

15 El uso por parte de Sangonereta de ‘trabajo’ por ‘pecado’ en esta expresión tiene un efecto cómico.

16 No hay duda de que éstos temían interpretaciones alternativas de la Biblia, que se prestan a entender las palabras de Jesucristo en el sentido pre-moderno que les otorga Sangonereta. En un sermón sobre el trabajo y los peligros de la ociosidad, un conocido predicador condenaba la ociosidad como la ‘escuela de todos los vicios’, alegando que por el pecado de Adán todos los hombres fueron sentenciados a trabajar y ganarse el sustento como castigo a su rebeldía y desobediencia (Antonio María Claret y Clará, ‘Sobre el trabajo’, Colección de pláticas dominicales, 7 vols [Barcelona: Imprenta de Pablo Riera, 1858–1859], V [1859], 105–14 [pp. 109, 107]). Cabe señalar, a este respecto, que en el cuento ‘El establo de Eva’ (publicado en 1896 en la colección Cuentos valencianos [Valencia: Imp. de Manuel Alufre]), Blasco inventa una anécdota humorística sobre Adán y Eva en la que expone las causas por las que siempre existirán pobres y ricos y la necesidad de que los pobres se ganen el pan con el sudor de su frente. Aquí Blasco no sólo se hace eco de debates que habían circulado en discursos morales desde mediados del siglo XIX sino que, a través del carácter chistoso (y posiblemente irreverente a los ojos de algunos) de la historia, satiriza la insistencia de la Iglesia en representar el trabajo como castigo divino.

17 Christopher L. Anderson, ‘Sangonereta: Blasco Ibáñez’s Pícaro in Cañas y barro’, Anales Galdosianos, XXV (1990), 77–87.

18 Paul Lafargue, El derecho a la pereza, ed. Diego Guerrero, trad. de Javier Alvarado (Madrid: Maia, 2011 [1ª ed. en francés, 1880]), 56.

19 Según Lafargue el trabajo lleva a la degeneración intelectual, la deformación orgánica y la degradación del hombre libre (El derecho a la pereza, ed. Guerrero, 39, 41). En el capítulo 1 de El derecho a la pereza, titulado, significativamente, ‘Un dogma desastroso’, Lafargue habla de ‘las desastrosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista’, describiéndolo como una ‘pasión furibunda’ y una ‘aberración mental’ (39).

20 Lafargue, El derecho a la pereza, ed. Guerrero, 80.

21 Evangelio según San Mateo, VI:28–29. Véase Lafargue, El derecho a la pereza, ed. Guerrero, 41. Lafargue recurre de nuevo a las Sagradas Escrituras para justificar su argumento, afirmando que ‘Jehová […] da a quienes le adoran el ejemplo supremo de la pereza ideal: tras seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad’ (41).

22 Un ejemplo de esta corriente es el poeta anarquista catalán José María Blázquez de Pedro, quien publicó, a principios del XX, tres breves obras estrechamente relacionadas: El derecho al placer, Pensares y Rebeldías cantadas. En uno de los poemas, titulado ‘Tengamos alegría’, llega incluso a exaltar el placer del alcohol, algo que era tabú para la mayoría de los anarquistas por ser considerado como un freno para la emancipación de los trabajadores y la revolución social. Ver José Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español, 2ª ed. (Madrid: Siglo Veintiuno de España, 1991), 130.

23 A pesar de que el movimiento anarquista estaba dividido en esta cuestión, entre el último cuarto del siglo XIX y principios del siglo XX se publicó un importante número de periódicos y revistas ácratas en los que el enaltecimiento del trabajo y la condena de la ociosidad fue una constante. Las publicaciones anarquistas jugaron un papel esencial en la difusión de las teorías ácratas a finales del siglo XIX y principios del XX en España, como ha indicado Lily Litvak en ‘La buena nueva: periódicos libertarios españoles, cultura proletaria y difusión del anarquismo (1883–1913)’, capítulo 12 de su libro, España 1900: modernismo, anarquismo y fin de siglo, prólogo de Giovanni Allegra (Barcelona: Anthropos, 1990).

24 Hay que tener en cuenta, como explica Álvarez Junco (La ideología política del anarquismo español), que a pesar de las diferencias entre los anarquistas con respecto a la valoración del trabajo, la ética del placer no estaba necesariamente reñida con la ética del trabajo: hubo quienes se pronunciaron a favor de la ética del placer a la vez que elogiaban el trabajo libre.

25 Un ejemplo de estas actitudes puede encontrarse en la novela Nazarín (1895), de Benito Pérez Galdós, en la que el epónimo protagonista decide no trabajar y vivir de la mendicidad. A pesar de su condición de sacerdote y de ser respetado por aquéllos que le consideran un ‘santo’, a los ojos de la mayoría de los personajes de la novela no es sino un vagabundo, un sinvergüenza y un parásito que usa el ingenio para vivir sin tener que trabajar. Independientemente de las obvias diferencias entre estos dos personajes, la pobreza auto-impuesta de Nazarín, como la de Sangonereta, constituye una inversión de las ideas con respecto al trabajo y al progreso derivadas del desarrollo del capitalismo industrial.

26 Para una discusión de la asociación de las llamadas ‘patologías sociales’ (entre las que se encuentran el alcoholismo y la vida vagabunda) con el salvajismo y el primitivismo en los discursos contemporáneos sobre la degeneración racial, véase Daniel Pick, Faces of Degeneration: A European Disorder, c.1848–c.1918 (Cambridge: Cambridge U. P., 1993), 21, 37–44.

27 De la misma manera que en este episodio Tonet se embriaga a causa de las ‘malas compañías’, se podría decir que Sangonereta, huérfano de madre, no hace sino seguir el ejemplo de su padre, el vagabundo Sangonera, descrito como ‘el borracho más famoso de toda la Albufera’ (837). En este sentido Sangonereta sería simplemente un producto del ambiente familiar en que se ha criado y no necesariamente de la herencia alcohólica, a la que han aludido con frecuencia los críticos de la novela.

28 Una excepción es cuando hacia el final de la novela Tonet recurre al alcohol para adormecer su sentido de culpabilidad por el infanticidio. Como ha notado Smith (‘The Reliable Determinant’, 195), en Cañas y barro el móvil de la bebida es la necesidad de llenar las horas vacías, a diferencia de la novela L’Assommoir, de Émile Zola, en la que es el alcohol lo que conduce a la pereza, el abandono del trabajo, la borrachera y la debilidad de carácter en individuos que en un principio son trabajadores diligentes. Como otros personajes ociosos de las novelas valencianas, argumenta Smith, Tonet escoge la pereza de manera consciente y deliberada con el fin de evitar el trabajo físico.

29 Ver Ricardo Campos Marín, Alcoholismo, medicina y sociedad en España (1876–1923) (Madrid: CSIC, 1997), 127–44.

30 En estas escenas sobre los segadores Blasco invierte la frecuente asociación de los trabajadores del campo con la vida sana y virtuosa, por un lado, y de los obreros industriales con la inmoralidad y la peligrosidad, por otro, desmintiendo así el mito del campesino de sanas costumbres. Con respecto a la visión romántica e idealizada del campo frente a la degeneración racial y corrupción de los centros urbanos, ver Campos Marín, Alcoholismo, medicina y sociedad en España, 109–19.

31 Th. Ribot, Les Maladies de la volonté, 5e ed. (Paris: Ancienne Librairie Germer Baillière et Cie, 1888), especialmente pp. 148–50. Véase, a este respecto, Álvaro Girón Sierra, En la mesa con Darwin: evolución y revolución en el movimiento libertario en España (1869–1914) (Madrid: CSIC, 2005), 318, n. 104; y Robert A. Nye, Crime, Madness, and Politics in Modern France: The Medical Concept of National Decline (Princeton: Princeton U. P., 1984), 128.

32 En este momento Tonet reconoce el hecho de que sale mal parado en comparación con el huérfano Sangonereta, quien nunca tuvo el apoyo de una familia (922).

33 Sangonereta es objeto de chanza por parte de los habitantes del Palmar desde el principio de la novela, como se puede ver en la reacción de los pasajeros de la barca-correo, quienes le observan a poca distancia en el ribazo cuando este personaje es introducido por primera vez en la novela (820).

34 En Cañas y barro Blasco pone un énfasis especial en lo viscoso y las connotaciones morales de la viscosidad. En su obra sobre el existencialismo, L’Être et le néant (1943), Jean-Paul Sartre discute la percepción de la viscosidad en conexión con los conceptos de suciedad y polución, explorando el simbolismo moral de las sustancias viscosas y la repugnancia que éstas causan. Según Sartre, lo viscoso nos repugna porque lo asociamos instintivamente con la degradación moral. Con respecto a las numerosas alusiones a la viscosidad en la novela en relación tanto con el entorno natural de la Albufera (la flora y fauna del lago) como con sus habitantes, véase Teresa Fuentes Peris, ‘Smells, Slime and Surfeit in Blasco Ibáñez’s Cañas y barro’, Revista de Estudios sobre Blasco Ibáñez, 4 (2016–2017), 161–74.

35 Véanse las estrofas 457–73: ‘Ensienplo de los dos perezosos que querían casar con una dama’ (Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, ed., intro. & notas de Jacques Joset, 2 vols [Madrid: Espasa-Calpe, 1974], I, 176–81).

36 El tratamiento cómico de este personaje continúa hasta después de su muerte, cuando la limpieza y decoro del difunto Sangonereta, vestido de fraile dentro del féretro, choca humorísticamente con la inmundicia en que ha vivido durante toda su vida. Como observan sus antiguos compañeros, ‘hasta su muerte parecía cosa de broma’ (919). Contrastando con esta imagen y acentuando la comicidad de la escena, su ataúd es colocado en el carro de las anguilas, ‘entre los cestones de la pesca’, para ser conducido al cementerio (919).

37 Como ésta y otras escenas ilustran, Sangonereta se presenta en la novela como menos hipócrita que Tonet. A pesar de sus desvergüenzas y de sus fines interesados, Sangonereta en ocasiones se exalta hablando de su filosofía del trabajo de tal manera que llega a dar la impresión de que se ha autoconvencido de ella.

38 La palabra ‘vicio’ aquí se debe entender como sinónimo del alcohol (y muy posiblemente del juego). El tío Paloma, en consonancia con la ideología de la época, considera el alcoholismo como un problema moral. A pesar de que el alcoholismo ya había sido identificado como una enfermedad por el médico sueco Magnus Huss en su libro Alcoholismus chronicus, 2 vols (Stockholm: Beckman, 1849–1851), los términos ‘vicio’ y ‘enfermedad’ fueron usados invariablemente en debates médico-morales durante la Restauración, como han demostrado Ricardo Campos Marín & Rafael Huertas, ‘El alcoholismo como enfermedad social en la España de la Restauración: problemas de definición’, Dynamis, 11 (1991), 263–86.

39 La sobriedad en la bebida era considerada como la ruta hacia la mejora personal y la dignidad, no sólo por los comentaristas morales burgueses sino por los propios trabajadores. Como ya se ha mencionado (ver nota 22), la mayor parte de los anarquistas se manifestaron en contra del uso del alcohol por considerarlo como un obstáculo para la emancipación de los trabajadores. Asimismo, el testimonio de representantes obreros ante la Comisión de Reformas Sociales demuestra una actitud adversa hacia la bebida y las tabernas. Véase, por ejemplo, Reformas sociales, III (información oral y escrita practicada en virtud de la Real orden de 5 de diciembre de 1883. Valencia) (Madrid: Manuel Minuesa de los Ríos, 1891), 72; y Reformas sociales, I (información oral practicada en virtud de la Real orden de 5 de diciembre de 1883. Madrid) (Madrid: Manuel Minuesa de los Ríos, 1890), 235.

40 Vicente Blasco Ibáñez, ‘Primavera triste’, en Obras completas, I, 92–95 (p. 92).

41 De manera muy similar, en las novelas de Torquemada (1889–1895) Galdós había parodiado la idea del ‘self-made man’—tal como lo conceptualizó Smiles y fue promovido por sus seguidores—, a través de su protagonista, un hombre de escasa fibra moral que consigue estatus social y prosperidad a expensas de explotar a los pobres. Del mismo modo que hará Blasco, Galdós llama la atención sobre el hecho de que no es fácil ascender y progresar en la vida por medios honestos si se nace en la pobreza. Véase Teresa Fuentes Peris, Galdós’s ‘Torquemada’ Novels: Waste and Profit in Late Nineteenth-Century Spain (Cardiff: Univ. of Wales Press, 2007), 18–38.

42 Smiles, Self-Help, 115.

43 Vicente Blasco Ibáñez, ‘El último cristiano’, Natura, 29, 1 de diciembre de 1904, pp. 68–71 (p. 69). Dos semanas después, en el número 30 de esta misma revista, otro colaborador publicaba un artículo sobre las virtudes del trabajo, declarando que ‘la humanidad está supeditada a un deber natural, a una labor constante, de la cual no puede librarse ni emanciparse jamás: Este deber es el trabajo’. Ver Marcial Lores, ‘Trabajo’, Natura, 30, 15 de diciembre de 1904, pp. 94–95 (p. 94).

44 Cabe destacar que la figura de Cristo también simbolizaba la mansedumbre y la resignación (que, en el contexto de la época, suponía la resignación a la injusticia y desigualdad sociales), y este aspecto del cristianismo siempre fue rechazado de manera mayoritaria por los anarquistas. Véase Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español, 126–28.

45 A pesar de la presentación negativa de Tonet en Cañas y barro, este personaje sale ganando en comparación con otros vagos de las novelas valencianas, como su homónimo en Flor de mayo o el matón Pimentó de La barraca.

* Cláusula de divulgación: la autora ha declarado que no existe ningún posible conflicto de intereses.

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